Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Edgar Neri Quevedo

REGISTRO DE CONTRIBUYENTES

  El rey lagarto
Para Luis Otero y Francisco Rojas

 Sólo los dioses muertos son dioses siempre.
José Saramago

 Conocí a Víctor Otero hace algunos años, pocos para precisarlo mejor. Artista en el más amplio significado, dominando varias disciplinas como la escultura –entre la que destacaba la escultura en arena que le hizo merecer un reconocimiento nacional–, la poesía y el dibujo. Ilustrador brillante, talentosísimo y abrumadoramente propositivo, Otero ilustró algunos números de la revista Decisión Ciudadana que edita el Consejo Estatal Electoral. También ganó certámenes de creación literaria, que por cierto jamás presumió.

Un día me mostró una historieta que deseaba publicar, se trataba de una tira cómica, que contrastaba con el anquilosamiento que muestran las caricaturas que generalmente aparecen en los medios impresos estatales, donde sus autores dan muestra de una extraordinaria orfandad creativa, o como acertadamente dijera una diseñadora gráfica, un intenso estreñimiento creativo, así como carencia de ingenio, e incluso, lo cual me parece preocupante, de imaginación y humor. La agudeza solamente la conocen al momento de afilar el lápiz.

Pues bien, el trabajo de Otero es increíblemente agudo. En este caso se trataba de una tira con personajes bien pensados, y mejor logrados, entre los cuales destacaba un lagarto de nombre Baco, que eternamente ebrio soltaba frases elocuentes, ocurrentes, desgarradoramente ciertas. Y el personaje central era un rey sin ojos y sin boca, al cual llamó el Rey Lopitos. Visionaria era. Esta tira cómica jamás pudo publicarse por el pudor editorial que lamentablemente corroe las entrañas del periodismo. Los editores timoratos evitaron publicarla argumentando mil cosas. Un amigo le propuso cambiar el nombre del personaje central pero Víctor jamás quiso hacerlo. Lo concibió así y así debía ser. Decidió que llamarlo como el personaje popular aunque no se publicara jamás. Asumió el riesgo y para desgracia nuestra la tira quedó inédita. Aunque no pasó inadvertida para quienes la conocimos.

Víctor Otero falleció recientemente. Y quienes alguna vez apreciamos su trabajo creativo no podemos ignorar el suceso y sí estamos obligados a compartir el sentimiento que nos provoca el hecho de no contar más con él.

Era profundamente crítico en su trabajo, y eso le costó tener menos amigos de los que merecía.

Y es que Víctor era aventurado, danzaba entre la cordura y la sinrazón con enorme habilidad. Siempre estaba pensando en proyectos y tenía mil ideas que la mayoría de las veces, por falta de apoyo, no cristalizaba.

Sin embargo, junto con él alentamos el proyecto Mar de poesía, que apoyó el ayuntamiento porteño y la Secretaría de Educación estatal, pero que un triste funcionario del ayuntamiento de Acapulco tuvo a bien sepultar, en parte por su incomprensión, en parte por su desmedida ambición. Así, Víctor Otero rotuló e ilustró 60 poemas en distintas bardas en varias colonias del municipio. Bardas que fueron cubiertas por la campaña política que recientemente, y debo decir venturosamente, concluyó.

Nació en Tecpan de Galeana, en la Costa Grande, y era un verdadero trashumante. Su figura aparecía de pronto recortando la tarde, delgada, calzando unas botas que penosamente arrastraba por su complexión.

Junto con Francisco Rojas Reyna unieron talentos y cervezas para dar vida a un libro que ahora es un texto con un infinito valor, El libro de Noé. Una especie de ruta de navegación, una bitácora personal, personalísima.

Hace unos meses comenté en estas páginas la riqueza literaria de la edición. Artesanal, orgánica, hecha en casa. Refleja la esencia de sus autores. Uno, extraordinario poeta. Otro, extraordinario diseñador. Como poeta fue descarnadamente sincero, honesto con el lector, sin engaños, puro pero no por eso ramplón como muchos poetas que hay en Guerrero.

Lo más difícil era encontrase con él. Siempre inquieto, iba y venía como las olas del mar que tanto admiraba. Estudió biología marina en Sinaloa, aunque con humildad evitaba comentarlo. Aún la manera en que se despedía era sorprendente. Pronunciaba un conmovedor “nos miramos luego” y partía. Se retiraba en el momento justo que antecede al hastío en la conversación. Aquel que muchos de nosotros rebasamos y resignadamente soportamos. Él no, él no podía.

Un buen día de pronto estaba junto, a la mano, dando ideas y esgrimiendo la pluma, el lápiz o el pincel. Su mano ansiosa buscaba alguna hoja de papel para figurarla, para poseerla. Un día fue a buscarme a la oficina y no llegué en toda la mañana. Se marchó. La secretaria me recibió admirada. Tenía entre sus manos un hermoso dibujo. Otero lo había realizado mientras esperaba, y gentilmente se lo obsequió. El dibujo sigue siendo un gran tesoro para su propietaria.

Dejé de verlo hace unos seis meses, lo busqué en diversas ocasiones en una casa que tenía por allá por Pie de la Cuesta. Nunca lo encontré. Después me enteré que vivía en Zihuatanejo. Jamás firmó una promesa de residencia. Ni siquiera con las mujeres que le amaron.

Dejó como testimonio muchos trabajos creativos, como el nacimiento que elaboró en el invierno pasado, con la ayuda de buenos amigos y su hermano Luis, artista plástico también. En el nacimiento evitó representar los tradicionales animales que vemos en algunos hogares, retiró de su proyecto las cabras, las vacas y los caballos y creó caracoles, tortugas, estrellas de mar, tiburones y delfines para dar al nacimiento un toque marino. Deseaba repetir el proyecto. Creo que sus amigos debemos hacerlo en su honor.

Propusimos al ayuntamiento una gran escultura en piedra, inmensa, y lo único que se solicitó fue la herramienta para elaborarla. Ni un peso de honorarios. El proyecto se alojó en un escritorio de la Secretaría de Desarrollo Social. Pero la vida compensa, y si por un lado hay artistas, creadores, gente talentosa y brillante, empeñosa, por otro hay personas que carecen de la sensibilidad y capacidad de aprecio y valoración. Eso mantiene un equilibrio que seres como Víctor Otero buscan destruir. Sigamos en la lucha por hacerlo.

El, en algún momento lo consiguió. Todavía recuerdo cuando un turista lo interrogó mientras pintaba una barda, frente a la terminal marítima, y le tomó varias fotografías y le felicitó por dedicarse a tan noble tarea bajo el ardiente sol y solamente con una escalera y varios botes con pinturas y brochas como compañía. Disfrutaba la soledad.

Era pues un ermitaño, le gustaba la compañía hasta el momento justo, repito, del hastío.

Tengo todavía la esperanza de verlo llegar un día de pronto, sin aviso, sin alardes ni falsas cortesías, enfundado en sus inseparables botas, saludando con esos ojos brillantes que develaban un alma en ebullición.

Se reconocía como un mortal más, y eso lo divinizaba para quienes lo conocimos.

Seguirá reinando, creando, proponiendo, acercándose y alejándose a su antojo, como las olas del mar que tanto le gustaba.

El rey lagarto falleció. Permítame usted, caro lector, recordarlo.

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