Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Gil Florente Castellanos

Día de muertos oaxaqueño

 (Tercera y última parte)

 Comida para los difuntos

El durmiente es despertado por su tío Ives. Levantate “muchachito” (niño), ya es tarde y tienes que servir la comida pa’ los muertos –le dice.

Jorge se desepereza y va a la cocina por diez platos de mole negro con carne de puerco y uno de consomé de patas de gallina; luego va por el café, las tazas y un vasito de leche auténtica de vaca.

Recoje las tlayudas (tortillas grandes) y las distribuye en servilletas de tela blanca bordadas con figuras llamativas. Acomoda la jarra con agua y las jícaras rojas decoradas con grecas y cisnes para que beban agua los difuntos. La botella de mezcal y los cigarros los coloca en el centro a fin de que se echen un trago y fumen quienes en vida lo hicieron. Finalmente pide a su tía Elvira, la cocinera, el platón de caldo (mole caliente) para que los invitados del más allá completen su ración.

Al aprendiz de mesero le resulta difícil poner el platón en la plataforma del altar que hace las veces de comedor, pues está repleto de trastos con alimentos. Todavía están ahí las tasas de chocolate, los cocos de espuma (bebida típica festiva) y los panes de yemas del desayuno. También el higadito (torta de huevo con hígado) del almuerzo.

Hay mucha comida y a lo mejor ni vienen –dice el mesero ocasional a su hermano que acaba de llegar con la cazuela de tejocotes en almíbar. Ayer no llegaron; hoy, quién sabe. Según Timo, el masón, que para los muertos es el olor y para lo vivos el sabor. Siendo así, a qué vienen, si desde el cielo pueden oler.

Decoración de las sepulturas

Son las cuatro de la tarde. Jorge se acaba de bañar y tirita al enfundarse en la camiseta. Como sucede cuando hay fiesta en su tierra, hoy estrena ropa nueva. Observa cada pieza de su atuendo y, esbozando una sonrisa  de satisfacción, se la pone. Al terminar de atar sus botas de minero, se acomoda el sombrero de fieltro y sale corriendo a la calle donde lo esperan sus familiares. Todos se dirigen, caminando, al panteón.

El cementerio está situado en las afueras del pueblo, al otro lado de la vía del tren. Su área se aproxima al cuarto de la hectárea. Está cercado con paredes de adobes rojizos, rematadas con una bóveda de ladrillos que las proteje de la lluvia. La entrada principal tiene puertas de hierro. No es la única, los visitantes acondicionaron otra, amontonando tierra junto a la pared de atrás. Por ella entran nuestro amigo y sus deudos para evitar los molestos abrojos que se pegan en la ropa y pinchan las piernas de quienes se atreven a caminar por los vericuetos del camposanto, antes de que lo deshierben, y porque las tumbas que visitan para arreglarlas están por ese lado.

Al llegar a su destino ponen manos a la obra. Colocan las cubetas, las flores, el papel de china, el engrudo y las tijeras sobre una lápida cercana. Jorge, su hermano y su tío acarrean agua y arreglan los floreros. Su papá arranca las hierbas que crecen en los achatados montículos de las sepulturas y palea la tierra acrecentándolos y dándoles forma. Su mamá, su tía y su hermana mayor cortan el papel de china, confeccionando cadenas y banderitas cuyos orificios forman estrellas, flores y grecas. Las otras hermanas deshojan las flores de cempasúchitl. Enseguida decoran las sepulturas. Enredan las cadenas blancas y moradas en las cruces. Riegan confeti y pétalos sobre los montículos sepulcrales. Con flores delinean cruces sobre ellos y colocan floreros con rosas a los lados. Acomodan las veladoras en casilleros construidos ex profeso para evistar las apague el viento. Cubren con rosas blancas y rojas el promontorio de la difuntita, y en su contorno siembran banderitas multicolores. Forran con papel metálico la cruz de la cabecera y en ella cuelgan un medallón con su fotografía. Finalmente rocían los sepulcros con agua bendita.

Al terminar el trabajo decorativo, las familias dan un paseo, visitando las tumbas para observar los arreglos realizados. La calidad de éstos motiva los comentarios: –¿Viste el arreglo de los Contreras? adornaron muy bien y construyeron un jardincito que da la impresión de ser natural. –El de los Torres está mejor. Pusieron una estrella brillante y foquitos de colores en la sepultura del muchacho que murió por fumigar su parcela sin protección.

–¡Huy! a los Pérez no les alcanzó ni para veladoras. Pero qué tal los Peralta… nomás se fue su hijo al norte, y ya ven, el arreglo que pusieron.

–Oigan, los Benítez no se quedaron atrás; arreglaron con puras gladiolas y coronas de la misma flor, y hasta mezcal les pusieron a sus muertos.

–Quienes de plano se olvidaron de sus difuntos fueron los Gaspar, las tumbas de tía María y tío Juan Torito están llenas de hierba y alguien que se condolió de ellos les puso una veladora; ya ni la amuelan los nietos.

–Para mi gusto las tumbas mejor decoradas fueron las de los Yández; puros arreglos caros pusieron; pero así que chiste, todo le mandan sus hijos que andan por allá…

La exposición divierte al público e imprime al acto un toque de alegría contagiante que aminora el pesar de los dolientes y torna asimilable la crítica.

Nuestro crítico estrella visitó todas las tumbas; las observó desde diferentes ángulos; centró su atención en la forma, en el color, en los detalles; contrastó mentalmente los arreglos observados y concluyó, con satisfacción, que las sepulturas mejor decoradas, las que se miraban más bonitas, eran las de su abuela Sixta y la de su hermanita Isabel.

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