Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*Aquí en Guerrero, aguantando vara

Grave y alarmante fue la noticia (mejor dicho, el hecho) de que la tromba de la semana pasada en Chilpancingo había inundado y destruido las obras de reconstrucción del reencauzamiento del río Huacapa (¡uf!), frente al Colegio México, justo donde había inundado y destruido la tormenta Manuel.
Pero quizá más grave y alarmante fue la reacción de la mayoría chilpancingueña ante la noticia (el hecho, pues). Al menos este escribidor esperaba asombro, preocupación, temor e indignación y, luego lueguito, protesta y movilizaciones para urgir la reparación de los daños y la conclusión total del reencauzamiento del Huacapa.
Si me apuran tantito, hasta esperaba (sentado, eso sí, que optimista no significa guaje) manifestaciones para exigir respuestas inmediatas, más claras y concretas, al montón de preguntas de un montonal de chilpancingueños sobre la obra.
Quizá más grave y alarmante, porque al menos este escribidor se quedó esperando; pero aún, porque éste, como la mayoría de sus paisanos no reaccionaron, o reaccionaron con tibieza, apatía, indiferencia y con resignación de las peores… fatalista y hasta auto denigrante.
Sé que suena gacho decirlo y más gacho sentirlo, pero es que la neta se entienden y comparten los motivos y las causas de la colectiva resignación. Me explico.
Justo por esos días de la pasada semana, leí una investigación de un grupo de sismólogos presuntamente serios y respetables, en la que concluyen que en un lapso no mayor a cinco años, los sureños seremos zarandeados y acalambrados por cuatro o cinco sismos de entre 7 y 8 grados.
Ta’ cabrón, ¿no? Dicen que pobre México, por estar tan lejos de dios y tan cerca de los gringos, pero yo digo que pobrísimo Guerrero, por estar lejísimos de dios y cerquísima del diablo.
Y es que na’ más chequen la listita sureña de calamidades y quebrantos: terremotos, tormentas, violencia, crimen, inseguridad, pobreza extrema, corrupción, impunidad, conflictos armados, ingobernabilidad y… el pasado fin de semana en Acapulco, un chingo de chilangos motorizados de la peor ralea.
O sea, alguien se pasó gachísimo con los guerrerenses a la hora del reparto nacional (y hasta pudiera decir, con tono de Valentina Alazraki, ¡mundial!) de calamidades y quebrantos rigurosos, ineludibles y renovables. O sea, ¿qué nos faltaría, además de ser orinados por uno o múltiples canes, para empeorar más lo de por sí tan peor? Tsunamis, volcanes activos, avalanchas de nieve, rotura de capa de ozono, heladas desas cañonas, tormentas de arena, sequías y hambrunas onda Bangladesh… y la neta no mucho más.
Así no jugamos, no se vale, todo nosotros, ya nos vieron la cara de pendejos, podríamos decir y decimos con justicia y derecho a plenitud los guerrerenses. ¿Pos qué se creyeron éstos?
Y para acabarla de empeorar, como que no se nos dan muy bien que digamos eso de los consensos necesarios, los acuerdos organizados, la protesta propositiva, la participación productiva, ni la construcción de buenos gobiernos democráticos.
Así que, luego de décadas de agobios y frustraciones semejantes, hasta los pueblos más bragados y guapos se arrugan, se acalambran, se cansan y se tiran sin recato a la resignación fatalista y auto denigrante.
T’amos jodidos, qué se le va a hacer, ya ni llorar es bueno. ¿Qué nos queda, más que aguantar vara sin chillar, como los machos?
¿No sería mejor llorar y chillar recio un rato, para soltar penas y aflojar el cuerpo, pero luego dejar de aguantar tanto y ponernos de acuerdo en algo para hacer algo? Chance y así dejamos de esperar que otros resuelvan los problemas que a nadie más que a nosotros nos afectan.

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