Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

Historias de brujas

Fue tan sorpresivo para mí el encuentro con Jesús Guillén como saber que en la sierra de Petatlán había una zona cafetalera, y más porque Jesús venía de un pueblo cuyo nombre me sonó a cuento de García Márquez: La Soledad de los Enanos. Pero eso no fue todo en la lista de sorpresas que me llevé el tiempo en que duró nuestra amistad porque él mismo que procedía de un lugar de enanos era extremadamente alto o eso me pareció por su delgadez que acentuaba su sombrero negro de fieltro y sus dientes postizos que reflejaban el sol cuando se reía.
Jesús había estudiado en la universidad y en vez de andar en la ciudad se enfrascó en la idea de desarrollar la zona cafetalera de su pueblo regresando de presto a la sierra para emprender la organización de los productores de café.
Cuando le pregunté sobre el origen del nombre tan peculiar de su pueblo me explicó que lo de soledad se entendía fácil porque la zona cafetalera está aislada del municipio por falta de carretera “y se puede decir que allá estamos solos” y que el adjetivo de enanos provenía de unos diminutos árboles de nanche que nacen entre las huertas, los que apenas despegan del suelo y se extienden como una pequeña mancha de la que cuelgan los frutos amarillos del tamaño natural.
Jesús Guillén me platicaba historias fabulosas cada vez que teníamos oportunidad de juntarnos y las decía tan convencido como si las estuviera viviendo en ése instante.
A propósito de un hecho que llegó a ocupar las páginas de los diarios estatales relacionado con una presunta familia de brujas que vivían en la ciudad de Atoyac, me dijo que en una ocasión en la que gestionaba apoyo del Cecafé para sus compañeros en aquella ciudad, acudió a tomar su almuerzo en una casa habilitada como restaurante y que mientras le servían  se metió hasta el corredor interior para lavarse las manos junto a la pila de agua y entonces miró que sobre el borde de la pila unos niños diminutos del tamaño de un dedo jugaban a empujarse para caer en el agua de la pila donde chapoteaban.
Se asustó tanto de aquella visión que regresó rápido a la mesa buscando a la cocinera para pedirle una explicación de lo que había visto, pero que cuando fueron los dos a la pila el único rastro que encontraron era el agua moviéndose pero los niños habían desaparecido.
Dice Jesús que se le fue el hambre del susto y que se alejó rápido del lugar.
Esa historia me la platicó cuando le informé que de acuerdo a lo que decía el periódico, los vecinos se quejaban de que las habitantes de aquella casa hacían brujerías y que la noticia destacada era que sus vecinos habían intentado quemarlas.
Pero lo que sí me platicó con detalle fue lo que vivió en un viaje familiar que hizo a la Costa Chica.
Iba con su familia en una camioneta pick up. Él en la cabina con su mujer y sus dos pequeñas hijas en la batea, sentadas una en cada silla de las tejidas que les llaman de huevo y que se usan tanto en la costa.
Como ya se hacía tarde y el viento refrescaba, cuenta Jesús que a sus hijas su mujer les dio una sábana para que se abrigaran.
Iba Jesús muy entretenido platicando con su mujer en la oscuridad de la noche cuando escucharon los golpes desesperados de una de las niñas quien cansada de gritar que se detuvieran optó por golpear el vidrio del medallón.
Cuando pudieron parar se dieron cuenta de que faltaba una de sus hijas y la noticia era que en una curva pronunciada la niña se levantó de su asiento para extender la sábana y luego cubrirse, pero que por la fuerza del viento salió disparada de la camioneta.
Jesús y su mujer regresaron lo más rápido que pudieron sobre el camino pensando en lo peor sobre el destino de su hija desaparecida. Si la niña había caído sobre el pavimento seguramente estaría lastimada, y como era de noche el riesgo era grande de que la atropellara algún carro.
Con esos pensamientos iban los dos en la camioneta de regreso cuando a poco de andar miraron volar la sábana en medio de la carretera jalada de un extremo por la niña perdida que corría desesperada pensando en alcanzarlos.
No tenía la niña ningún rasguño ni huella de golpes por la caída. Jesús y su esposa se consolaron con la idea de que la propia sábana había hecho el papel de paracaídas y gracias a que la niña nunca la soltó, voló y cayó suavemente en la carretera sólo pensando en dar alcance a sus padres.
Ya contentos y completos cuenta Jesús que llegaron a la casa de sus familiares donde pasaron la noche pero que al día siguiente su sorpresa fue la noticia que se había propalado en el pueblo, decían que un matrimonio se había accidentado en la carretera porque el conductor aseguraba que la noche anterior había visto una bruja volando con una sábana, y que fue tanta su impresión que perdió el control del carro y chocó contra el paredón.

El líder campesino

Era mucho de romanticismo lo que ocupaba el ánimo universitario por la revolución en la segunda mitad de los setentas.
Pedro cumplía entusiasmado la tarea de organizar la comisión guerrerense que viajaría hasta Sonora el encuentro campesino en los valles del Yaqui y del Mayo que convocaba la Coalición de Ejidos en aquel estado como pioneros en la creación de empresas rurales.
En las vacaciones de la UAM Pedro viajaba hasta la Costa Grande para subir luego a la sierra de Tecpan donde se desarrollaba un trabajo organizativo como parte de las tareas políticas del PMT con Anacleto Ramos Ramírez como su máximo líder, salido recientemente de la clandestinidad, cuya personalidad y elocuencia impactó en el ambiente universitario.
Pedro y sus compañeros de la universidad admiraban el liderazgo de Anacleto Ramos cuyo historial le adjudicaba la negociación con el presidente Luis Echeverría para que cesaran las agresiones del Ejército en la sierra como secuela del combate a la guerrilla de Lucio Cabañas.
Como el viaje a Sonora era largo y costoso se había determinado que los delegados fueran escogidos entre los mejores cuadros de cada núcleo organizado quienes por sus propios medios debían llegar hasta Zihuatanejo, elegido como sede regional y punto de partida del autobús fletado para ése fin.
Cuenta Pedro que cuando recogió al delegado que venía de la sierra le causó una buena impresión porque era un muchacho joven que parecía de carácter reservado y en cuya figura Pedro quiso ver el sufrimiento y la abnegación de los campesinos quienes a pesar de su pobreza mantienen su disposición a la lucha.
Dice Pedro que en cuanto abordaron el autobús, Ezequiel, que así se llamaba a  el campesino que venía de Tecpan, muy a propósito fue a sentarse alejado de los demás delegados y que cuando iba a pedirle que se acercara con los demás pasajeros se detuvo mirando que Ezequiel sacaba de su mochila un libro que de inmediato se puso a leer.
Pedro quedó admirado imaginándose que el libro que leía Cheque versaría sobre los temas a discutir en aquel encuentro campesino que se avecinaba y casi con veneración procuró no molestarlo durante el camino pensando que más tarde habría tiempo de buscar un mayor acercamiento y mejor se unió al relajo de los otros delegados que procedían de las cooperativas salineras, de los ejidos ganaderos y de los grupos de pescadores.
Así pasó la noche en ése viaje en el que cada quien se acomodó como pudo para dormir mientras el autobús seguía su marcha.
A la mañana siguiente ya iban por Santiago Compostela en Nayarit y como Pedro consensaba entre los viajeros la posibilidad de que el autobús hiciera un descanso para almorzar, se dirigió al asiento de Cheque quien seguía sin despegarse de su libro de lectura, lo que provocó en Pedro verdadera curiosidad porque hasta creyó ver en la portada del libro que se trataba del Manifiesto del Partido Comunista, entonces hizo planes para hacerle compañía después del almuerzo,  pensando en que tendría materia para una buena charla durante lo que restaba del camino.
Más relajado Cheque almorzó con los demás y pronto subió nuevamente al autobús para ocupar su lugar, abrió la ventanilla y se puso a admirar a los grupos de muchachas que pasaban mientras Pedro a distancia lo veía complacido pensando que aquel cuadro político campesino también podía ser como el común de los jóvenes, no sólo dedicado al duro y sacrificado trabajo organizativo.
Entonces con más decisión Pedro se encaminó hasta el asiento de Cheque quien distraído por lo que pasaba en la calle se había enfrascado en una discusión con un par de jóvenes que se sintieron obligados a defender la honra de las muchachas a las que Cheque había piropeado.
-¡Bájate del camión pinche puto!, le gritaban.
Entonces Cheque les respondió retadoramente con la clásica seña obscena que se hace con el brazo derecho extendido torciendo la muñeca en sentido contrario a las manecillas del reloj mientras los dedos se contraen sin llegar a ser un puño porque con el hueco formado por los dedos pulgar e índice semejas el cañón del arma con la que quisieras disparar el proyectil dirigido hacia ellos.
Cuando eso sucedía ya Pedro estaba junto al asiento de Cheque presto para sentarse pensando en la oportunidad de conocer la opinión que a un campesino con formación política de izquierda le merecía el Manifiesto Comunista, pero se contuvo al instante cuando pudo leer el título del libro que aquel campesino leía con tanto interés durante el viaje: El Libro Vaquero, Duelo al amanecer.

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