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Arturo Santamaría Gómez

¿Hay narcopolítica en Sinaloa?

Si Sinaloa es la cuna del narco mexicano también lo es de la narcopolítica. No podía ser de otra manera y es lógico. En ese estado el narco tiene una antigüedad de, por lo menos, noventa años. Si partimos de los criaderos de opio que había en Badiraguato desde los años 20 del siglo pasado e incluso desde antes, y de los fumaderos de la misma adormidera que se establecieron en Culiacán y Mazatlán poco después del fin de la revolución, nos damos cuenta de la longevidad del narco sinaloense.
De hecho, los primeros narcos latinoamericanos que organizada y sistemáticamente acarrearon goma y mota a Estados Unidos fueron sinaloenses y chihuahuenses. Lo hicieron mucho antes que los colombianos, cubanos, chilenos, peruanos bolivianos llevaran coca a Estados Unidos. De hecho, la coca era una droga para elites hasta los años 1970. Los colombianos la masificaron en los 1980 y les quitaron el control a los chilenos que había tenido el monopolio de la exportación, no tan masiva todavía, en las décadas previas. Para los interesados en este tema les recomiendo  El siglo de las drogas, de Luis Astorga (Grijalbo-México); Víctima de la globalización. La historia de cómo el narcotráfico destruyó la paz en Colombia, de James D. Henderson, una coedición de la UAS y Siglo del Hombre Editores; Drogas y democracia en América Latina, de Coletta A. Youngers y Eillen Rosin,  (Editorial Biblos); La guerra perdida contra las drogas, de Jean Francois Boyer (Grijalbo-México);  El Cártel de Sinaloa, de Diego Enrique Osorno (Grijalbo-México); La guerra de la cocaína, de Belén Boville Luca de Tena (Debate-España); Roberto Suárez, El rey de la cocaína de Ayda Levy Martínez, (Grijalbo-México); y Traficantes y lavadores, de Manuel Salazar ( Grijalbo-Chile).
Si los colombianos atrajeron la atención mundial en los años 80 al convertirse en los reyes de la exportación de doña blanca a Estados Unidos y Europa, e incursionaron en el campo de la narcopolítica en esa misma década, en realidad los mexicanos, y más particularmente los sinaloenses, ya lo habían hecho mucho antes pero eran un poder, para entonces, muy local y menor.
A pesar de que el poder de los narcos sinaloenses era local antes de los ochenta, desde décadas antes ellos ya habían acumulado experiencia empresarial, militar y política, terrenos en los que ningún otro grupo regional había aprendido tanto. No ha sido gratuito que en Sinaloa se hayan forjado casi cuatro generaciones de narcos en poco menos de un siglo. De hecho, hay varias familias badiraguatenses que tienen una experiencia en el narco de tres o cuatro generaciones. En realidad, para estudiar la génesis del narco sinaloense y mexicano en general es necesario estudiar la historia de Badiraguato, y dentro de Badiraguato, la microhistoria de varios poblados, entre ellos, Santiago de los Caballeros y La Tuna.
Es decir, los narcos sinaloenses han tenido el tiempo suficiente para aprender a hacer política con menos aspavientos que en otros estados. Aquí saben jugar en todas las canchas, aunque tienen su preferida, así como tienen varias amantes pero una mujer favorita. Salvo excepciones, no andan levantando o eliminando políticos. No es necesario, saben forjarlos con tiempo, los consienten, los apapachan, aunque también les manden avisos en clave para que se porten bien.
Pero los narcos sinaloenses no tan solo tienen mucha experiencia sino, sobre todo, mucho dinero, ejércitos bajo su mando, control de territorios y una legitimidad cultural y social impresionante. Su base social y territorial es enorme. Con esta variedad de capitales es inevitable su poderío político.
Los jefes del narco sinaloense son el único sector de las clases dominantes del estado de alcance verdaderamente global. Ninguna otra empresa sinaloense tiene sus alcances y capital, y gozan de la enorme ventaja de compartir el duopolio del uso de la violencia con las fuerzas de gobierno.
Siendo un poder global que tiene como matriz una base local, inevitablemente buscan la hegemonía política para seguirse desarrollando. Sin su base territorial de origen perderían el poder global, por cierto, en continua expansión. El narco sinaloense actúa en gran parte del país, incluyendo la misma capital de la república, pero el control de su territorio primigenio es un asunto de vida o muerte, sin él desaparece. En este espacio nacen y se reproducen la mayoría de sus miembros o cuadros estratégicos. En él brota gran parte de la producción de sus mercancías de exportación; en él se lava gran parte de su capital y están establecidos muchos de sus laboratorios; en él está su principal base social y en él se genera la producción simbólica que ha contribuido a su legitimación cultural en amplias capas de la sociedad.
Así que, para el narco, actuar en política es una historia antigua y necesaria para su reproducción.
Lo grave del asunto es que no es un actor político más, sino parte del bloque en el poder. ¿Y cómo no serlo a estas alturas, cuando ya son parte de las élites económicas del país, y uno de los sectores empresariales, de capitales negros y blanqueados, más grandes de América Latina?
Lo grande del asunto es que no es un sector de capital legal sino, por el contrario,  es un actor político subrepticio. Es decir, el grueso de la población muchas veces no sabe que está tratando con ellos o votando por ellos.
Sin duda el narco sinaloense a estas alturas es un actor social sumamente complejo y sofisticado en muchos sentidos. Tiene múltiples facetas y formas de expresión. Actúa en todos los planos: la ilegalidad, la violencia, pero también en la legalidad, el consenso y la política.
Hace política con o sin partidos, con violencia o sin violencia; dentro y fuera de las instituciones.
Ha subordinado alcaldes, legisladores y gobernadores; generales y soldados de menor rango; jefes policiacos y rasos. Ha sido capaz de seducir a todo lo que huele a poder. Ha negociado con Los Pinos. Así como van las cosas, podría habitar, no muy lejos, la casa del máximo poder político en México.
Posdata: En este artículo no hay ni una sola prueba de lo que digo, no es objetivo; simplemente especulo.

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