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Las chilateras del Mercado Central, orondas herederas de una tradición generacional

Xavier Rosado * En uno de los entronques que comunican a las diferentes naves del mercado central, se encuentra una rústica mesa de madera cubierta por un mantel de plástico. En ella, las señoras Martha Molina Comino y María de Jesús Valdivia Molina venden una tradicional bebida creada en la región de la Costa Chica guerrerense: el chilate.

Estos dos puestos, únicos en todo el mercado, son visitados continuamente por clientes y locales que buscan mitigar la sed y al mismo tiempo poner algo sustancioso en el estómago.

Desde hace 20 años, las orondas mujeres –son primas– venden la refrescante bebida en el Mercado Central.

Viviendo del chilate

Martha Molina Comino se hizo chilatera  gracias a una receta que le heredó su suegra quien nació en Ayutla, tierra que proclama como la cuna del chilate.

“Yo lo doy a cinco pesos el vaso de plástico y la bolsa con popote para llevar, y tengo estos vasos de vidrio que se los toman aquí pero les cabe menos, estos los doy a cuatro pesos. Nos cuesta como 100 pesos para hacer un garrafón, no se cuántos litros salgan.

“Esto no nos deja mucha ganancia, pero es lo que tenemos para vender, no tenemos otra cosa”, expresa la chilatera.

Comentó que no pagan renta porque son propietarios del “pedazo” (un espacio de unos 10 metros cuadrados) desde hace 20 años.

“Con la remodelación que hicieron pues nos tiraron los mostradores que teníamos de cemento y las sombrillas por eso ahora tuvimos que comprar madera para hacer nuestras mesas y pusimos lonas para tapar el sol y la lluvia y así la vamos llevando”, explica.

También comentó que cuentan con un “líder” en el mercado central, pero que en este momento es inexistente por la transición del gobierno. 

“Tengo siete hijos todos grandes, esa que está ahí con la nena es la mayor tiene veinti… ¿cuántos años tienes hija?”, su hija contesta que 29 y doña Marta continúa su relato, “el menor tiene 15 años y está en la secundaria, con este negocio saqué adelante a mis siete hijos porque mi esposo nos dejó desde hace 15 años.

“Ya ahorita ya todos están casados, pero de aquí mando a mi hijo de 15 a la escuela, sale para lo poquito que lleva él”, dijo doña Martha.

“Ahorita saco como 100, hay veces que hasta 300 pesos pero en una buena época; ahorita no hay mucha venta, está muy tranquilo”, se queja pero no deja de atender a sus clientes que llegan por su vaso de chilate.

“Mi suegra me enseñó, ella vendía aquí desde que era joven, pero después se enfermó y yo seguí vendiendo, hace más de 20 años. Ella es de Ayutla de allá es el chilate, de allá de la Costa Chica, allá nació y ya después lo trajeron para acá”.

Las chilateras tienen que revolver la bebida con una tasa o medida de medio litro con la que recogen la bebida para después dejarlo caer sobre la olla desde arriba, como una cascada, este movimiento lo repiten una y otra vez para que no se asiente el polvo que se forma con la materia prima de este refrescante líquido.

“No lleva leche, esa espumita que se le hace por arriba es la cremita que suelta el cacao y se le hace porque hay que estarle removiendo para que el polvito no se le asiente, para eso hay que estarle eche y eche, sino cuando lo sirve uno, pues no va a saber igual”.

Por su parte, la prima de doña Martha, María de Jesús Valdivia Molina, apenas tiene un año vendiendo chilate por ser la sucesora de su madre quien le enseñó a preparar el chilate y le heredó su negocio que comenzó también en Ayutla de los Libres, municipio de San Marcos.

“Mi mamá tenía como 50 años vendiendo en Acapulco pero después me dejó vendiendo pero me tuvo que enseñar primero. No me puedo quejar tanto; más o menos nos deja por lo menos para irla pasando. Yo tengo cinco hijos y el menor tiene ocho años, los mayores ya están casados. Trabajo para mí y para mi niño, el que tengo en la escuela”, explicó.

María de Jesús se levanta a las cinco de la mañana en su casa ubicada en el Coloso, en la comunidad llamada Apolonio Castillo, para llegar hasta el mercado central a las seis y media de la mañaña, hora en que empiezan a circular los clientes.

“Cuando hay venta se venden dos o tres garrafones, cuando no, pues uno o uno y medio”, explicó mientras despachaba un chilate en bolsa de plástico a la que coloca un popote y le hace un nudo. Lo primero que hacen los clientes cuando reciben su agua de chilate, es tomar un sorbo del popote con un gesto de satisfacción.

Con algo de recelo por ser la bebida que significa su sustento, doña Martha le mueve a la olla y platica el método de preparación del chilate.

“Para un garrafón de agua se añaden medio kilo de cocoa, tres kilos de arroz y unos ocho pesos de canela molidos. Ya que está hecho polvo, se le pone agua y se vuelve a pasar otra vez por el molino, así se hace la pasta que se disuelve con agua y se le dan dos coladitas y ya que está colado se le pone el hielo y el azúcar”, explica a grandes rasgos la vendedora. 

Ella menciona que todos los ingredientes se venden en el mercado central, pero para ser un chilatero profesional, es necesario tener un molino en casa para preparar la mezcla.

“El cacao viene en semillitas y ya nomás nosotros lo molemos. Todo se muele crudo, el cacao, el arroz y la canela, se revuelve y se vuelve a moler para que salga la pasta”, explica doña Martha.

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