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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*Sí, pero ¿tiene buena suerte?

Vaya problema con la autoridad que tenemos los mexicanos. Por un montón de razones, desconfiamos de las decisiones y resistimos las acciones de la autoridad en todas sus figuras.
En parte ese conflicto se debe, por supuesto, a los gobiernos malos, corruptos e ineficientes y al deterioro enorme de la cultura política dominante. Como la burra arisca, los mexicanos no éramos, nos hicieron desconfiados y rejegos. Aunque, también en parte, nuestros problemas con la autoridad han sido idiosincráticos desde el mestizaje, no nacieron pues con el PRI.
Algo en nuestra cultura híbrida, que ni Octavio Paz supo explicar con claridad, que sale de la mezcla del relajo, la ladinez, la transa y la gandallez. Algo en nosotros que de todo se burla, que todo elude y desacata.
Pero como no soy Paz ni mucho menos, pa’ qué me distraigo tratando de descifrar lo indescifrable. No defino categorías ni las conozco, solo veo patrones que todos vemos. “Conozco a mi gente”, dicen los costeños que saben decir bien.
De nuevo, aunque de nuevo en parte, nuestros problemas con la autoridad también se deben al eterno conflicto de nuestra relación con el paternalismo político y familiar. Familiar, lo subrayo, porque el arquetipo del machismo no sólo refiere a figuras paternas ni masculinas, sino por igual a maternas y femeninas, y por ende, a nuestra dinámica social y a nuestros valores familiares tradicionales.
De nuevo, no soy Paz… para acabar pronto, ni siquiera Carlos Cuauhtémoc Sánchez pues. Pero soy hijo y padre mexicano y tengo 53 años. O sea, me eduqué como hijo a la antigüita y educo como padre que intenta ser moderno y democrático.
Porque fui niño y joven en el México de la hegemonía priísta y porque el año en que Vicente Fox inauguró la alternancia presidencial (PRI-PAN, al menos), yo cumplí 40 años; un adulto formado pues, pero con ganas de cambio.
Por eso a muchos de mi generación se nos atraganta el paso de la paternidad autoritaria, vertical, infalible e intocable, a la paternidad permisiva, débil, tolerante y confusa. Pasamos, política y familia, de un extremo a otro, sin puntos intermedios.
Quizá por eso muchos mexicanos, criados y educados durante el viejo régimen, parecen atragantarse con las reglas y convenciones democráticas. O quizá más bien el atragantamiento sea una reacción parecida a la de los nuevos ricos jip joperos estadunidenses, esos que farolean por todos lados sus joyotas, sus carros carísimos y sus casotas inmensas. Dicen los que saben, que la de los negros gringos es una manera de compensar tantos años de racismo, discriminación, pobreza y marginación en ese país.
Algo así les pasaría a los atragantados mexicanos, que compensarían tantos años de silencio, sumisión, autoritarismo y precariedad de derechos de información y libertades de expresión, repudiando, criticando, desconfiando, desacreditando y descalificando a diestra y siniestra, todo lo que parezca, huela, suene, se mueva y vista como autoridad, gobierno o representante (anti) popular.
Porque ah cómo nos gusta el mitote, cómo hacemos bronca de todo, sobre todo si es en contra de una decisión de la autoridad. Lo malo es que la resistencia y el rechazo pasivos no son formas de resistencia cívica o desobediencia civil, son puro conflicto idiosincrático. Somos niños que juegan a ser ciudadanos.

La política de la mala suerte

Cuentan que el emperador Napoleón se encontraba alguna vez rodeado de colaboradores y asesores que le urgían decidir cierta orden militar a uno de sus generales.
Algunos destacaron las cualidades del general como líder de sus hombres. Otros elogiaron su inteligencia táctica y estratégica. Y otros más subrayaron su reconocida destreza logística.
Después de escuchar todos sus argumentos, Napoleón les dijo: “Sí, pero ¿tiene buena suerte?”.
Lo comparto aquí, a propósito de la desafortunada ceremonia de entrega del tercer informe del gobernador Ángel Aguirre Rivero ante el Congreso local, organizada con especial interés y esfuerzo logísticos y económicos, cosa entendible debido a la relevante presentación de la nueva Constitución estatal, “saboteada” por nada más y nada menos que 18 apagones en el edificio legislativo. Y es que ese fue uno más de una larga lista de infortunios políticos padecidos por Ángel Aguirre, desde su primera administración.
Al menos este escribidor, nada le reprocharía si decidiera darse una limpiadita en Zumpango, porque es obvio que el elemento de la suerte no solo influye en el resultado de campañas militares, sino también en muchas actividades humanas, incluyendo la política.

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