Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

La justicia y los amigos

 

(Segunda de dos partes)

La novel escritora Lara Cardella publicó a los 19 años una novela que en su natal Sicilia fue considerada ofensiva. Quería los pantalones (Grijalbo, 1990, 143 páginas) le ayudó a forjar el carácter. La veían mal en su barrio y tomó la mochila, con el pretexto de irse a estudiar, para darle aire a sus heridas y comenzó una segunda novela, aunque con menos impacto en las ventas, sí hubo una propuesta mucho más elaborada en Entorno a Laura (Monda-dori,1991) en la que salió de los cánones aristotélicos e indagó al estilo de El maestro y Margarita, de Bulgakov, una propuesta narrativa y teatral. Pero volviendo al documento de su debut literario, Cardella narra la historia de Ana, una jovenzuela que, a diferencia de las italianas que sueñan con el muchacho encantador y bello, ella sólo quiere usar pantalones. No más, no menos, quería vestirse, comportarse y vivir de una manera singular. La madre de Ana, entendida de que su hija anhela atuendos extraños para una señorita, le advierte: “Sólo los hombres y las putas usan pantalones”. La protagonista, por añadidura, iniciará otro proyecto. Así que la hormonada joven se cita con un chico y tiene la mala fortuna de que su tío la encuentre en pleno besuqueo. Y para todo mundo Ana se vuelve puta. O eso es lo que dicen sus padres, quienes la reprenden por haberse besado con un chico en un parque y a la luz de todos, “comportándose como puta”. Su madre la corre y tiene que alojarse con una tía. Vivirá junto a un hombre que años atrás intentó violarla, cuando ella era una niña. La tía confiesa que también quiso ser distinta, pero no pudo. Ana intenta no estar sometida, hacer su santa voluntad pues, pero la realidad la atropella y tiene que huir de esa casa y asumir la fractura de sus anhelos.
A pesar de que es una historia muy común, el talento de la narradora radica en contarla como si fuera la primera vez que sabemos de estas atrocidades. Cardella narra en primera persona esta historia de inspiración autobiográfica. Ahonda en aspectos manidos ahora, pero lo atractivo, a diferencia del trabajo de Erri de Luca, autor comentado la entrega anterior, no radica en la intensa recreación de emociones, sino en la ironía con la que trata el tema la escritora. Emite un juicio sobre el mundo pues.
Para Ana todo es violento, las palabras de su padre, el llanto de su madre, la casa, la noche, los maestros, los tíos, pero no llegamos al melodrama, sino a la burla de ese comportamiento llorón y robustamente moralino. Estamos ante una iconoclasta. Cada vez que alguien intenta comunicarse con ella, aparece la violencia y el humor deriva del contacto rudo de una mujer que nadie ve como persona. Durante la menarquía, Ana recibe ofensas incluso de su madre, quien le informa que sólo aspira a ser esposa o madre, pero no alguien con capacidad de decisión. Lo mejor, es que todo está dicho como si se tratara de una broma, pero ni de broma es así. “Me propuse hablar de lo terrible que significa ser mujer en Sicilia, y recurrí al sarcasmo, pero fue lo peor que hice. Tuve que irme porque mi presencia era incómoda, pesada. Obviamente mi primer libro no es el mejor ni el más acabado, pero no he logrado quitármelo de encima. Fue escrito para irme de aquí y estructurar mejor mis novelas”, confiesa la escritora en una entrevista concedida para el portal electrónico Madyur.
Me gusta que la irreverencia de Cardella se haya transformado en un libro, más aún, que ese forcejeo de la juventud le haya dado reconocimiento. La clave de la buena fortuna en su debut literario fue la forma de encarar el tema, de coquetear con él y hacerlo lo más atractivo posible desde una perspectiva iconoclasta, natural digamos para la juventud del alma. Técnicamente no hay novedades, los recursos utilizados con cierta torpeza (monólogos, descripciones y diálogos excesivos) no alejan al lector. El suspenso siempre está ahí, uno quiere saber qué pasa con Ana.
Para Cardella era injusto no escribir un libro con estas características, aunque eso implicara hablar de ciertas amigas e insertarlas en la novela. “No pensaba hacer denuncia social, sólo mostrar lo que ocurre en mi casa”, refiere.
De un momento a otro cambió la vida de Cardella. Su sueño era ser reportera. Envió el manuscrito de Quería los pantalones por una apuesta que hizo con una amiga. No pesaba que fueran a ocurrir tantas cosas, ni mucho menos que pudiera hacer su voluntad (estudiar lo que ella quería) tras contar la historia de opresión de las mujeres en Sicilia. “Pensaba que era ingrata por no volver a vivir ahí, pasaba temporadas, pero ya nada fue igual. Yo era una invasora y prefería alejarme cada vez más”, precisa.
Los pocos amigos que tuvo los perdió cuando empezó a irle bien. No tenía a nadie cerca, dice, me hablaba mucha gente, aunque sólo por el éxito repentino. Quería los pantalones vendió en el año de su lanzamiento más de 250 mil ejemplares en Italia. La joven escritora pudo perder el piso y volverse una especie de diletante de sí misma. Se dedicó a estudiar y mejorar sus propuestas literarias, pero su siguiente novela no tuvo la misma recepción que el primer libro. Creo que le faltó humor, esa chispa que su ópera prima tiene a raudales.
La Salman Rushdie siciliana prepara una novela desde hace 14 años sobre un proceso judicial, justamente el asesinato de una joven en Palermo. Que tengan buen día.

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