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Miguel Angel Granados Chapa

Plaza PUblica

  Rosario Robles

Rosario Robles ganó la presidencia del Partido de la Revolución Democrática en este año que concluye, en un nuevo hito de su breve carrera que, en menos de una década, le permitió ser diputada federal, secretaria y jefe del gobierno de una de las ciudades más difíciles de gobernar. No ha alcanzado sus logros sin pagar costos por ello, miembro como es de un partido muy litigoso por dentro y suscitador de grandes inquinas hacia fuera.

La victoria electoral de Rosario Robles en marzo pasado fue un triunfo personal, más que de las corrientes que la apoyaron, una abigarrada combinación de intereses que no consiguieron, sin embargo, alcanzar el control de su partido como era su propósito. Al contrario, grupos y tendencias diferentes y antagónicas a Rosario Robles dominan el consejo nacional, tienen presencia influyente aun en el comité nacional, encabezado por la ex maestra de la Facultad de Economía de la UNAM.

En el sindicalismo universitario precisamente se formó Rosario Robles, que durante años militó en la izquierda social, renuente a la participación electoral. El cardenismo de 1988 hizo mudar esa actitud depuesta por grupos de ese talante que, con entusiasmo y eficacia, se sumaron a la primera candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Como parte de esa corriente, y tras la fundación del PRD, en que adquirieron presencia notable, Rosario Robles fue diputada de 1994 a 1997 y a partir de 1996, en el comité dirigido por Andrés Manuel López obrador, secretaria de organización, cabeza de las brigadas del sol, los grupos activistas que consiguieron para ese partido, en 1997, una resonante victoria electoral.

No fue extraño, por todo eso, que Cárdenas la escogiera para ocupar el número dos de su gobierno y que, cuando maduró su tercera candidatura, ella quedara al frente de su administración. A pesar de que el año 2000 no fue, ni de lejos, satisfactorio para su partido, Rosario Robles vivió un periodo de esplendor político, enaltecedor para ella y que al PRD le evitó una catástrofe como la que pudo haber provocado la campaña por el voto útil, que finalmente llevó a Fox a la Presidencia la República. A las glorias del 2000 siguieron las penas políticas del año siguiente. Especialmente el grupo del PAN en la Asamblea Legislativa emprendió una feroz campaña en su contra. Con el pretexto de la rendición de cuentas, varios diputados panistas buscaron exhibirla como funcionaria corrupta. Hablo de pretexto porque de tratarse de ejercicio honesto de la función de vigilancia que compete a los legisladores, se hubieran atenido a las instituciones y los procedimientos previstos por la ley. En vez de hacerlo, a golpes de propaganda y de infundadas denuncias minaron el prestigio de la ex jefa del gobierno, alcanzado sobre todo en el año que duró su gestión, en que se convirtió en figura emblemática de las posibilidades de las mujeres en funciones ejecutivas.

Dentro su partido, en cambio, los intentos panistas de machacarla surtieron el efecto contrario y se consolidaron los aprestos para llevarla a la presidencia nacional. Con un mecanismo electoral distinto y candidaturas muy personales (como en el PAN) o expresadas en una fórmula sencilla (como en el PRI) Rosario Robles había sido proclamada triunfadora indiscutida la noche misma del 17 de marzo. Mejor dicho, así fue. Pero su victoria le fue regateada acudiendo a los más diversos y perversos argumentos y circunstancias. Sólo al cabo de varias semanas de ajustes y negociaciones, pudo asumir la presidencia. Su desempeño ha sido exitoso, pero no exento de dificultades. Las expectativas de su partido frente a las elecciones legislativas del año próximo eran más bien desalentadoras: un 13 por ciento en promedio y bajo el liderazgo de Rosario Robles casi se han duplicado, pues al comenzar diciembre indicaba 25 por ciento. En elecciones locales no se ha manifestado ese progreso salvo en Guerrero, donde el PRD se ha situado como segunda fuerza, casi a la par del PRI. En Torreón, donde se cifró la mayor esperanza perredista durante el proceso electoral de Coahuila, resultó frustrada la aspiración de que el ex priísta Francisco Dávalos (propietario del equipo de futbol Santos) se constituyera en cabeza de playa del PRD en el norte. El desgaste sufrido por este partido en Hidalgo ejemplifica la necesidad de una reforma interna que está aún por llegar.

El proceso por el cual ella llegó a la presidencia de su partido dejó a Rosario Robles con problemas pendientes que el consejo perredista, sin el asentimiento de su presidenta, busca resolver mediante elecciones extraordinarias en seis estados. Esos comicios, aun en mayor medida que el informe del comité especial encabezado por Samuel del Villar, mostraron la fragilidad interna del PRD, asediado desde dentro tanto como en el pasado lo estuvo desde fuera por sus propios demonios, el más amenazador de los cuales es la tendencia a la acción directa, a tomar aquello a que se tiene derecho, o se cree tener derecho, sin acatar los caminos legales.

Otro dilema a resolver es el alcance de las motivaciones que propicia o empuja ese partido. Por convicción o por estrategia, el PRD alentó a grupos campesinos a expresar su protesta por las condiciones urgentes en su ámbito y las que están por venir. Esas expresiones incluyeron la toma de San Lázaro, anunciada en una reunión en que Rosario Robles estuvo presente y de la cual, obviamente, ella no se hizo solidaria, pues encabeza un partido con representación en la Cámara, que de ese modo resultó agraviado.

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