Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Gil Florente Castellanos

Día de muertos oaxaqueño

 (Segunda de tres partes)

 La procesión de San Nicolás

Nuestro amigo llega al atrio. Ya hay mucha gente reunida. Adultos, jóvenes y niños de su pueblo, La Trinidad, se aprestan a iniciar la procesión. Cuatro varones con paliacates rojos en sus cabezas salen de la Iglesia transportando en hombros la figura de San Nicolás que viste una túnica café y un cordón dorado ciñendo su cintura. Cinco señores de aspecto campesino llevan sobre sus espaldas sendos canastos grandes de carrizo (pizcadores). Las beatas con velas encendidas en sus manos caminan despacio, colocándose en dos filas para formar el acompañamiento. Los demás fieles – mujeres enrebosadas y hombres ensombrerados– imitan su ejemplo.

Veinte músicos de la banda de Tio Federico tocan una melodía religiosa y se dirigen hacia la calle principal. Los tamemes de San Nicolás apresuran el paso para alcanzarlos. Los prosélitos del santo van tras ellos. Se inicia la caminata.

La comitiva se detiene en la primera esquina, la Esquina de la Cruz. Los varones bajan al santo. Los cargadores colocan los pizcadores alrededor del mismo. De las casas cercanas salen las mujeres a depositar la ofrenda: pan, chocolate, frutas del tiempo, flores y veladoras son puestas en los respectivos canastos. Mientras tanto, los fieles rezan el rosario. Cuando éste termina, se reinicia la marcha. Los músicos interpretan un salmo, las beatas entonan cánticos religiosos, los devotos musitan plegarias. Así realizan el recorrido por las calles del poblado durante toda la noche, haciendo estación en cada esquina para recibir la dádiva.

Jorge forma parte del séquito, pero no canta ni reza. Se divierte jugando con los miembros de su pandilla: corren, se esconden, hace travesuras, hurtan frutas de los canastos y remedan las poses de las rezanderas y de los cantores. De este modo, el sueño se aleja y la noche se hace corta.

A las cinco de la mañana llega el cortejo al panteón. Allí termina la procesión. En esta estación rezan el rosario, entonan los últimos cánticos y los músicos interpretan el último salmo. Los prosélitos regresan a la iglesia de manera dispersa. Aquí, los jóvenes que cargaron al santo lo acomodan en su nicho; las beatas dan el sobrante de las velas a Crispín, el sacristán; los cargadores entregan los pizcadores repletos de productos donados a las 12 mujeres del comité de la iglesia que desde muy temprano se instalaron  en el atrio con ollas de agua caliente, jarros, tasas y molinillos para preparar el desayuno de los caminantes nocturnos; muchos de los cuales ya esperan sentados en cuclillas, tiritando por el frío de la mañana. El prosélito iniciado desayunó de prisa y se fue a casa a dormir. El sueño le impidió participar en el reparto de la fruta recabada durante la procesión.

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