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Marcial Rodríguez Saldaña

Gabriel García Márquez, el genio de la literatura universal

Los días que transcurren después de la muerte de Gabriel García Márquez, los medios masivos de comunicación, los círculos sociales, políticos e intelectuales y las redes sociales se colman de anécdotas, notas, entrevistas y relatos, sobre sus aportaciones al mundo infinito de la literatura universal, pues con justa razón,  todos quienes amamos el vasto mundo de la belleza de las letras, de la palabra, las frases, oraciones, capítulos u obras completas hechas novelas de la vida del realismo mágico, tenemos que reconocer a quienes han contribuido en forma relevante a la cultura mundial.
A los quince años, después de haber leído La Iliada, La Odisea, La Divina Comedia, el Quijote de la Mancha, algunos diálogos de Platón, gracias al pedagogo –en el sentido griego de la expresión– sacerdote Miguel González, mi profesora de literatura en la preparatoria, en el internado en la colonia Olivar del Conde, Distrito Federal, me dio la tarea de leer el primer libro del curso, y fue la novela Cien años de soledad. Ya Homero, Hesiodo, Ovidio, Virgilio, Dante, Cervantes y más tarde Shakespeare, Víctor Hugo, Baudelaire, Balzac, Moliere, Göethe, Tolstoi, Dostoievsky, Franz Kafka, entre muchos otros, habían hecho nacer el gusto por las novelas, pero al comenzar la lectura del pueblo de Macondo, de la familia de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, el placer por las obras de García Márquez fue creciendo intensamente.
El lugar, los personajes, fueron pareciendo conocidos. Un pueblo pequeño –Macondo– a  las orillas del río, los gitanos, sus magias, eran hechos que se repetían en el pasado. Don Leopoldo Rodríguez Adame contaba como ellos, los gitanos, llegaban al pueblo leyendo cartas, haciendo malabares, adivinando la suerte a cuantos quisieran, pero sobre todo las mujeres de Santa Bárbara, seducidas por saber su futuro, entregaban sus joyas de oro, a cambio de conocer su destino en los años porvenir.
Recordé las epidemias, tiempo en el que mujeres, hombres, adolescentes, infantes, y casi todo el pueblo yacía convaleciente en cada casa –parecidas a las de Macondo, donde había muy pocas familias–, casi todos moribundos, pues ahí no había un solo médico, ninguna enfermera que supiera aplicar una inyección para aliviar al pueblo del contagio de las enfermedades que amenazaban con la muerte; había un médico empírico, que dejó rengos para toda su vida a varios pobladores.
Luego vino a mi memoria cómo al estar enferma y casi moribunda doña Soledad Saldaña Parra, en una camilla hecha de palos de guayabo, tejida con varas de otate y mecate de palma, unos vecinos voluntarios la cargaron a pie durante más de ocho horas, por veredas sinuosas, por caminos entrecortados, llenos de polvo, por zanjones que daban al precipicio, por montañas elevadas de cientos de metros, por barrancas de agua, para pasarla del río Papagayo – muy crecido en tiempo de lluvias– a un coche prestado y de ahí trasladarla a un hospital hacia Acapulco, para sanarla de males que padece cualquier mujer en los lugares inhóspitos de la Sierra Madre del Sur de Guerrero, incomunicados y sin servicios, los más elementales para un ser humano.
Después reviví en mi conciencia la vez que la infanta Sabina Rodríguez Saldaña, niña hermosa que a los pocos meses de haber nacido murió de una deshidratación por falta de cuidado de una persona preparada en primeros auxilios; perdió la vida ante el desconsuelo, el llanto, la desesperación, la frustración, la impotencia frente a las adversidades de la vida.
Más tarde vino la lectura muy apasionada de las demás obras de García Márquez: El amor en los tiempos del cólera, en donde relata la historia amorosa de Fermina Daza  y  Florentino Ariza, quienes viajan en barco y describe con detalle sus amoríos en el seductor trayecto por el río Magdalena; en seguida El amor y otros demonios, donde se conjugan las creencias de la brujería con las realidades de la ciencia y los amoríos que son constante en cada pueblo, ciudad y generación; más tarde Crónica de una muerte anunciada donde con reloj en mano, en pocas horas, describe la muerte de Santiago Nasar, quien es asesinado sin que nadie pueda evitarlo a pesar de haber podido impedirlo y ahí emite la célebre frase de que “el amor y el odio son sentimientos recíprocos”; luego Relato de un Náufrago, Doce cuentos peregrinos; y así El general en su laberinto donde evoca la memoria de Simón Bolívar, el gran Libertador de Sudamérica, cuyos pasos y hechos gloriosos se mantienen vivos en los museos –entre ellos sus alcobas en Lima, Perú–, pero sobre todo en la memoria histórica de cada pueblo por los que luchó para liberarlos, y en su amoríos como el de una esclava mulata sonámbula, superdotada en su cuerpo, cuando después de haber pasado muchas horas desnudos en una hamaca haciendo el amor, el general Bolívar le sentenció: “El amor te ha hecho libre”; y  en la parte política El coronel no tiene quien le escriba  y sobre todo El otoño del patriarca, que es la novela de crítica a los dictadores. Algunas de estas novelas se llegan a leer en una noche sin dormir.
García Márquez en estos días posteriores a su muerte, ha sido cuestionado por su admiración a pueblos como el de Cuba y su amistad con personajes como Fidel Castro, pero esto en vez de ser un defecto en su vida, fue una de sus más grandes virtudes.
No se debe comparar a García Márquez con nadie de los virtuosos novelistas de la historia, porque cada uno de ellos ha tenido su tiempo y su lugar en la literatura universal, que los ha habido y hay en el concierto de la literatura universal –entre ellos quienes han ganado el premio Nobel de Literatura– y hay latinoamerican@s como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda,  Isabel Allende, Gabriela Mistral, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Alejo Carpentier, Elena Poniatowska, entre otr@s de un talento admirable; tampoco se podría hacer una sinopsis de la esplendorosa obra de Gabriel García Márquez en un artículo de periódico, ni enunciar la temática de cada una de sus obras brillantes, pero lo que sí debemos hacer es dejar constancia escrita y rendir culto a uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo, como un genio de la literatura universal.

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