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El Moi, un tragafuego que no quiere terminar de vendedor de drogas

 Xavier Rosado *Moisés, El Moi, es uno de esos personajes que forman parte de la transición del puerto en gran ciudad.Como muchos otros, viven de la buena voluntad de los miles de automovilistas que diariamente recorren las cada día más saturadas calles y avenidas.Su profesión: tragafuego. Ha adoptado el río de El Camarón como su hogar y sus puentes como su techo; come “de lo que hay” y “cuando hay”.“No sé hacer otra cosa, desde chico ando en las calles, de vago, pidiendo limosna; cuando tenía para una caja de chicles pues la compraba para ganarme un peso, esos tiempos ya pasaron. Hace tres años llegaron unos cuates de México y me enseñaron a aventar gasolina con la boca, me puse unas quemadas bien gachas al principio, porque hay que sacar la cara cuando te llega la flama, pero eso sólo con la práctica”, explica El Moi y se dirige al crucero. La luz roja es para el luz verde que le permite hacer su trabajo.

En la esquina de Cuauhtémoc y Ruiz Massieu, la de esta misma calle y la Costera, según las horas del día y el fluir del tráfico, así maneja El Moi su horario de trabajo, al final del día sacará unos 20 o 30 pesos, suficientes para unos tacos y un bote de resistol cinco mil, que consume desde hace ocho años, cuando contaba 11 años de edad.

“Es que el chemo ya es parte de nuestra vida, a veces no nos alcanza para el botecito y pues nos juntamos entre dos o tres para una lata, lo echamos en un bote de yogurt y ahí estamos pegados, soplándole para que se nos olvide que tenemos hambre, para eso es el resistol, porque cuando le haces se te quita el hambre, entonces es mejor gastarte ocho pesos en una latita que comprar un gansito y una coca”, dice el Moi en actitud de camarada, de alguien que ya está acostumbrado a la vida que le tocó vivir.

“Aquí han pasado a preguntar que porqué vivo así, si no me gustaría llevar otra vida, si no quiero aprender a trabajar, pero al final, nomás preguntan y luego no hacen nada. Ya no creemos”.

El Moi hace su espectáculo descalzo, vestido con un pantalón de mezclilla cortado hasta las rodillas gris ya de la grasa en la calle, no usa cinturón ni camisa, trae una botella PET de 600 mililítros con gasolina, una antorcha de madera con tela y chapopote encendido, que deja ráfagas en el aire y una estela de humo.

“Soy de Iguala, pero desde que me salí de mi casa (10 años) me vine para acá, me gusta estar aquí porque no falta dónde dormir, en la playa, aquí en la Gran Plaza nos quedamos o en el puente, en el canal. No guardo nada ahí, ¿qué voy a guardar si no tengo nada?, a veces, si recolectamos una caja de latas o botellas de vidrio, lo guardamos en la noche, para venderlas al día siguiente”.

“No sé si voy a andar de tragafuego toda la vida, la verdad no me gustaría. Yo he visto chavos de la calle que cuando crecen empiezan a correr droga, ya no les llena estar de limosneros, ojalá que no me pase a mí pero, ¿qué haces?”.“No, a mi no me deja estar aquí la poli, siempre los andamos esquivando porque nos quitan de las esquinas, muchas veces ya ni nos llevan a la delegación, pero otras sí”. “Sí, tratamos de ayudarnos entre nosotros, cuando se enferman los llevamos a la Cruz Roja o a veces, cuando alguno de nosotros se pasonea pues llamamos a la ambulancia y vienen por ellos, pero así normalmente pues cada quien le hace como puede, tampoco vas a dejar de comer por otro que está igual de jodido que uno”.

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