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Semana Santa en Taxco, penitencia y tradición con expresiones pagano-religiosas

Claudio Viveros Hernández

Taxco

La Semana Santa en Taxco ha transcurrido en estos días con arraigadas muestras de fe, penitencia, tradición e identidad en contraposición con tintes carnavalescos, de jolgorio, desmadre y folklor cual temporada vacacional.
Aun así, la tradición se ha visto renovada por parte de los organizadores y miembros de las diferentes hermandades que ven en ella la posibilidad de interactuar con el mundo por medio de este tipo de expresiones pagano-religiosas, las cuales forma parte ya de la cultura popular.
El lunes santo tuvo lugar la Procesión de las Vírgenes, donde una de las imágenes que predominaron fue la de la Virgen de los Dolores o la Dolorosa; en medio de los feligreses que participaron en el recorrido con cirios y velas por las calles de los barrios del centro histórico hubo decenas que llegaron a centenares de mujeres adolescentes ataviadas con vestimenta de color blanco o de ambos colores quienes se caracterizaron por su caminar a pie y descalzas entre las calles empedradas y sinuosas para acompañar a cada una de las imágenes como penitencia o manda de doncellas para este fin.
Por los extremos de las largas filas de la procesión, se multiplicaron cientos de espectadores, unos atentos, callados, respetuosos, y otros más en plena irreverencia y apatía frente a los actos extralitúrgicos, como si se tratara de un performance o happening en un espacio multitudinario tan singular como este destino turístico y cultural.
De los barrios cercanos, de comunidades alejadas, no importó la procedencia de las Vírgenes y los fieles, todos ellos integrados en una manifestación colectiva en una larga procesión que comenzó desde el atardecer y se prolongó más allá de la medianoche con las notas de la música lastimera y pegajosa que pareciera enchinar la piel junto con el ambiente en señal de duelo hacia el interior, que en el exterior era otra la sensación de grupos de jóvenes en su mayoría.
El martes, la Procesión de las Ánimas, la segunda escenificada por la noche que, como la del día anterior, partió puntualmente del punto conocido como el parque Vicente Guerrero que en dos de sus esquinas apunta hacia las iglesias de San Nicolás y La Santísima.
Aquí, aparecieron en el anonimato cientos de mujeres y hombres penitentes, de las hermandades de las Ánimas, todos ellos en grupos compactos de diez o más elementos.
Las primeras ánimas, todas ellas con una larga vestimenta negra hasta los tobillos y rodeada como cinturón con gruesas capas de lazo de mismo tono, con un capuchón por el que asomaban apenas sus ojos y una pequeña abertura en la parte de su boca. Todas con una cadena atada a sus tobillos que arrastraban a su paso encorvadas con cirios en ambas manos o un crucifijo abrazado hacia su pecho, calladas, dolientes, sin notarse dolor o cansancio alguno.
Cuesta abajo o calles arriba, siempre en las calles empedradas de la ruta, las mujeres ánimas imponen el silencio y respeto, entre las cuales se notan muchas de ellas en edad adulta o más allá de la madurez y la plenitud, acompañadas de otras mujeres descubiertas del rostro y ataviadas con falda o blusa en tono negro, que son quienes se encargan de cuidarlas y guiarlas durante su penitencia desde principio a fin, aunque hay algunas que no llegan al final y se dan de baja a medio camino para ser auxiliadas y desaparecer después del grupo, que son pocos los ejemplos.
Por lo que son los penitentes-ánimas, su vestimenta varía, ya que su aparición es solo con capuchón que resguarda celosamente su identidad, un faldón negro atado por la cintura con lazo y descubiertos y un crucifijo abrazo o velas encendidas en ambas manos, pero con la diferencia de que se forman varios grupos que como una sola pieza arrastran entre todos por las calles una larga y gruesa cadena atada a sus tobillos, con la dificultad de que para evitar tropezarse o caer, deben de mantener una sincronía y concentración a toda prueba.
Esta penitencia es única, para la cual la fortaleza es fundamental, tanto en mujeres como en hombres, todos ellos con acompañantes que si son identificados y son los ayudantes en toda la ruta que recorre desde el parque Vicente Guerrero, calle abajo hacia la antigua terminal de autobuses y sigue hacia arriba por el barrio de la Veracruz, luego en contrapicada por la calle que conduce al exconvento y, a partir de ahí, sobre la calle principal, al zócalo, la plazuela de San Juan y, otra vez, al parque, que es el punto final de la procesión.
Con la Semana Santa, Taxco evoca su pasado en el presente en la que se calificada como la mejor temporada turística del año. La organización y celebraciones son un acto colectivo, desde la ciudadanía, y que se mantiene vivo y en la que la promoción corre de boca en boca, en la cobertura e imágenes de los medios de comunicación, de familia en familia, de un país a continentes y de ahí al mundo.
Los protagonistas son taxqueños y es esa tradición e identidad que los une en celebraciones que se expanden y muestran en las calles para dejar huella de su paso con un año más, con otra penitencia, con otra Semana Santa.
Si bien es cierto, en cada uno de los actos es evidente la entrega, devoción y pasión marcada por la religiosidad en busca de “estar bien” con uno mismo o como una penitencia y manda para con “el Señor” en una acción interior y reflexiva, en el lado terrenal, donde todo sucede, el contraste hace la diferencia.

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