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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

*Cuauhtémoc, la fruta podrida

Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre tiene una apariencia hostil y una actitud siempre retadora y violenta. Inhibe con su enorme cuerpo y con la fama que arrastra como líder de uno de los gremios más agresivos y prepotentes, el de los pepenadores. Fue líder del PRI en el Distrito Federal hasta que hace unos días, en un reportaje en MVS Radio lo acusaron sin evidencia directa de que desde su oficina se manejaba una red de edecanes cuyo trabajo incluía favores sexuales para él. El trabajo periodístico no era sólido, frente a la contundencia de los que se publicaron en 2003 en los diarios Reforma y Metro, en El País de Madrid y hace no mucho en el programa Todo Personal de Jorge Fernández Menéndez en Proyecto 40. Pero a diferencia de todos estos, provocó su caída y posiblemente su muerte política.
¿Por qué le pegó así ahora, cuando el obús llevaba mucho menos pólvora, y fue inmune a años de metralla directa sobre él? Fueron las circunstancias. No es una respuesta simple; es lo que Gutiérrez de la Torre vio que cambiaron y se rebeló antes que aceptar que desde Los Pinos y el PRI le estaban vaciando su botella de poder. Nunca había encontrado que otro poder quisiera doblegarlo. Estaba acostumbrado a que los poderes negociaran con él y lo hicieran su cómplice porque él, sólo él, era el hacedor de miles de votos corporativos para el PRI en el Distrito Federal. Desafió a la misma fuerza que lo encumbró.
Gutiérrez de la Torre heredó un emporio de cinco mil pepenadores en la ciudad de México que generaban millones de pesos con el negocio de la basura –la leyenda popular dice que en sus días de más gloria, el gremio producía a sus líderes hasta 60 millones mensuales–, construido por su padre Rafael Gutiérrez, el primer “Rey de la Basura”, asesinado por un gatillero contratado por su amante en marzo de 1987, porque, declaró en su momento, era un loco y un enfermo sexual”.
La organización que había construido mediante privilegios y terror, captó el ojo del PRI, que negoció con él su afiliación a la Confederación Nacional de Organizaciones Populares a cambio de predios para repartir entre sus agremiados y una diputación federal en el gobierno de José López Portillo. Tras su muerte, heredó el poder Guillermina de la Torre, “La Zarina de la Basura”, quien buscó un puesto de elección popular por el PRI sin alcanzarlo. Pero el amarre con el poder se fortaleció.
En el arranque del gobierno de Carlos Salinas empezó el Departamento del Distrito Federal a comprar terrenos a bajo costo para comercializarlos. Entre esos se encontraban los basureros de Santa Fe, donde el entonces regente Manuel Camacho –impulsado por la idea y el trabajo de Juan Enríquez, que era director de servicios metropolitanos- levantó lo que hoy es uno de los botones del México posmoderno. De aquella relación se fortaleció la alianza con Gutiérrez de la Torre y su madre con quien años después llegó a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard. El nuevo “Rey de la Basura” y su hermana Norma, fueron diputados locales en el Distrito Federal por el PRI, y siempre apoyaron a Ebrard.
Gutiérrez de la Torre tuvo una vida continua dentro de la política y en el PRI. Si bien no gustaban sus modos y formas, lo necesitaban. Le dieron una diputación pero ya no le permitieron seguir al Senado. Quienes durante dos décadas controlaron al PRI del Distrito Federal Beatriz Paredes y María de los Ángeles Moreno, pudieron contenerlo hasta las elecciones de 2006, cuando perdieron las cinco mil secciones que tiene la capital. Para las elecciones de 2009, el “Rey de la Basura” ganó mil de esas secciones, el 20% del poder político en el bastión del PRD, con la que fue imposible impedir que se quedara al frente de la presidencia en la capital.
Se había convertido en un mal necesario, aunque internamente cuestionaban sus métodos violentos. Sus turbas agredieron a simpatizantes de Moreno en los actos proselitistas en el Distrito Federal en 2003 y 2005, y golpearon a Rosario Guerra en 2011 cuando buscó la presidencia del partido en la ciudad. Gutiérrez de la Torre extendió a la política los usos y costumbres de control sobre los pepenadores. En 2009, en el Congreso capitalino, uno de sus incondicionales, Cristian Vargas, encabezaba un grupo de choque de legisladores a los que se les puso el mote de “dipuhoologans”. Lo disfrutaba su jefe, que se sentía indispensable. En la campaña presidencial de 2012, fue el único que pudo hacer un acto político masivo para Enrique Peña Nieto. Metió al Palacio de los Deportes a cuatro mil personas. Pero ya como Presidente, Peña Nieto nunca permitió que se acercara a él, menos aún tomarse una fotografía con el “Rey de la Basura”.
Desde que comenzó el sexenio, uno de los objetivos presidenciales fue arrebatarle al PRD su bastión en la ciudad de México, y desde Los Pinos se instruyó a la secretaria general del PRI, Ivonne Ortega, para diseñar y operar la estrategia. Ortega se apoyó en el ex gobernador de Tabasco, Manuel Andrade, y durante todo este tiempo han trabajado las alianzas políticas al margen de Gutiérrez de la Torre, que como presidente del PRI capitalino, debía que haber sido parte de la negociación. El líder del partido vivió su exclusión, y jugó su destino en una entrevista que concedió el mes pasado a El Universal.
“Yo fui electo por cuatro años, y lo que se tenga que firmar de candidaturas en 2015 lo firmaré yo, y no el Comité Ejecutivo Nacional”, desafió. “Las diputaciones locales y las candidaturas delegacionales las firmo yo”, retó de nuevo. Gutiérrez de la Torre estaba mandando el mensaje que ni el PRI, el poder formal electoral, ni el gobierno, el poder real electoral, estaban por encima de él. “Ni por la izquierda ni por la derecha”, dijo, le arrebatarían el control local del partido, porque el 95 por ciento de los órganos de dirección eran sus incondicionales. Gutiérrez de la Torre había perdido el rumbo en una lucha contra el poder que, por sus dichos, creía poder ganar.
El calificativo de líder “impresentable” que tanto se escucha en estos días sobre él, era puesto recurrentemente por dirigentes del PRI desde hace meses, que no tenían clara la forma como podrían deshacerse de él para empezar a reconstruir la imagen de un partido como la desea el presidente Peña Nieto, antagónica sin duda a la que proyectaba Gutiérrez de la Torre. No podía ser político, porque control político sí tenía. Sus fortalezas en ese campo eran superiores a sus debilidades. Pero en lo personal, “El Rey de la Basura”, por historia y méritos propios, era una fruta podrida que sólo necesitaba un empujoncito. MVS Radio se lo dio y los priistas, más que nadie, lo machacaron a pisotones.

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