Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

Si no se puede menos aunque sean dos de quince

En la Costa Grande hasta lo más sacralizado y respetado de la izquierda se estrellaba ante el espíritu festivo y juguetón de los costeños.
Sólo el viejo  líder magisterial comunista Othón Salazar podía salir airoso de cualquier trance en que lo pusiera la picardía de los costeños, inclusive si se trataba de sus compañeros de gremio quienes también lo llamaban Tonchi, de cariño como allá en su natal pueblo de Tlapa.
El profesor Othón era un asiduo visitante de la Costa y durante sus años de militancia fue construyendo sólidas amistades en Atoyac, San Jerónimo, Petatlán y Zihuatanejo, donde los núcleos más organizados del magisterio disidente se fortalecían con su pertenencia al PCM, luego al PSUM, después al PMS, hasta desembocar en el PRD.
El ánimo de lucha que sabía infundir en sus visitas crecía con sólo encontrar el escenario para decir sus arengas.
Frente al micrófono el indígena chaparrito crecía hasta convertirse en gigante. Su voz como la de un cura predicando el evangelio subyugaba a todos y era capaz de llevar a los más variados estados de ánimo a la concurrencia.
De las lágrimas que provocaba su descripción del sufrimiento y la pobreza en la que se debaten miles de compatriotas abandonados a sus suerte, pasaba luego a la indolencia del gobierno; hablaba de la corrupción y el enriquecimiento ilícito de la clase política y la gente cambiaba sus lágrimas de llanto por la indignación y el coraje, llevándolo enseguida por el camino de la necesaria lucha organizada que ayudara a cambiar el estado de cosas en un ánimo festivo y comprometido.
Casi siempre el mítin terminaba con buen sabor de boca y nuevos adherentes que se sumaban al partido.
Después venía el convivio en la casa de algún compañero que lo invitaba a comer.
–Maestro, le hice un molito de guajolote, decía alguna compañera acomedida.
–Maestra, no se hubiera molestado, yo con un plato de frijoles con tortillas y unos cuantos guajes me conformo, respondía con aquella voz dulce que cautivaba.
En ese ambiente de respeto por el maestro, una tarde, después del mitin organizado en la plaza de San Jerónimo donde la asistencia había rebasado los cálculos más optimistas, llegaron los maestros de la secundaria para felicitarlo y, ya relajados, en ése ambiente de camaradería le dijo el profesor Francisco Zamora Báez con su ronca voz.
–Maestro Othón, sin ánimo de que se ofenda, veníamos platicando con los compañeros después de lo nutrido que estuvo el mitin, que necesitamos que usted se multiplique para hacer crecer al partido, porque con dos como usted ya hubiéramos levantado toda la Costa.
–Así que estamos pensando en conseguirle una muchacha de unos 30 años para que usted eche cría.
–Ay compañero, ya puesto en ése compromiso, si no pueden conseguir una de 30 aunque sean dos de a quince, respondió con picardía el profesor.

Las armas  poderosas

Homero Jaramillo abogado calentano, valiente, simpático y enérgico defensor de los pobres y de las causas populares, era candidato de la izquierda para la diputación local de la Costa Grande en 1987.
En la campaña electoral local de 1989 se había distinguido por sus discursos radicales donde abundaban los adjetivos como “culebras rastreras” y “sanguijuelas” para referirse a los viejos políticos priístas dueños del poder en Zihuatanejo.
La simpatía que despertaba entre la gente ultrajada por los dueños del poder era su principal base de apoyo en la costa y la que lo había hecho candidato.
Sus múltiples asuntos legales que atendía por todo el estado a menudo lo sometían a viajes frecuentes y extenuantes para atender con puntualidad su gira de campaña. Recorría las carreteras manejando él mismo su vehículo a cualquier hora, casi siempre sólo.
En uno de sus viajes viniendo de la ciudad de México para Zihuatanejo tomó la solitaria y sinuosa carretera de Ciudad Altamirano para acortar distancia y ahorrarse los cientos de topes que hay en la carretera de la Costa.
Cuando bajando de Real de Guadalupe en el Filo Mayor se encontró el retén de soldados a la entrada de Vallecitos de Zaragoza, prefirió tomar con calma el contratiempo sabiendo que de todas maneras lo entretendrían.
Los encargados de la revisión eran dos soldados jóvenes de origen campesino quienes luego de pedirle que bajara del vehículo y abriera la cajuela de su coche le preguntaron sobre el contenido de su equipaje.
–Traigo mis armas que son más poderosas que las de ustedes.
–¡Cómo cree, si las que portamos son las más modernas!, respondió el soldado más joven.
–A ver, ¿Qué alcance tienen sus armas? preguntó el abogado.
–Hasta dos kilómetros de lejos.
Seguían la plática los soldados con el abogado de la manera más civilizada mientras la revisión del equipaje continuaba hasta que sólo quedaba el portafolios.
–Y ¿cómo son sus armas?
–Pesan mucho menos que las de ustedes y alcanzan desde Tijuana en el norte hasta Chiapas.
–¡Carajo! A verlas, dijeron los dos expectantes
Entonces con toda calma el abogado extrajo un ejemplar de la Constitución de la República y se las mostró.
–Yo peleo con esta arma que es más chingona que las de ustedes.
Dice Homero Jaramillo que en cuanto terminó la revisión los dos soldados dejaron caer los rifles al suelo para desertar, tomando el camino del monte. El abogado asegura que escuchó cuando uno a otro le decía:
–La verdad ya me había cansado andar cargando ése chacape todo el día pensando que era lo más moderno, mejor vámonos p’al pueblo.

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