Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Viacrucis de un reportero con agorafobia en un Viernes Santo playero en Acapulco

Óscar Ricardo Muñoz Cano

Primera Estación: el reportero es condenado a muerte.
La orden de trabajo para el viernes era clara: recorrer playas de Acapulco y realizar una crónica de siete mil caracteres aproximadamente acerca de cómo se vive el Viernes Santo en la playa. No vale la pena excusar que quien escribe es un enemigo acérrimo de visitar la bahía en Semana Santa por sufrir de fobias diversas como la aversión a las multitudes y en especial a las de turistas. No obstante, pensó su mujer, sería un buen ejercicio para poner en práctica sus recientes habilidades adquiridas con uno de sus amigos, Alfonso, el maestro de yoga que según tanto frecuenta y es excusa para tenerlo ocupado toda las mañanas.
Segunda Estación: el reportero carga la cruz.
Viernes, 6:30 de la mañana, cuando se supone sólo borrachos y runners circulan por la avenida Costera; decenas de camiones parados frente al parque Papagayo y de ellos salen hordas dispuestas a reclamar la arena como suya; no tengo hoy la menor duda: la encomienda será dura.
Zarapes, anafres, hieleras, las armas con la que los turistas emprenden la conquista de las playas para ocuparlas en los próximos días; tiendas de campaña, tendederos y tanques de gas son dispuestos en pequeños campamentos ubicados de manera estratégica: Playa Hornos, Suave y Papagayo, justo frente a las tiendas de conveniencia y las de autoservicio.
La mañana se va en los preparativos para lo que sigue: una visita relámpago al CICI-Rollo, donde otro tipo de hordas, éstas civilizadas, se aprestan para entrar al balneario desembolsando cientos de pesos.
Tercera Estación: el reportero cae por primera vez.
Una llamada de la Redacción para preguntar si es necesario facilitarle un fotógrafo. Son pasadas las 11 de la mañana. El calor cercano a los 30 grados, cero probabilidad de lluvia, un 60 por ciento de humedad, viento de 18 kilómetros por hora y el olor inconfundible de Acapulco en este Viernes Santo.
El sismo de 7 grados, el de las 9:30 y que según la corresponsal del Radiofórmula duró “varios minutos”, hace que cualquiera reevalué su vida. Toda ella.
Por ello, ya es hora de la primera fría, aunque sea de lata y teniendo que espera varios minutos en la fila que se hace en la caja del Oxxo de La Diana, que como cosa curiosa cambió los precios de las cervezas aumentándolos algunos pesos en promedio.
Cuarta Estación: El reportero encuentra a su parce José Luis.
Cuando la Policía Federal se moviliza, inmediatamente piensa que ya tenía material para una gran nota: una pareja de niños se había perdido en la franja de arena de la playa Papagayo. Los padres, turistas defeños, aseguran que los vigilaban, desde su silla cerveza en mano, con la mirada.
–Los van a encontrar pronto–, dice José Luis, compañero de la fuente policiaca y que años tiene de no ver –Es más el show que hacen…
Y efectivamente. Al poco rato niño y niña de no más de 10 años son hallados a unos 50 metros adelante. Los padres ahora amorosos, besan y abrazan a los hijos para luego reclamarles “¿dónde chingados estaban? ¿Por qué no avisaron que se iban?” mientras los zarandean del brazo y se van y uno se queda sin nota.
Quinta Estación:?El poeta Monroy?ayuda al reportero a llevar la cruz.
Entre cientos de personas hacinadas en cuatro sillas y un toldito, porque es lo único que pueden pagar, aparece de la nada el joven escritor local Andrés Monroy quien le comenta que Acapulco sigue siendo un lugar especial aunque tenga sus bemoles; toma fotos de los “daños del sismo” en el parque acuático infantil en playa Hornos que para las 3 de la tarde aún no terminan de instalar completamente.
Ambos atraviesan el pequeño corredor que dejan las decenas de mesas atiborradas de comida del mar, coca-colas, cocos fríos, cervezas y Sabritas y llegan a cerca del desagüe que está debajo de la avenida Ruiz Massieu para separarse.
Sexta Estación:?el reportero se queda con ganas de que alguna Verónica?le limpie el rostro.
Las entrevistas resultan bastante simples, todo el mundo, desde El Princess, Revolcadero y hasta Papagayo habla de lo bonito que es Acapulco, de lo barato, del buen trato; nadie refiere de los problemas de agua, de la inseguridad o del ambulantaje y menos del tráfico.
Incluso, la familia Arzeta se toma fotos teniendo como fondo las aguas negras. (Pequeño detalle para quienes vinieron al puerto en una carroza fúnebre desde Michoacán).
Séptima Estación: el reportero cae por segunda vez.
Poco antes del primer corte, después de mirar como a pesar de los pesares la quinceañera Janet o Yanet o Jeannete, vecina de la Narvarte, sonríe mientras es atendida por cadetes de la Federal en el puesto médico de Papagayo luego de que una ola la arrastrara. Es hora de una segunda fría, pero en esta ocasión más grande. Y sí, en un Oxxo también ¿dónde más?
Octava Estación: el reportero consuela a sus mujeres.
(Esta parte no existe)
Novena Estación: el reportero cae por tercera vez.
El bar Britania sirve como refugio en la hora maldita de comer; apenas dos turistas japoneses y la melaza amorosa de la pareja que atiende el lugar. Tres tarros de oscura para agarrar valor y seguir con la encomienda.
Décima Estación: El reportero es despojado de sus vestiduras.
Escenas como la de los niños perdidos se repiten cada que se puede en Semana Santa. Miles de personas, se supone, con antelación hacen cuentas, presupuestos, imaginan los gastos y prevén las contingencias; revisan su carro, los que tienen, sus tarjetas de crédito, los que pueden, y al final evalúan la posibilidad de irse de vacaciones sólo un par de días y con la familia, misma que a las pocas horas está a punto de perder.
Dicen las autoridades que desde el jueves en las casetas de la autopista se reportaban la entrada de 30 vehículos por minuto. Y hay ganas de decir que no es verdad, que cómo es posible que tal cantidad de vehículos crucen una caseta atendida por una señorita que en segundos recibe el dinero, teclea la computadora, prepara el cambio, expide el recibo y te lo extiende para así continuar.
Undécima Estación: El reportero es clavado en la cruz.
Mario Iván y Jorge Luis, afirman: “mira, un destino turístico se mide por la calidad de sus putas”; sólo queda rezar porque para en la noche ambos estén bastante alcoholizados y no tengan queja alguna de la vida nocturna del puerto que recién revive luego de la violencia por el narco.
Del mismo modo, celebra que en este momento ambos le ofrezcan otra cerveza, ésta de lata también y no critiquen a las decenas de ambulantes que se acercan para venderles ya sea comida, artesanías o cuanta chacharita china sea posible cargar entre brazos y que son tolerados por la Alcaldía en un desplante de apoyo al que menos tiene (¿?)
Duodécima Estación: el reportero muere (pero de sed).
En el puesto de socorro de la Universidad Autónoma de Guerrero el joven brigadista Javier asegura que para el mediodía del viernes habían recetado varias pastillas para el dolor de cabeza y ofrecido un par de atenciones, principalmente por golpes.
Asimismo, se brindó atención médica a dos deshidratados, sin incluir a quien escribe, que ya es presa de la deshidratación por culpa del sol y el alcohol poco antes de regresar a la redacción y reportar que Acapulco fue, es y será destino mágico en el imaginario de toda la gente, a pesar de que desde hace años se encuentra en obra negra.
Decimotercera Estación: El reportero… (Esta parte tampoco existe. En caso de, se referiría sólo al hecho de sentarse frente a la computadora a teclear con furia antes de volverse a salir al bar Britania)
Decimocuarta Estación: el reportero es sepultado…
…Y remata con una frase del grandísimo Ibarguengoitia: ¡Oh, dulce concupiscencia (lujuria) de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos…. Amén.

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