Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulqueños XII

A la memoria de doña Josefina Pano Valdovinos, con un saludo emocionado para los suyos. La generosa Jose, a la que nunca agradecí lo suficiente sus infinitas atenciones.

Los lectores primero

Carlos Robles Heredia nos envía un correo electrónico (¿existe todavía el glorioso Servicio Postal Mexicano?). Nos dice:
Soy asiduo lector de su columna sobre todo cuando sacas fotos de Acapulco antiguo. Me gustaría preguntarle ¿por qué cuando habla de Acapulco, viviendo sus mejores años y en especial de Caleta y Caletilla, se refiere únicamente a doña Juana Quiroz? ¿Por qué nada más de ella si existía un lugar donde se daba a cita a comer mariscos toda la gente de prosapia local, además de frecuentado por miles de turistas?
Tal lugar –continúa Robles–, estaba considerado el mejor lugar de Acapulco para comer mariscos. además de muchos otros platillos. Con todo respeto, si usted no conoció o fue a comer en su momento a ese lugar, discúlpeme pero usted no conoció Acapulco. Me refiero al restaurante El Norteño, que tuvo el mismo servicio durante 40 años, hasta que murieron sus propietarios, primero don Raúl Robles Ozuna y luego doña Alicia Heredia Hernández.
Amigo Carlos: Lo primero: porque doña Juana Quiroz era amiga de Toña Ayerdi, mi madre, y fue correligionaria de la familia en la lucha contra el gobernador Caballero Aburto –ella surtía de comida a las “paradas cívicas” “contra la satrapía” (hoy plantones), y porque además su simpatía y lenguaje florido, no pronunciaba una frase sin varios chingaos o palabras mayores, la hicieron un provocador sujeto mediático y anecdótico.
Una: A la caída de Caballero Aburto se instala en Acapulco un ayuntamiento popular encabezado por Canuto Nogueda Radilla y doña Juana forma parte del Cabildo sustituyendo a un regidor asesinado en la “Tahuer” (así se pronunciaba ante las buenas conciencias el nombre de La Huerta, en la zona roja, un suripantero donde miles de acapulqueños perdieron la virginidad). Un día cualquiera, el alcalde informa en conferencia de prensa que se ha aceptado la invitación del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, para que el de Acapulco participe en una reunión continental de ediles. Representación que se designará en sesión de Cabildo.

Las maletas

No bien ha terminado el alcalde la última frase cuando un periodista –famoso por su veneno más activo que el de la coralillo–, pide la palabra para proponer:
–¿Para que Cabildo, señores? De una buena vez habían de nombrar representante del Cabildo a doña Juana Quiroz, única regidora que sería capaz de poner muy en alto el nombre de Acapulco en el exterior. Digo yo.
Solo hasta que han amainado las ruidosas carcajadas de la concurrencia, doña Juana levanta la mano pidiendo el uso de la palabra. Por alusiones, se dice hoy.
–Con permiso, señor presidente y compañeros regidores. Quiero decirles que si ustedes me eligen aceptaré con gusto viajar tan lejisísimo, pero lo haré con una sola condición. La condición de que ¡la chin-ga-da -ma-dre del señor periodista! (aquí el nombre del aludido), me acompañe en el viaje para cargarme las maletas.
–¡Sopas, perico!, comenta un “tundemáquinas” –sinónimo de periodista–, cuando se da por terminada la conferencia, en medio de un barullo celebratorio.

El Norteño

Volviendo a lo nuestro, don Carlos, le diré que el restaurante de Caletilla preferido por la familia del que firma, fue La Oaxaqueña. Y eso porque sus propietarias, doña Carmelita y Lupita, madre e hija, eran inquilinas de Toña Ayerdi. Se trataba de una prole voraz que en cada sentada consumía uno o dos meses de renta, incluída la propina de Proto, el mesero.
Ahora bien, por lo que hace al restaurante El Norteño, debo reconocer que tiene usted toda la razón en cuanto a la calidad y sabrosura de su cocina, cocina marinera que no me es ajena. Quienes nos acercaron por primera vez a ella fueron Jorge Machete Vielma y su esposa Tedy Lucena, compadres por cierto de Lupita y Manuel, su hermana y cuñado con quienes conservamos una relación cordial. Sí he comido pues en El Norteño, don Carlos, y entonces, como usted condiciona, sí soy acapulqueño. Gracias y saludos.

El Club de Leones

El primer Club de Leones de Acapulco se funda en 1942 a instancias del capitalino aquí avecindado Fernando Leal Novelo. Gobiernan la entidad el coronel Gerardo Rafael Catalán Calvo y Acapulco el líder obrero Elpidio Rosales, dirigente de la fábrica La Especial (hoy Idhasa).
(A Rosales lo llamaban cariñosamente Pillo, no obstante ser uno de los poquísimos dirigentes obreros honrados de Acapulco. (Estimaba el periodista Reemberto Valdez Ortega (papá de Pedro Julio) que podía haber políticos y líderes honrados, pero no honrados, honrados, honrados). Pillo sí lo era pues, pertenecía a la estirpe de un Tancho Martínez, líder que fue de la CROM. Sobreponiéndose incluso a la leyenda negra del fundador de la organización Luis N. Morones. Fue este ministro del presidente Elías Calles y su compañero de exilio. El ingenio popular adjudicará un significado distinto a las siglas CROM (Confederación Regional Obrera Mexicana): Como Roba Oro Morones que leída al revés descubrirá otra verdad: Más Oro Roba Calles.
El Club de Leones había nacido 25 años atrás en la Unión Americana como una organización mundial de servicio humanitario. Aquí construirá escuelas y atenderá principalmente a los niños con deficiencias visuales. Según Wikipedia, hoy operan 45 mil clubes en 206 países con 1.35 millones de socios.
Recuerda el cronista Carlos E. Adame, sin duda el más entusiasta animador de las organizaciones sociales del puerto, que las primeras reuniones se celebraron en el hotel América de don Rosendo Pintos y se trasladaron luego al Colonial, de la plaza Álvarez. Sitio que ocuparon sucesivamente los hoteles Dos de Abril, Tropical y Casa Amparo. También, la comandancia militar del puerto, la aduana marítima, el Banco de Comercio y actualmente el edificio Nick, de don Nicolás Zacarías, de la familia cinematográfica. Y no podrá ser de otra manera. El joven Adame será electo primer presidente del Club de Leones de Acapulco, llevando como secretario a Toño Pintos y en su primera reelección al licenciado Fernando Calderón.
Durante la cena inaugural se presentarán como “leones”: Aníbal Andrade, el arquitecto Jorge Madrigal, Joaquín y Antonio Adame, Guillermo Piza, Alejandro Batani y unos cuantos más. Se celebró en la residencia del empresario libanés Miguel Abed, en la península de Las Playas, quien tenía como invitado de honor al guerrerense Ezequiel Padilla, flamante secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno del presidente Avila Camacho y aspirante a sucederlo cuatro años más tarde. El de Coyuca de Catalán era egresado de la Libre de Derecho y había hecho posgrados en las universidades de Columbia, en los Estados Unidos, y la de París, en Francia, becado por Victoriano Huerta. ¿Y qué?, se defendía.
Fiel a su costumbre, el insoportable Narciso Negro, bautizado por Salvador Novo como Ezequielzing por su proyanquismo exacerbado, llegó a la cena con más dos horas de retraso. Aún así, hablará por más de una hora sobre un mexicano providencial con el que México podría alcanzar por vez primera el rango de país civilizado: ¡El mismo! No obstante estar los porteños acostumbrados a la cohetería infernal de los días de fiestas, la pirotécnica verbal del orador los deslumbrará perdonándole la majadería y entregándose a él sin recato.
El Cronista de Acapulco mantendrá como timbre de orgullo el haber alternado con uno de los más grandes oradores de todos los tiermpos mexicanos. Él mismo calificará como modesta esa primera etapa del Club de Leones, no obstante extraordinaria en cuanto a su resonancia social.

La UFI

Así fue conocida aquí la Unión Femenina Iberoamericana cuyos objetivos eran| “estrechar la cultura, la fraternidad y la comprensión entre las mujeres de nuestros países hermanos”. A ella pertenecieron acapulqueñas dedicadas a los quehaceres más disímbolos, unidas en el propósito de participar activamente en la grandeza de Acapulco. Inolvidable su fundadora doña Consuelo Román de Salgado. En 1990 asume la presidencia de la UFI la señora Gloria de la Peña y Castillo y le da posesión la presidenta nacional de la organización, Estela Covarrubias de Macías. La crónica es de Arturo Escobar García, publicada entonces en Novedades de Acapulco.
Fue la propia señora de Macías la que entregó la Luz Simbólica a la señora De la Peña, poco después de rendidos los honores a la Enseña Patria portada por Quica Salgado y Catita Bañuelos de Ramírez. En el presídium se encontraban María Rodríguez de Camarena, Maricarmen Villamil, Violeta Farías Montano (presidenta saliente), Cristina Furlong de Argudín, Vicky Gallo de Garcés, por el DIF municipal; Evelia Villalobos de Chavelas, por las Damas Voluntarias de la Cruz Roja; Lupita Mejía de Vela, presidenta de la Mesa Redonda Panamericana de Acapulco; Eloína López Cano, directora de la Casa de Cultura de Acapulco; Alfonso Salcedo y Óscar Meza Celis.
Entre la concurrencia anotamos a Petrita Herrera, fuerte pilar de esa organización; Lourdes Montano de Meza, Chiquis Robles, Angelita Guadarrama, Emilia Guadarrama de Moreno, Laura Fany Alarcón de Heredia, Elenita Avellaneda, Adelita Trani de Avellaneda, Aurora Tostado de García, Lourdes García, Maru Licea Alcaraz, Maritza Gutiérrez de Arcuri, Chabelita Robles, Emma Otero de Rodríguez, Adriana Sánchez de Oscura, Marta Catalán, Josefina Cousin de Salgado, Irma Berdeja de Matteoni,
Victoria Muñoz de Bergeret, Mirtila Beltrán de López Godina, Ana María Arcos de De la Peña, José Antonio de la Peña y su esposa Ángela; Consuelo Bernal de De la Peña, Yolanda Rivera, profesora Ana María Córdova de Avalos, Magaly Sutter de Adame, Olivia Alarcón, Melánea Calderón, Rosa Andrea de Benítez, Inés Arroyo de Benítez, Gladys Romero Hernández, Bertha de López, Lolita Garay, María Elisa Leyva, Oralia Alcaraz de Licea, Tina Quevedo de Martínez, Alicia Murrieta de Bernal, Yolanda Rosales de Aguirre, Abigail Mosqueda, Margarita Alarcón de Caballero y muchas más.

Los nombres

Abramos ahora en la página 225 el libro Acapulco en mi vida y en mi tiempo de don Alejandro Gómez Maganda y sigamos su recuerdo:
En el Acapulco que amé desde mi infancia, han existido y existen nombres de popularidad innegable por las diversas razones de su significación. Nombres usuales ejercidos por los labios del pueblo que al pronunciarse se identifican de inmediato con la región física y humana de paisaje acapulqueño:
Juan R. Escudero, la señorita Chita, Eduardo Mendoza, Felipe Valle, Chabe Caballero, Rosa Gómez, el Mocho Sutter, Tomás Diego y Julio su hermano: el padre Leopoldo, Marianita Altamirano, Chendo Pintos, la Güera Leandra, Nicéforo Rico, Don Obdulio –así, a secas– San Millán, Caicero, Cachafo, el Popudo la Ñeca, Mariscal, María Arrieta, Amado Olivar, Cándido Apac, Gume Limones, Doña Balbina, el amigo Víctor, Polanco, Beto Escobar, Pillo Rosales, William Mc Hudson, el doctor Pangburn, Butrón.
Otros nombres que suenan ahora mismo
Manolo Pérez, Pedro Huerta, Toño Rosas, El Espanto, Quirino, Bono Batani, Clemente Mejía, Fulgencio Escudero, Pepe Villalvazo, Jorge Joseph, Carlos Barnard, Miguel Guajardo, Pulen, el licenciado Pérez, Rosita Salas, Vilma Villalvazo, el Chamón de ayer y hoy; Calín Pintos, Concha Hudson, Pérez Solís, Pepe Polín y su hermana Julia, Baltazar Hernández, Sócrates Muñiz, Nacho Victoria, Beto Barney, Juan Caballero Aburto, Carlos E. Adame –antes y ahora–, Daniel Sánchez
Toño Pintos, Antonio Gayón, Raúl Walton, Felipa Valverde, Homero Castilleja, Roberto Palazuelos, Julio Fernández, Lamberto Alarcón, Cobos, César Bajos, Arredondo, Mario de la O, José Osorio, Oscar M. Caligaris, Pancho Juárez, Ramón Guillén, Fernando Castañon, Fernando Calderón, Teófilo Berdeja, los Morlet, Enrique Muñúzuri, Cuquita Massieu, doctor Quintanilla, Amelia Sthepens, Rafael Añorve, Montaño, Lola Estrada, Tino González, Luis Bello, Silvestre Basura y muchos otros.

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