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Los ostioneros, jornaleros de mar y sol que bucean a puro pulmón

 Xavier Rosado * Salen de sus casas desde muy temprano con sus arreos de trabajo: Una barreta, aletas, visor, cuchillos, ganchos, una cámara de llanta que usan como flotador y una bolsa en la que irán depositando la recolección del día. Son los buzos ostioneros que, a todo pulmón, día a día extraen uno de los mariscos más solicitados en los restaurantes porteños.

En casi todos los riscos de Acapulco, desde Las Brisas hasta Pie de la Cuesta, estos jornaleros del mar realizan su arduo trabajo por las mañanas, hasta que el sol de mediodía marca el fin de su tarea.

Agripino Dorantes González se dedica a la pesca de buceo desde que pudo sostener la barreta y bajar a profundidad para localizar un ostión entre las piedras y desprenderlo de su superficie utilizando la barreta como cuña.

“Tengo como 70 años, ya le perdí la cuenta; aquí estoy sacando ostión creo que desde que comencé a dar pasos”, dijo Agripino quien viste solamente un calzón rojo, mientras intentaba sacar la carne de un caracol con una piedra.

El buzo trabaja en la cooperativa El Magueyito, en la playa del mismo nombre ubicada en los riscos que protegen el extremo sur de Pie de la Cuesta. Hasta ese punto, en el que confluyen las aguas negras de la colonia Jardín, hay que bajar unos 20 metros entre la hierba, tierra y piedras para llegar a este lugar, alguna vez un paraíso escondido pero hoy una playa contaminada que da sustento a esta cooperativa integrada por 30 pescadores de ostión.

“Antes había almejas, ahora puro ostión sacamos, a veces algún pulpo pero nada más, también caracol pero pues ya ve aquí (muestra la piedra plana donde exhibe su captura del día: cinco docenas de ostiones y cinco caracoles) nada más esos saqué y eso que los anduve repepenando un buen rato”.

Informó que su producto lo distribuye en el centro en las cantinas de la calle Velázquez de León, por encargo de los propietarios de estos negocios, quienes le compran la docena de moluscos a 25 pesos.

Se levanta a las siete de la mañana, a las ocho llega a la playa, desenreda su cámara de llanta envuelta en un costal de plástico, la infla a pulmón, afila su barreta de 60 centímetros de largo con una punta en forma de espátula; también utiliza un gancho de medio metro con punta de anzuelo para capturar pulpos.

“La llanta la inflamos con la boca, a puro pulmón, eso nos sirve para ir calentando para que el resuello ya vaya listo para aguantar abajo. Nos metemos como a cinco metros, en lo puro bajito, en la mera reventazón de la ola, en lo hondo no hay nada”, explica el ostionero.

Agregó que ahí nacen porque ahí suelta la huevera la mamá; mientras los huevos no hallan piedra, se los anda comiendo el pescado pero al otro día parecen una uña de nosotros porque ya tiene concha y ya no los pueden despegar.

“El mismo mar los mantiene, de tarde les trae de comer con un agua que viene de abajo, al medio día todo el ostión está abierto, está comiendo, ya come y se sella hasta el otro día, se cierra ya al oscurecer hasta el otro día”, comenta mientras hecha agua de mar a los ostiones para lavarlos.

“Para encontrar al ostión abajo del agua hay que tener la vista completa y ver muy bien para que si hay uno hasta allá en la piedra de abajo, ya se va uno sobre ése. A veces hay uno, a veces más, ahí donde nacen, si nació una docena y no les pasa nada en el tiempo de septiembre que carga piedra el mar y todo eso lo sorraja y mata a los que les pasa encima.

“Las piedras las levanta el mar con la tempestad, las jala de la orilla de donde puede y las carga revoloteando y claro que al marisco lo amuela. Si ustedes fueran al agua donde andamos nosotros verían el concherío pegado donde lo mató el mar, muerto, uno que otro quedaron vivos, la mayoría murió en el mes de septiembre”, ilustra el ostionero.

Acerca de la veda de este molusco especificó que dura tres meses, junio, julio y agosto que es cuando “suelta su huevera el ostión”, sin embargo, tienen que quedarse inactivos un mes más, septiembre porque debido a las fuertes corrientes y por la marea alta, se les imposibilita entrar en el mar.

“Casi siempre salimos golpeados o la piel se nos raja por los golpes que nos mete el mar contra la piedra, por eso mejor no trabajamos en esas épocas”, señala.

Agripino relata que en cada sumergida saca un ostión o dos cuando mucho, este día llevará a sus compradores diez docenas del nutritivo molusco, pero indica que por lo regular obtiene cinco o seis docenas para vender.

“Aquí en El Magueyito está difícil la situación porque luego llegan los de la cooperativa con ingenieros para checar el agua y dicen que está contaminada, a veces por la marea roja y otras por las aguas sucias que bajan del cerro por el canal, entonces no nos dejan sacar el producto”, expresa.

“Trabajamos desde Las Brisas hasta Pie de la Cuesta. Allá llegamos en lancha y nos dejan ahí y luego nos pasan a recoger. Cuandos nos sumimos en el agua a veces vemos animales como de aquél morro para acá (unos cuatro metros), ya nos acostumbramos a ver tiburones, mantarrayas, tintoreras, cornudas, hasta ballenas que salen de repente, su boca es como de dos brazadas. Aquí se nos arriman, cuando resoplan tiembla uno, nomás nos arrepegamos ahí en la reventazón y hasta que pasan se nos quita el miedo, pero ya sabemos que no hacen nada, claro, tampoco hay que andarlos apantallando con los fierros que usa uno porque entonces sí se enojan y te corretean”.

Los pescadores utilizan como instrumentos de trabajo, la barreta, el gancho, una varilla larga para matar pescado, con ligas para usarla como arpón, una cámara de llanta, una bolsa hecha de red para guardar lo colectado, visor, aletas y sobre todo, mucho pulmón.

Ya pasó una hora después del mediodía, los pescadores salen del mar para bañarse en el manantial, limpiar sus enseres de trabajo, vestirse y partir hacia los restaurantes y cantinas del puerto, donde recibirán el marisco y lo revenderán a sus clientes sin saber lo que ha pasado su proveedor para llevar este rico marisco hasta su plato.

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