Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Armando Escobar Zavala

El camino de la sobriedad

 En vista de la turbulencia actual de la economía en el mundo ¿es factible el desarrollo a base de la formación de capital? Japón, Corea, Taiwán, Grecia, entre otros lo han logrado. Me parece, sin embargo, que esta forma de desarrollo es ajena a las aspiraciones y luchas de los mexicanos. Podremos ser ingenuos mas no perversos. Recordemos que una orientación de esa naturaleza hace caso omiso de aspectos distributivos y de la contribución de los sectores no económicos.

Si la distribución del ingreso empeora y el sector de subsistencia no desaparece, quienes deben esperar para incorporarse al desarrollo han de permanecer contemplando un banquete al que no están invitados, pero en el que, quieran o no, deberán pagar boleto de entrada. Lo harán cuando menos como testigos del agotamiento de los recursos naturales que son patrimonio común, de los cuales podrían en parte nutrirse y cuyo acceso les resulta vedado. Si a ello agregamos la respuesta demográfica suficientemente vigorosa, este proceso de desarrollo deteriora la distribución aún más, poniendo en tensión todo el edificio social.

Por razones históricas y culturales nuestro esfuerzo debe encaminarse en otro sentido: el del desarrollo comunitario. Independientemente de que pudiéramos o no tener éxito con el modelo clásico de apostar todo a la actividad turística, el orientarnos en la dirección apuntada por el patrón cultural del que somos herederos y el preocuparnos de otorgar las mayores facilidades a la acción creativa de todos los ciudadanos implica un costo social menor. Necesitamos estimular la iniciativa individual, conjugarla con las ventajas de la acción colectiva, donde aquellos con menores posibilidades y recursos también reciben atención y estímulo. Debemos lograr condiciones en las cuales la lengua indígena merezca el mismo respeto que otros idiomas.

El desarrollo de tipo generalizado parece responder mucho mejor a los ideales que abrigamos de tiempo atrás, a nuestra verdadera idiosincrasia. Siendo nuestros recursos escasos, por imperativo ético debemos diseñar sistemas que distribuyan sus beneficios entre todos. Sería ridículo afirmar que todos podemos recibir atención médica. En nuestro estado no es posible prestar servicios médicos al estilo occidental para toda la población.

Después de todo, el problema médico esencial de entidades como la nuestra deviene de la desnutrición y la insalubridad, no es de úlceras pépticas, infartos de miocardio y otras “enfermedades del desarrollo”. Así como la vacunación tiene un altísimo rendimiento económico, también lo tendrán la investigación aplicada, de casi cualquier tipo, en apoyo de las actividades productivas tradicionales y la investigación básica en sustento de aquella.

Cuando pretendemos abordar la cuestión del desarrollo y muy particularmente su sistema de derechos para los grandes grupos hasta ahora marginados, se nos presentan una serie de complejidades que hay que ir desentramando paulatinamente. Primero debemos entender muchas de las causas de los llamados “modelos civilizatorios” que son ajenos no sólo a la problemática mexicana, sino que nos atreveríamos a decir que a todo Latinoamérica, ya que a lo largo de nuestra historia se han pretendido implantar de manera “mecánica” y tratando de cimentar una “homogeneidad civilizatoria” como uno de los objetivos del desarrollo económico y sociocultural, lo cual elimina de antemano la heterogeneidad existente.

Debemos de rediseñar nuestros objetivos y estrategias, con programas concebidos y orientados que no impliquen una renuncia romántica a los frutos de la civilización contemporánea. Todo lo contrario, es su uso más juicioso, supeditado a un esquema de prioridades vinculada al cambio tecnológico y cultural de todo el cuerpo social, atentos a sus componentes menos dinámicos más que de los coeficientes beneficio-costo. Se puede empezar con redefinir el concepto de desarrollo económico, en donde las medidas de nutrición, vivienda, salud y educación determinen las prioridades de asignación de recursos, en el que la microplaneación sea una costumbre y la macroplaneación una constante.

Hasta ahora nuestro desarrollo ha perseguido la ilusión de lograr lo que es posible y razonable en una sociedad madura, pero que en una sociedad como la guerrerense es inalcanzable y trastoca los valores. Perseguir un desarrollo semejante, aun con una mayor riqueza en recursos naturales, cegaría la creatividad que nos caracteriza y que representa nuestra contribución a la civilización universal.

Hasta ahora hemos tomado prestado ideas de la cultura occidental, hemos aceptado dócilmente ejemplos y extravagancias. El resultado ha sido que los beneficios del progreso no han alcanzado a toda la sociedad, se han creado zonas de prosperidad entre condiciones de miseria que imposibilitan alcanzar ideales largamente acariciados y aun legislados.

Nuestra elite política toma su escala de valores de sus congéneres de los países avanzados. Quiero insistir con vigor en que, aunque añoremos el ejemplo de los países mas avanzados, o de que un orgullo mal entendido nos impulse a imitarlos, nunca seremos como ellos. El agotamiento de nuestros recursos naturales está a la vista y nos debe indicar el camino de la sobriedad, de alentar un estilo propio que preserve y mejore lo que tenemos. Al poner en tela de juicio los patrones imitativos, no debemos pretender ser mejores o peores, pero sí diferentes. Y en ello nos va el ser auténticos con nosotros mismos.

No tiene sentido el desarrollo económico si no eleva el ingreso real de todos, si no les abre a unos y otras mejores alternativas: si no va acompañado del florecimiento de la música, de las artes plásticas o de la literatura; si no conserva el patrimonio cultural.

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