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Jaime Castrejón Diez

El escándalo de la campaña

 El tema que ha estado al frente de lo noticioso y de los comentarios editoriales en los últimos meses, ha sido lo que podríamos llamar en términos genéricos el escándalo de la campaña. Por un lado el Pemexgate que trata de las maniobras internas del viejo régimen para obtener los dineros necesarios para un tipo de campaña mediático que cada vez es más caro y que influye más en la determinación final para la elección de un candidato. Por otro lado, está el escándalo de los Amigos de Fox, que habla de la canalización de dineros ilegales provenientes del extranjero para la promoción que finalmente culminó en que su candidato ganara primero la candidatura del Partido Acción Nacional y después la Presidencia de la República.

Esto tiene efectos importantes en la política actual. Por un lado en vísperas de las elecciones federales intermedias y de un gran número de elecciones locales, el desprestigio para los dos partidos es importante, pero también es importante la parte monetaria porque en ambos casos la sanción que puede imponer el IFE va de una pequeña multa a una multa millonaria hasta la cancelación del registro, lo que se reflejaría en las campañas. Ante estas circunstancias los movimientos de defensa se han vuelto un verdadero juego de ajedrez y sobre todo un verdadero juego de los medios en que ambos lados han alineado plumas importantes y prominentes personajes de los medios para tratar de establecer una defensa.

Creo que la parte penal y la parte legal seguirán su curso y con el tiempo llegaremos a saber la verdad y habrá las sanciones que ameritan los actos ilícitos. Pero hay otro efecto, un efecto político inmediato que es el que debiéramos analizar. Eso no es sacarle la vuelta a quien tiene la razón o quien debe ser castigado, sino ver el efecto que ambos eventos tienen en el pensamiento y en la orientación del voto de la ciudadanía y lo que quedará como sedimento cultural de este episodio.

Mientras se esclarecen y fincan responsabilidades, el efecto central es que la sociedad empieza a desconfiar de los políticos de todos los signos, se generaliza la opinión de que no hay políticos buenos o malos sino que el ser político implica que se pierdan los escrúpulos y se apliquen los mismos métodos que se critican para obtener el voto aún cuando no la admiración y respeto del electorado.

Eso tiene el peligro de admitir como parte de la cultura nacional que el ser político equivale a ser corrupto, ya sea al usar los dineros públicos para fines personales o para promover la presencia política y la obtención del algún puesto. Esto culturalmente es peligroso porque se puede gobernar con los instrumentos que tiene el sistema, pero la falta de legitimidad de los políticos amenaza con un escepticismo y yo diría hasta un cinismo del electorado. Esto se puede traducir en que el proceso electoral ya no sea por ideales políticos o por ideologías sino a quién castigar o a quién premiar con el voto. Esto implicaría que el voto se dé en última instancia a quien es menos culpable de los vicios políticos y aceptar como un hecho que la política es siempre un juego sucio.

Si no existe un procedimiento que castigue a quienes han delinquido, que se castigue a las instituciones que han hecho mal uso de fondos públicos o privados, el escepticismo nacional puede ser algo que impida una evolución política de nuestro sistema.

No se trata de ser la espada flamígera que castiga y tampoco se trata de elegir a quienes representen una mayor pureza en su comportamiento. Se trata de encontrar un sistema que dé igualdad de oportunidad a todos los partidos y a todos los candidatos y que al mismo tiempo se recobre la legitimidad del ejercicio de la política. Esto no es un idealismo a ultranza, sino que se trata de recobrar la dignidad que ha perdido la política y una vez recobrada, que vuelvan a empatarse dos conceptos centrales al desarrollo de un sistema político, la legalidad y la legitimidad. En estos momentos a pesar de la alternancia en el poder, estos conceptos están separados y el efecto que esto tendrá en el futuro de la política es lo que se debe prever al tomar acciones para depurar un sistema que representa la aspiración de un pueblo al cambio.El que un procedimiento sea legal pero no legítimo queda corto de ser realmente democrático. La aspiración a esta forma de vida ciudadana requiere que no solamente se prepare la escenografía, sino que se cumpla realmente es lo que la sociedad espera de este sistema. Debe uno ser optimista y considerar estos eventos solamente como obstáculos de la transición.

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