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La fiesta y el olvido; escenas recurrentes durante el Día de Muertos en Las Cruces

 * Unos 10 mil visitan a sus difuntos el fin de semana en Acapulco * No reporta incidentes mayores la Profeco * Vendedores ambulantes pagan 100 pesos por metro para poder vender el panteón

 Raquel Santiago Maganda * Algunos muertos no fueron visitados ayer por sus familiares en el panteón municipal de Las Cruces. Los más afortunados recibieron la visita de sus parientes quienes les llevaron música y por lo menos una vez al año limpiaron sus sepulcros.

En el primer Día de Muertos, ayer se recordó a los infantes pero decenas de familiares también aprovecharon para decorar las tumbas de los adultos porque aseguran que hoy no podrán hacerlo por cuestiones de trabajo y personales.

En el acceso principal del panteón, la fiesta tradicional comienza con la mezcla de los colores de las decenas de variedad de flores para el Día de Muertos. Los vendedores comienzan a ofrecer su mercancía y sin necesidad de que les pregunten los precios, como una subasta empiezan a decir los precios: “¡10 pesos el ramo de flores!”, “!5 pesos aquí!” contestan puestos más adelante.

Afuera del panteón, los olores de flores e incienso se mezclan con la comida: tortas de relleno, pollo asado y taquitos. Cerca de 20 policías vigilan el orden y por la baja afluencia al panteón las vallas colocadas en la entrada eran respetadas por los visitantes.

Hasta mediodía, una ambulancia de la Cruz Roja y un carro de Bomberos no reportaban incidentes. Incluso el director de Protección Civil Municipal junto con su personal confirmó que todo se desarrolló en forma tranquila, incluso confirmaron que la afluencia era menor según sus cálculos, menos de 10 mil, pero también prevén que la cifra podría triplicarse hoy por ser el día de los muertos adultos. El personal de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), tampoco reportó mayores incidentes.

En el recorrido se aprecian tumbas de niños que aún no han recibido las ofrendas de flores y menos la compañía de sus familiares. La tumba de la niña Cinthia Salgado Vázquez, nacida el 13 de agosto de 1983, estaba solitaria hasta las 2 de la tarde.

En esa misma situación estaba la humilde cruz del niño Jesusito García Tapia que no tiene mayor dato más que el nombre, ubicado en la Sección R de la primera clase.

Ahora los vivos se mezclan con los muertos en su faena de buscar a sus familiares, los niños juegan entre las tumbas sin sentir miedo, ni siquiera piensan que profanan el descanso de los residentes.

Un par de mujeres de más de 50 años, cargadas con flores multicolores que van desde el tradicional Cempasúchil, la flor de terciopelo y las gladiolas caminan en busca de su difunto. “Creo que es por este lado”, dice una de ellas con esperanza de hallar la sepultura y así se encaminan con la esperanza de depositar los regalos bajo el incesante sol.

La inconformidad en el panteón se incrementa cuando los visitantes notan que dos pasillos han dejado de serlo para sepultar allí a los últimos muertos de este año. La tumba más reciente es de la señora Antonia Cervantes Gutiérrez sepultada el 22 de octubre a los 64 años de edad.

Aún se aprecian algunas sepulturas cuyos familiares aún no han instalados las lápidas y los mausoleos, la tierra en algunas de ellas está socavada y con flores marchitas.

En uno de los pasillos, un par de hombres trabajan en la construcción de una gaveta, para el siguiente visitante de ese lugar. En tanto, en la Sección S de la primera clase, nuevamente la tumba de Shaika Anahí Celis de 14 años ubicada en la Sección S de primera clase es visitada. Un día antes sus compañeros de secundaria le colocaron una ofrenda, y ahora su familia le llevó su música preferida y parte de los objetos personales de la adolescente.

Aunque allí los muertos son iguales, las tumbas muestran la posición social que en vida tuvieron. Por ejemplo, la cripta de la familia Méndez Castrejón mide aproximadamente 3 metros de largo por 2.5 metros de ancho, el lugar tiene detalles de cantera, ventanas de vidrio y ataviada de rosas rojas, además de gladiolas. Afuera del lugar hay una banca donde los familiares descansan frente al altar bajo la sombra de un almendro.

Atrás de esta cripta familiar, se encuentra escondida, opacada por el resto de las construcciones ostentosas, una cruz de madera olvidada que sólo reza el nombre de Carlota Nava Saavedra. No hay más datos, ni mayor compañía.

Frente a la cripta de la familia Méndez Castrejón se encuentra una placa que reza: “En homenaje a las víctimas desconocidas del huracán Paulina, gobierno municipal noviembre de 1998”.

Los vivos siguen su camino entre los muertos. El panorama de desolación va adquiriendo color gracias a las flores, y a la faena de los familiares, por ejemplo: tres mujeres, familiares del fallecido Benigno Gallegos, pizcan las flores de cempasúchil para cubrir la lápida, el sol y ni siquiera la reportera gráfica las aleja de su actividad, sólo se limitan a sonreír y fingir que no ven la cámara.

Los querubines de cemento, los santos y vírgenes son remozadas con pintura blanca, mientras que docenas de mujeres, hombres y niños ofrecen su servicio de lavar las sepulturas, pintarlas e incluso cantar el tema preferido.

Los músicos también deambulan en busca del cliente, aunque varios de ellos no pueden evitar los comentarios por la falta de clientes, a quienes por 20 pesos se puede dejar escuchar la tradicional canción Amor Eterno y Las Mañanitas, a ritmo de guitarra o acordeón.

De repente, el bullicio se incrementa por el ruido de los motores de tres motocicletas conducidas por policías de la Coordinación General Operativa Grupo Relámpago, que hacen recorridos para mantener el orden.

Por lo que queda de los pasillos, las personas pueden caminar libremente y el agua alcanza para limpiar las tumbas. Por fin las dos mujeres logran encontrar a su familiar y afanosamente comienzan a sacudir el lugar para colocar sus flores.

Los niños también participan en las labores de limpieza, aunque algunos motivados más por la tradición y el ímpetu de ganarse unos pesos, están dispuestos a cobrar un poco menos si el cliente es hábil y no se muestra interesado.

Los montones de flores y coronas del año, esperan que el personal de la Dirección de Saneamiento Básico las aleje del lugar, mientras que los vendedores ambulantes tolerados que pagaron 100 pesos por metro, ofrecen refrescos, fritangas y aguas de sabores. Algunos visitantes aprovechan para comer tamales o pozole sobre las tumbas.

A las tres de la tarde numerosos visitantes se retiran del lugar asoleados, con sus utensilios de limpieza de regreso, sudados y cansados de las labores de convivencia con sus muertos, pero también satisfechos por haber cumplido un año más con la tradición de recordar a sus difuntos y hacer una fiesta que también disfrutan los vivos.

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