Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Una larga espera bajo el sol de los familiares de marinos del Cuauhtémoc

 Aurelio Peláez * La madre de seguramente uno de los egresados de la Marina Naval, de regreso después de nueve meses de travesía por el mundo, no aguantó y soltó, con un inocultable dejo yucateco:

-¡Aj-há, ellos allá tomando cham-pan y nosotros acá-des-hidratándonos!

Se refería al presidente Vicente Fox y comitiva, quienes durante casi hora y media se confinaron en el salón de oficiales del buque escuela Cuauhtémoc. El presidente había acudido a recibir el bello barco, en un acto oficial que duró unos quince minutos, en el muelle de la zona naval del puerto, allá en Icacos. Luego, se creyó que iba a hacer un rápido recorrido por la nave, pero pasaron los minutos y no salía.

Fox llegó acompañado por el gobernador René Juárez, el alcalde Zeferino Torrebanca, y el secretario de la Marina, Marco Antonio Peyrot. Los únicos funcionarios estatales vistos en el lugar, fueron la secretaria de Turismo, Guadalupe Gómez Maganda, y el procurador de Justicia, Jesús Ramírez Guerrero, quienes no estuvieron en la comitiva.

El buque escuela para guardias marinos zarpó del puerto hace nueve meses, y Fox también estuvo en el acto. Ayer atracó poco antes de las 12 de la mañana, hora en la que se tenía previsto el acto oficial de recepción. Desde las diez, en la explanada de la zona naval, esperaban unos dos centenares de familiares de sus 120 tripulantes.

Al llegar el buque escuela, a los familiares les fue permitido pasar al muelle, vallas de por medio a lo largo del atracadero. La mitad del corredor fue reservado para el paso del presidente, quien llegó al lugar a las 12 y cuarto.

El sol caía pleno. Ninguna brisa, ninguna sombra de por medio. Los familiares, provenientes la mayor parte de otros estados de la República, iban preparados para un acto de media hora, quizá menos, como siempre. Madres, padres, esposas, hijos, abuelitos. Pero fueron casi dos horas.

Todos en una recepción que implica además una comida en Acapulco. Pocos con gorra o sombrero. Por ahí alguna sombrilla aislada.

Total, es el sol de Acapulco.

El Cuauhtémoc atraca a la izquierda del muelle. A la derecha se colocó al astillero Justo Sierra, al cual suben algunos de los familiares de oficiales y egresados. También reporteros, entre ellos una treintena de la ciudad de México. En la cubierta del barco tampoco hay modo de esquivar el sol. Apenas un galerón de metal donde igual hace calor. Pronto enrojecen los rostros de quienes están acostumbrados a un sol más benigno. Salen el sudor y los kleenex.

Abajo, en el muelle, los familiares aguantan a pie firme. De lejos, gritos y saludos a los que reconocen como los suyos. Un grupo de mariachis y una banda de música de la marina se alternan para entretener a los asistentes antes y después de la llegada de Fox.

Al principio salen las clásicas, las canciones de la hora nacional: Cielito Lindo, Cucurrucucú Paloma, La Adelita. Huapangos veracruzanos –una buena parte de los egresados son de ese estado– Caminos de Michoacán y hasta algo que suena como una chilena.

Pero parece que se aplicó la máxima de que músico pagado toca mal son. Sobre todo los mariachis, traídos desde la ciudad de México, que sufren de veras bajo sus trajes de charro. Los doce enrojecen de a poco, como si en cada canción se fueran empinando un tequila. Se mueven el sombrero, se secan la frente. Se les ve que sufren. Acompañan en su pesar a los familiares por la hora y media que Fox se recluye en el salón de oficiales –algún asunto de estado que ameritó atenderlo desde ahí, se piensa– pero al final, agotados ya los temas propios del nacionalismo, van recayendo en los más terrenales: El Mariachi loco quiere bailar, Desde Navolato vengo –donde dicen que es tierra de narcos–, y otra como dirigida a los marinos, un indeseado mal presagio con esa que dice “por andar en la vagancia, perdí un amor que tenía”. El Ausente, se llama.

“Esto es un fraude”, dice un reportero defeño a otro. Y es que en el discurso de Fox, de unos tres minutos, no hubo nota. Si acaso una alusión a los egresados –la veinteava generación– a quienes exhortó a continuar en el combate al narcotráfico en las costas de México. Y una como referencia literaria, en donde les dijo que al regresar de esta travesía –odisea, pudo haber dicho– han sido ya partícipes de las leyendas del mar. Lo dirá por Moby Dick, de Melville, o la veintena de tomos de Joseph Conrad sobre el hombre y el mar. “José Conrado, escritor como Borgues”, aclararía tal vez un asesor del Preciso.

A la media hora de espera a que salga el presidente, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, en el público cunde el desánimo, que no el pánico. Se bajan los letreros de “Bienvenido, Misael”, y los marinos, en la cubierta del Cuauhtémoc, comienzan a sentarse. Ahora silban y aplauden las canciones del mariachi y de la banda de Música, que también entona con estilo su versión de Veracruz, la de Agustín Lara.

–Qué desconsideración del presidente –se escucha en voz alta. Es un comentario del cambio, o de alguna de sus variantes, apunta el reportero. Escribir y pensar en voz alta lo que se piensa del presidente.

Alfredo Lázaro Ortega, capitán del buque escuela, en su discurso ante Fox informándole de los pormenores de la peripecia, habló también de “el gobierno del cambio”, y en donde reconocía que era la primera vez que un presidente asistió a despedir “el zarpe” y la llegada del Cuauhtémoc.

A la hora, algunas de las familias se retiran a refugiarse a la lona que se puso en la explanada de la Zona Naval. Ahora, como intentando convencer al Preciso de que salga, el mariachi toca el danzón Teléfono a larga distancia. Es una versión precisa, al mejor estilo de Acerina y su danzonera, pero con el agravante del espacio abierto, que los trompetistas sortean con pulmones entrenados en los caballitos de tequila.

A los diez minutos sale Fox. De nuevo honores para el retiro del comandante supremo, quien al bajar de las escaleras ve al mariachi y pregunta, ¿y la música? Y el mariachi, quizá como agradeciendo que ya es hora de correr del sol se avientan esa que va: “No vale nada la vida, la vida no vale nada…”. Caminos de Guanajuato, se llama, y habla de un viajero que no quiere regresar a su tierra.Le despiden rostros asoleados, que a nadie convencerán de que vinieron a broncearse a Acapulco.

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