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Federico Vite

El homicidio ejemplar del portero

En la novela de Peter Handke El miedo del portero ante el penalti,  el autor se propuso recordarnos, tal como lo hizo Albert Camus con El extranjero, que la confusión sentimental es un motor admirable para exhibir la pasividad como un síntoma de la animadversión del alma.
La primera novela de Camus es protagonizada por el señor Meursault, un hombre que tras cometer un asesinato llega a prisión y al patíbulo, pero no siente nada. Testimoniamos la singular transformación del señor Meursault, la perfección de su extraña esclerosis emocional.
El novelista, dramaturgo y ensayista Camus concibió este documento —quizá el más conocido de este autor argelino— durante una convalecencia de tuberculosis en un sanatorio. Culminó la novela en 1940 y dos años después fue publicada. Hay en estas páginas una extraña sensación de tedio. La vida del protagonista es un aburrimiento letal. Tras la muerte de su madre, el joven Meursault asesina a un árabe, no muestra arrepentimiento ni lástima. Al final descubre que no tiene sentimientos, no es capaz de expresar emociones. Este aspecto, el del entumecimiento del alma, es un tópico que sondea Handke en El miedo del portero ante el penalti.
Cito el inicio de la novela de Handke: “Al mecánico Josef Bloch, que había sido anteriormente un famoso portero de futbol, al ir al trabajo por la mañana, le fue comunicado que estaba despedido. Sea como sea, Bloch lo interpretó así, cuando al aparecer por la puerta de la garita donde los obreros estaban descansando, solamente el capataz levantó la vista del almuerzo, así que se marchó de la obra”.
Como bien nota el lector, desde el arranque de este documento, hay una confusión en Bloch, un daño irreversible, grave y progresivo: entiende y muy mal cada gesto, cada símbolo de la cotidianidad.
Handke?publicó en 1970 esta novela, es una muestra de la incomunicación, del sin sentido de alguien, que como Bloch, no logra ingresar al mundo. Durante 167 páginas, el narrador nos trasmite las vivencias de Bloch con acciones inmediatas: comer, beber, leer, dormir. Handke utiliza verbos de uso corriente, domésticos pues, para sugerir en el lector la intención de movimiento, aunque el mundo interno de Bloch sea una tormenta, motivada por pequeñas catástrofes que diagnostican la incapacidad de normalidad de este hombre.
En la novela, Bloch viaja,  renta un cuarto, inicia pleitos sin sentido, frecuenta el cine y asesina a una mujer, pero el sentimiento que perdura en el lector es el del distanciamiento, la falta de emoción.
Handke logra un excelente retrato de los estados de angustia de Bloch. No hay nada que el protagonista pueda hacer para evitar su catástrofe, su condición outsider consumado. El autor renuncia a detallar la vida privada de su protagonista, con ello demuestra la enfermedad, la clave esquizofrénica anclada en el desarraigo de Bloch.
En la narración, Handke alcanza grandes momentos de intensidad cuando disecciona la pereza del alma. Ofrece al lector la esencia del personaje, aunque éste resulte un pusilánime; por ejemplo, cuando Bloch estrangula a una mujer y aunque nada cambie, el lector sabe, o siente, que todo lo demás irá en picada para Bloch.
El homicidio del portero recuerda mucho a Mersault, ambos personajes son incapaces de entender el motor de sus actos, pero lo más cruel es la incapacidad, en los dos, para el autocontrol, para amainar las ansias.
Estas dos novelas mencionadas son líneas que tocan un borde. Para muchos críticos, el existencialismo es la clave de estas dos propuestas literarias del siglo pasado, aunque más que una propuesta filosófica noto, en estos autores, la necesidad de mostrar lo esquizoide, una malformación en el trato y la comprensión del otro. Encuentro la extranjería del yo en los dos personajes, algo ajeno que conmueve por la acumulación del silencio, como si destapara todo el ruido de fondo sólo al final, cuando una pequeña válvula de escape nos confirma la gravedad del estado anímico de estos dos personajes.

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