Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Fernando Lasso Echeverría

García Márquez y Juan Rulfo

Gabriel García Márquez, Gabo, el gran escritor que acaba de fallecer el pasado jueves santo en la ciudad de México –al igual, que un personaje de Cien años de Soledad– nació en 1927, en una pequeña población del área rural platanera de la costa Atlántica de Colombia, llamada Aracataca, nombre prehispánico que, no se por qué, me suena a purépecha, pero que toma su nombre de uno de los múltiples ríos caribeños que atraviesan esa región. “Una aldea llena de silencio y muertos”, dijo de ella en una de las muchas entrevistas que dio en su vida García Márquez. Era Gabo pues, un costeño de cepa.
Ahí vivió Gabriel –con sus abuelos maternos: Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán– sus primeros 10 años, en una casa típica de las zonas caribeñas, ardientes y polvosas, cuando sus padres –Gabriel Eligio y Luisa Santiaga– deciden irse a Barranquilla para intentar mejorar su situación económica, dejando a Gabito con sus ancestros mayores; sus primeras vivencias en esta población, rodeado del cariño y las atenciones de sus “papás grandes”, dan como resultado una experiencia tan rica y extraordinaria que marca profundamente la brillante mente de García Márquez,  pues ya como adulto y escritor, tomó –entremezclando la fantasía con la realidad– este entorno, como escenario de algunas de sus principales obras.
Macondo, alias con el cual rebautizó García Márquez a su pueblo de origen, fue un nombre que se hizo famoso al publicarse Cien años de Soledad (1967), sin embargo, no era la primera vez que García Márquez lo usaba; en un cuento llamado Monólogo de Isabel viendo llover sobre Macondo (1954) divulgado en Colombia, y en su primera novela, que tituló La hojarasca  publicada en 1955 en Argentina, ya usa a su pueblo –con este nombre– como hábitat de sus personajes, aunque refería: “Por fortuna, Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo, que le permite a uno ver lo que quiere ver”. En estos tres diferentes escritos –que vienen siendo algo así como una saga– describe en forma mágica y poética, hechos locales o familiares que le habían transmitido verbalmente sus abuelos, o que había presenciado en su corta vida.
Gabriel García Márquez se distinguió por su creatividad desde muy joven; participó destacadamente en periódicos y revistas escolares de nivel medio, publicando relatos –su primer cuento se llamó La tercera resignación– y poemas, que llamaron la atención en el medio intelectual local, hecho que señalaba claramente su futuro oficio; él confesaba haber abrevado en su juventud de las obras de Frank Kafka, Virginia Woolf, William Faulkner, Joseph Conrad, en las de Graham Green, y en La Biblia; a los 20 años, ingresa a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Bogotá, en donde tuvo como compañero al cura-guerrillero Camilo Torres, con quien trabó una estrecha amistad; sin embargo, renuncia a sus estudios, para dedicarse de tiempo completo a la producción literaria, y continúa escribiendo, cada vez más formalmente.
El diario El Espectador de esa urbe, le publica cuentos de su primera época, entre los que se recuerda La noche de los alcaravanes y Alguien desordena estas rosas, que posteriormente, junto con otros, se convirtieron en el libro Ojos de perro azul; en 1954 –gracias a la intervención de su amigo eterno: Álvaro Mutis– el mismo diario lo contrata como columnista cinematográfico, hecho que lo ligó indefinidamente con el medio del cine, desempeñando esta labor sin dejar de escribir y continuar publicando crónicas y relatos. Merece mención especial la crónica titulada Relato de un náufrago, texto motivado por un reportaje que le hizo a un marinero colombiano que sobrevivió a un naufragio en alta mar, y que publicó en el diario mencionado en 14 entregas muy leídas por el público, hecho que no solamente aumentó notablemente las ventas del periódico, sino que empezó a consolidar a García Márquez como escritor. Después, también se convirtió en libro.
Colombia –como muchas naciones latinoamericanas– vivía en esa época de la posguerra, un régimen ultraderechista y totalitario, y el sistema censor gubernamental, le “echó el ojo” a García Márquez, quien ante la presión oficial, se ve obligado a salir de su país, iniciando –apoyado por el periódico El Espectador, hasta que es clausurado por el gobierno colombiano– una gira a varios países del este de Europa, situación que coincidió con una matanza de estudiantes en el centro de Bogotá, presenciada por Gabriel antes de salir de Colombia, hecho que provocó una mayor inclinación del escritor hacia la izquierda.
García Márquez permanece con muchas limitaciones económicas tres años en Europa, continuando su producción periodística (entre otras 90 días en la Cortina de Hierro) que seguía enviando a periódicos y revistas de su país y –ya en ese entonces– a otras naciones de América Latina, como Venezuela. En esas circunstancias escribe La hojarasca, novela que tiene buena acogida crítica, aunque sin ventas espectaculares. En 1958 aparece su segunda novela, El coronel no tiene quien le escriba –historia de un veterano coronel,  inspirado en su abuelo, quien espera dramáticamente su pensión para sobrevivir– y que Álvaro Mutis califica como “la obra perfecta de don Gabo”, estructurada en París durante su estancia en Europa, y ese mismo año contrae matrimonio con Mercedes Barcha, también hija de boticarios como el mismo Gabo, con quien celebra en México, en 2008, sus cincuenta años de casados.
Al año siguiente acude a Cuba, invitado por el nuevo gobierno revolucionario, y colabora con Prensa Latina –la agencia periodística del nuevo régimen cubano– durante dos años, iniciando una amistad personal con Fidel Castro. A mediados de 1961 llega a México, donde empieza a vivir de la redacción de guiones cinematográficos, y de escribir en algunas revistas, así como en agencias de publicidad. Se relaciona aquí con personajes distinguidos de la vida cultural mexicana, como Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Carlos Monsiváis y Manuel Barbachano, con quienes intima y elabora conjuntamente con Fuentes y Rulfo varios guiones de filmes, destacando En este pueblo no hay ladrones, El gallo de oro, y Tiempo de morir;  en esa época, publica así mismo, el libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande.
García Márquez en aquel tiempo, era un extranjero común en México, y por ello, tenía que renovar su residencia cada seis meses, en un consulado del extranjero; don Gabo –quien le tenía fobia a los aviones– escogió desplazarse a Acapulco cada vez que se cumplía el plazo, y ya en Acapulco, tomaba un vapor inglés, que hacía un recorrido hacia Panamá, donde obtenía su visa y regresaba a México, situación que se comenta, porque en algún momento este distinguido escritor, refirió haber  “agarrado la punta de la madeja” de la trama de su novela Cien años de soledad en este puerto, o camino a él; proyecto literario que, según declaraciones del mismo autor, le llevó 17 años madurar y 14 meses redactar, y que algunos autores llaman El Quijote americano, y otros, el punto de partida de la nueva novela latinoamericana, como género literario. Al respecto, es justo recordar que el gran Gabo, hizo una confesión muy honesta de su parte –aparecida en el diario La Jornada, del cual este periodista/literato fue cofundador– relacionada con la gran influencia que tuvo en él la lectura de la corta pero novedosa obra de Juan Rulfo: la novela  Pedro Páramo (1955) y el libro de cuentos El llano en llamas (1953 ), obras maestras del genial escritor mexicano que coinciden con el mundo mítico y mágico de García Márquez, y que como dijo Álvaro Mutis, refiriéndose a  Cien años de soledad “tocan vetas muy profundas de nuestro inconsciente colectivo americano”.
Pedro Páramo, llamada inicialmente Los murmullos por su autor, es una novela compleja y muy elaborada, que plasma –en un plano magistralmente intemporal, que juega indistintamente con el pasado y el presente, con lo real y lo inexistente– el omnipotente caciquismo mexicano, con todos sus componentes humanos, incluyendo los mitos y las realidades de este fenómeno social, presente en el medio rural del país; en todos los fantasmales personajes de la narración –Pedro Páramo, Susana San Juan, Fulgor Sedano, Doña Eduviges, el padre Rentería y otros– se palpan de manera intensa las pasiones provocadas por el poder y la codicia, el amor, el deseo y el odio, la vida y la muerte, pues paradójicamente, a pesar de que todos los que forman parte de la trama de la novela están muertos, éstos parecen gozar de cabal salud; todo ello en la desolada y difícil existencia de un pueblo abandonado llamado Comala, en el cual no faltan las facetas tiernas y poéticas de la narrativa de Rulfo, quien ha sido considerado como un fenómeno literario, pues sus obras por su originalidad, significaron un hito en la novela latinoamericana, en la cual este autor influyó de manera extraordinaria.
Este texto ha sido traducido a más de 50 idiomas, y publicado en millones de ejemplares. Y, a pesar de ser calificado por muchos como “escritor regionalista”, su maestría narrativa fue el fruto maduro de una aguda sensibilidad, nutrida en el conocimiento literario universal, hecho admitido por Rulfo, quien  aceptaba cierta influencia del escritor nórdico Knet Hamsun y del ruso Boris Pilniak, a quienes había leído mucho. Por ello se puede afirmar que el hecho poco conocido de que la obra de Rulfo, haya influido en forma decisiva en García Márquez, cuando elaboró la historia de las seis generaciones de la familia Buendía en Cien años de soledad –la obra cumbre de éste– no ha sido único en la historia literaria mundial.
De hecho, a Rulfo se le ha considerado –al igual que a García Márquez– un fenómeno literario, pues sus obras por su originalidad, significaron un parteaguas en la narrativa latinoamericana, en la cual influyó en forma extraordinaria, y obviamente don Gabo, uno de los principales autores de este género en la región, no escapó a ello. Sirva el siguiente testimonio del mismo García Márquez, aparecido en La Jornada, poco después de la muerte de Rulfo, para confirmar esta aseveración:
“Nunca había escrito para ser famoso, sino para que mis amigos me quisieran más, y eso creía haberlo conseguido, con cinco libros ya publicados, sin embargo, mi problema grande de novelista era que después de aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida, y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocía bien a los autores buenos y malos que hubieran podido enseñarme el camino, y sin embargo me sentía girando en círculos concéntricos. No me consideraba agotado, al contrario, sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes, pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos. En esas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo.
“Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka, en una lúgubre pensión de Bogotá –casi diez años atrás– había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas, y el asombro permaneció intacto. Mucho después, en la antesala de un consultorio, encontré una revista médica con otra obra desbalagada; La herencia de Matilde Arcángel. El resto de aquel año, no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores.
“No había acabado de escapar al deslumbramiento, cuando alguien comentó que yo era capaz de recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo. La verdad iba más lejos: podía recitar el libro completo, al derecho y al revés, sin una falla apreciable, y podía decir en que página de mi edición, se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo.
“He querido decir todo esto, para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso era imposible escribir sobre él, sin que todo esto pareciera sobre mí mismo. Ahora quiero decir también que he vuelto a releerlo completo para escribir estas nostalgias, y que he vuelto a ser víctima inocente del mismo asombro de la primera vez. No son más de 300 páginas, pero son casi tantas, y creo que tan perdurables, como las que conocemos de Sófocles”.
Además de las mencionadas, García Márquez escribió El otoño del patriarca (1975); Crónica de una muerte anunciada (1981); Del amor y otros demonios (1991); y Memoria de mis putas tristes, (2004). En los cuentos y novelas de García Márquez se observa en general la recreación de todo lo que captó este escritor en su vida: la melancolía de los pueblos de su región, sus olores, su comida, sus hábitos y costumbres, así como las vivencias y fantasías de sus mayores; algo muy similar, a lo que se observa en la obra de Rulfo, a quien por ello algunos críticos llaman o llamaban “costumbrista”.
Gabriel García Márquez fue uno de los seis literatos latinoamericanos que han recibido el Premio Nobel de Literatura (1982). También lo recibieron la chilena Gabriela Mistral (1945); el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967); el también Chileno, Pablo Neruda, (1971); el mexicano Octavio Paz (1990); y el peruano Mario Vargas Llosa (2010). Fue un honor para los mexicanos que García Márquez haya escogido nuestro país para vivir –y escribir en él Cien años de soledad– cuando decidió no volver a Colombia. Vale la pena mencionar que don Gabo tuvo que ir a Argentina para publicarla, pues una editorial mexicana la rechazó “porque no le vio futuro mercantil”, y  obviamente en el pecado llevó la penitencia.
En fin, deseamos que don Gabo descanse en paz, y que los personajes de sus novelas como la familia Buendía, continúen dando que decir durante varios siglos más.

* Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI”.

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