Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

México en la globalización.

 En otras ocasiones he afirmado que en la era de la globalización y del nuevo orden económico imperante, el que no queda debidamente insertado indefectiblemente queda ensartado. A México le está pasando lo segundo, porque a la menor insinuación nos abrimos de fronteras sin antes haber aprendido a mover el abanico, como diría Maria Félix.

El paradigma globalizador: la supresión de fronteras económicas, trasciende las soberanías nacionales al ceder a reglas internacionales importantes cuestiones de las economías internas de los países. Obliga a los gobiernos a acatar escrupulosamente reglas de juego que muchas veces se contraponen a las demandas e intereses de los pueblos y que de no cumplirlas, son sancionados con la cancelación de ayuda financiera, acceso nulo o limitado a los mercados de capitales, penalizaciones comerciales y olvido político. Obsérvese el caso de Argentina.

En nuestro país los tecnócratas neoliberales de todos los colores, nos han llevado a glorificar el libre mercado y a satanizar cualquier intervención del Estado en la economía. Prácticamente y en forma autoritaria, nos impusieron el nuevo modelo de crecimiento económico sin cuidar y emprender la adaptación de empresas, trabajadores y de productores rurales a un mundo sin fronteras económicas.

Las funciones reguladoras, compensatorias y de equilibrio que el Estado tenía respecto al mercado han desaparecido casi en su totalidad. Esto no permitió que se encauzara la transición económica con instituciones públicas orientadas a emparejar las condiciones de competencia de empresas y trabajadores nacionales con el exterior.

Consecuencia de lo anterior fue la fragilidad generada en la armonía y la justicia social; entrar a la globalización sin estar preparados, trajo consigo avasallamiento extranjero en la apropiación de mercados, destrucción de plantas productivas locales y por lo tanto, deterioro de las condiciones de trabajo, disparidades distributivas, mayor pobreza, inseguridad pública y desánimo social.

Como dice el economista David Ibarra: “La pretensión de encauzar el manejo económico con abstracción de sus consecuencias en otros ámbitos de la sociedad es uno de los más grandes errores que hemos cometido en nuestra forma de incorporarnos a la globalización. El economicismo rampante de estos años, debiera ceder el lugar a un manejo político más sabio y reconstructivo. Despolitizar a la economía y excluirla de sus consecuencias sociales es engañifa perniciosa y peligrosa.”

Los precios y el control de la inflación a través de la reducción del circulante, el equilibrio fiscal y la desregulación económica deberían de estar en congruencia y subordinados a las verdaderas prevalecencias sociales: empleo, desarrollo, generación de riqueza social y su distribución con equidad entre todos los participantes. No hemos sabido conciliar, en lo económico, las demandas internas pospuestas con las exigencias externas.

El reto es armonizar adecuadamente, sin sacrificar esencialmente, los objetivos nacionales con los del nuevo orden económico mundial. Otros países con economías similares a la nuestra lo han logrado. Han sabido innovar sin depender exclusivamente de los mercados liberalizados.

Establecieron a la par de su apertura, políticas públicas de fomento industrial, subsidios compensatorios a empresas o productores afectados, programas de financiamiento blando, desarrollo de proveedores en torno a grandes empresas públicas y privadas, capacitación en gestión empresarial y transferencia de tecnologías, inversión en la formación de capital humano a la par que en los aspectos básicos del bienestar social: salud, educación, etc. Corea, Taiwán, Singapur y Tailandia son ejemplo de ello.

El crecimiento económico exitoso que han tenido esos países no radicó tan solo en las ventas foráneas realizadas o en la inversión extranjera arraigada, sino de manera fundamental, en el empuje nacional y en el mercado interno, en las ganas de hacer y producir localmente y no de un entreguismo económico con pasividad claudicante.

Sus buenos logros se deben a la combinación sensata de políticas de mercado, con políticas reguladoras del mismo. A la prudente conciliación de objetivos de estabilidad macroeconómica, con apoyos de aliento y protección a la microeconomía. A la eficaz concordancia de políticas de fomento de las exportaciones con las de sustitución eficiente de importaciones. A la adecuada atracción de inversión extranjera no especulativa en nuevas producciones y no en la extranjerización de empresas nacionales ya establecidas.

Para concluir, le dejo de nuevo la palabra a David Ibarra: “México confió acrítica y pasivamente en la magia de los mercados, el Estado se desprendió sin discernimiento alguno de sus principales instrumentos de acción pública. Se puso el énfasis en la estabilidad de los precios y en el equilibrio fiscal, pero se descuidó la salud microeconómica de las empresas, el mercado de trabajo y la distribución del ingreso. Se suscribió la idea de que no puede haber desarrollo económico sin comercio exterior, pero se pasó por alto el hecho no menos importante de que el desarrollo nunca se ha logrado con la simple apertura de fronteras”.

PD.–¿Realmente hay certeza de que el magistrado electoral Rodolfo Montes Alcántara actuó bajo órdenes expresas del gobernador? Si no es así, la consideración es temeraria. Comparto la opinión de que el polémico dictamen contiene juridicidad pero atenta contra la legitimidad del sufragio efectivo consumado.

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