Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Cómo han pasado los años (XIV) 1939-2014

Acapulco y Cien años de soledad

“Yo tenía una idea general del libro; no hice plan de ninguna clase, sino que un día, yendo a Acapulco (…) Iba manejando mi Opel, pensando obsesivamente en Cien años de soledad, cuando de pronto tuve la primera frase; no la recuerdo literalmente, pero iba más o menos así: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. La primera vez que me vino la frase le faltarían uno o dos adjetivos, la redondeé; cuando llegué a Acapulco la tenía completita de tanto que la había madurado entre curva y recta, me senté, la anoté y tuve la certidumbre irrevocable de que ya tenía la novela; fue como un gran descanso; se me quitó un enorme peso de encima; el peso de siete años sin escribir una palabra. Íbamos a estar en Acapulco una semana de vacaciones y no aguanté; a los tres días me vine, me senté frente a la máquina, agarré esa frase y sin un plan previo empecé a escribir durante ocho horas diarias, a veces más y sin detenerme, para que no se me fuera la idea. A medida que aumentaban las cuartillas, aumentaban también mis deudas (se carcajea)”.
(Entrevista de Elena Poniatowska a Gabriel García Márquez, en 1973 (Todo México, 1).

El Acapulco de Anaís Nin

“Para mí Acapulco es la cura para todos los males de la ciudad. Desintoxica de la ambición, la vanidad y la pasión por el dinero. Ahuyenta la presencia continua de individuos obsesionados por permanecer en el candelero, hacerse notar por encima de la multitud”.
“En Acapulco todo eso es una tontería. Existes por tu sonrisa y tu presencia. Existes para tus alegrías y tus relajaciones. Existes en la naturaleza, eres parte del mar resplandeciente y parte de las plantas exquisitas. Aquí uno está casado con el sol, inmerso en la atemporalidad. Aquí puedes alimentar los sentidos y apaciguar los nervios. La mente está tranquila, las noches son canciones de cuna. Los días son como masa suave que en las manos del escultor vuelven a recuperar los contornos perdidos, las sensaciones del cuerpo perdidas . El cuerpo vuelve a la vida. La búsqueda de valores concretos de uno u otro tipo pierden aquí toda su importancia.
“Mientras nadas en el mar estás lavando todas las excrecencias de la llamada civilización y ello incluye la incapacidad de ser feliz bajo cualquier circunstancia. (Anaís Nin, Diario número 5).

¿Anaís Nin?

Hija de un matrimonio cubano-español, nacionalizada estadunidense Anaís Nin (1903-1977) fue la primera escritora americana en publicar relatos eróticos, algunos francamente pornográficos. Dos títulos: Delta de Venus, en el que aborda la práctica del incesto y la recopilación de su escritura íntima en los llamados Diarios de Anaís Nin. Siete de ellos contenidos en 35 mil páginas y publicados conforme fueron muriendo los personajes en ellos involucrados. Para probar lo que escribía, Anaís practicó todas las formas de sexo –¡con animales, no!, rechazaba. Fue adúltera con la vista gorda del marido en turno y practicó el menage a trois nada menos que con su maestro el cachondísimo Henry Miller (Trópico de Capricornio, Sexus, Nexus y Plexus) y su esposa June Mansfield. Por esas y muchas cosas más la dama es considerada hoy una de las escritoras más notables de literatura erótica femenina.
La traviesa Anaís habría estado en Acapulco a mediados de los años cuarenta y su visión del puerto no tiene madre.

Acapulco y Carlos Fuentes

“Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucroute endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien, pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje”.
(Primeras líneas del cuento Chac Mool de Carlos Fuentes. Está contenido en Los días enmascarados, el primer libro publicado por el escritor en 1954. Consta de seis relatos de corte fantástico, además del que lleva el nombre de una antigua deidad maya: En defensa de la Trigolibia, Tlactocatzine del jardín de Flandes, Letanía de la orquídea, Por boca de los dioses y El que inventó la pólvora).

Acapulco y José Agustín

“Antes del Simón Bolívar pasé largas temporadas en Acapulco: vacaciones eternas de las que regresaba prietísimo. Otras veces iba a casa de mi tío el gobernador y desarrollaba desmanes para escandalizar a mis primas; ellas se vengaban acusándome de que había dejado escapar a los pájaros de sus jaulas. Varias imágenes: el sol cegador en la arena amarilla y en el mar; tengo los toot outlet, decía a quienes me dirigían la palabra, y luego me iba monte arriba, hacia La Mira”.
“Seguíamos pasando las vagaciones en Acapulco, en casa de mi abuelita Plutarca, que era católica hasta la ignominia; rezaba el rosario tres veces diarias y nosotros teníamos que acompañarla en la sesión vespertina. Je je, en la mayoría de las ocasiones, apenas se aproximaba la hora rosarial, huíamos a casa de mi tía Tina, que acumulaba cuentos a montones. Sólo pocas veces mi abuelita advertía nuestras fugas. Mi mamá sí, pero nunca nos regañaba en serio. El fanatismo jamás llegó a roerle un dedo”.
(Dos fragmentos sueltos de un texto de José Agustín dedicado a los editores Rafael Giménez Giles y Emmanuel Carballo. Crítico literario este último fallecido la semana pasada, gran impulsor de la carrera literaria del escritor acapulqueño).

Acapulco y Parménides (o prohibidos los pucheros nostálgicos)

“La zona roja de Acapulco empieza en una desviación por la carretera a Pie de la Cuesta. A los lados de la calle que desciende se levantan barracas de madera donde las prostitutas –mujeres pintarrajeadas, gordas, sudadas–, esperan en sus sillas al lado de las puertas que alguien solicite sus servicios por diez o veinte pesos. Más adelante está la comandancia de policía, donde no falta una discusión entre los gendarmes y los borrachos, que termina cuando los borrachos aceptan pagar una multa, si tienen dinero. Casi en el centro de la zona, frente a la comandancia, está el cabaret El Burro. Allí, Pablo y sus amigos bebieron cerveza y salieron pronto: las prostitutas estaban horribles y eran muy caras”.
“De El Burro fueron al Cielo Azul. Allí vieron un strip-tease que era algo sensacional. Entre cortinas y círculos de reflectores, salía un gorila. Ejecutaba una danza salvaje y después se quitaba la piel y aparecía una mujer de cuerpo esbelto: piel blanca, piel sensual. Las piernas y los senos bien formados. La mujer bailaba quitándose los velos delicadamente. Los clientes gritaban. Cuando ella se acercaba a alguna mesa, le acariciaban las piernas, le hacían señas. Al final del show se quitaba la máscara de gorila y las luces se encendían y el público descubría que la strip-teaser era un hombre. Casi todos reían sorprendidos y algunos gritaban mentadas de madre y otras cosas. Las gringas eran las más sorprendidas y las únicas que, más o menos, se asustaban y hacían un gesto o decían alguna frase de repugnancia.
“Salieron y caminaron por una calle oscura, cuya única luz era el anuncio del burdel La Huerta. Hay alrededor de cincuenta putas, un conjunto de rumba, sinfonola, whisky, cerveza, etcétera; es el mejor de la zona roja. Las putas van y vienen por el cabaret, por la pista de baile, entre las mesas, en bikini, traje de baño, o en brassier y pantaleta. Sentados alrededor de una mesa, Pablo y sus amigos observaban la pista: los cachondeos, los besos, los movimientos. Observaban a los dientes que bebían en las mesas haciendo aspavientos, gritando. Observaban a las prostitutas.

Vuela paloma
vuela
vuela al palomar…

“Sonaba el güiro, las tumbas, la trompeta de la Sonora Matancera; la voz de Celia Cruz. Las prostitutas bailaban haciendo pasos de rumba; los hombres les acercaban los cuerpos y les ponían las manos en las nalgas. Las mujeres sonreían, hacían gestos, muecas, señas con los ojos y las manos, movían las caderas. Desde la mesa, cada quien con un vaso de ron en la mano, Pablo y sus amigos buscaban alguna que les gustara. Pablo detuvo la vista en una: bailaba con un gringo muy típico: pecoso, ojos saltones, dientes de conejo, bermudas, sudadera con las siglas de la Universidad de Mississippi, intentando pasos de rumba.
“Unas mujeres iban y venían entre las mesas, esperando que alguien les hiciera una seña, o que alguien, cogiéndolas de la mano o de las nalgas, las invitara a sentarse. Los meseros, tipos de pestañas enchinadas con rimmel, blusas floreadas, pasos menudos, quitaban y ponían vasos y botellas. El conjunto de rumba tocaba: goza la vida goza como hago yo goza la vida goza goza goza… Los amigos de Pablo –caminando por el cabaret, sentados a la barra– buscaban putas; bebían cerveza a sorbos. Carlos bailaba de estilo con una de pantalón rojo y suéter verde. Pablo, recargado en la sinfonola, contemplaba a Silvia. Le hacía señas. Silvia se fue al cuarto con el gringo.
“Putas bailando, clientes borrachos. Los meseros con charolas. Carlos y Fernando yendo al cuarto con dos putas. Él y Jaime en la mesa, bebiendo. La voz de Daniel Santos en la sinfonola:

Virgen de medianoche
cubre tu desnudez
para adorarte toda
rasga tu manto azul

(Veracruzano, periodista y escritor, Parménides García Saldaña (1944-1982) fue precursor de la literatura de la Onda, autor de Pasto Verde. Fue él quien bautizó como hoyos fonki, a los lugares donde los jóvenes setenteros escuchaban rockanrol. Popular como el El Rey de la Onda, García Saldañas frecuentaba Acapulco siempre acompañado por su tropilla –la sabrosa crónica sobre La Zonaja no tiene desperdicio y tampoco abuela. Aquí se ponía unas guarapetas que terminaban invariablemente en la delegación de policía o el hospital. El alcohol y los sicotrópicos lo mataron a los 38 años. (Wikipedia). Otras obras de Parme: El rey criollo, En la ruta de la Onda, Mediodía y En algún lugar del rock.

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