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Soy taxqueño por aproximación, dice el actor Ignacio López Tarso al recibir las Llaves de la ciudad

*El Cabildo de Taxco, encabezado por el presidente, Salomón Majul González; y el secretario de Cultura, Arturo Martínez Núñez, hacen la entrega

Claudio Viveros Hernández

Taxco

El primer actor Ignacio López Tarso se asumió aquí como taxqueño. “Soy taxqueño por aproximación”, exclamó vivamente emocionado, luego de recibir las Llaves de la ciudad que le entregó el Cabildo de Taxco, encabezado por el presidente, Salomón Majul González.
En un salón del Hotel Monte Taxco, desde las alturas de la ciudad y entre la belleza del paisaje a sus pies, el actor mexicano de teatro, cine y televisión robó nutridos aplausos a su llegada al lugar en compañía del alcalde Majul González, el secretario de Cultura de Guerrero, Arturo Martínez Núñez, donde acudieron su familia, funcionarios e invitados quienes fueron testigos del acontecimiento.
Ahí, con una mayoría del cuerpo edilicio, el alcalde taxqueño apuntó que este reconocimiento y testimonio del pueblo mágico de Taxco de Alarcón es en honor a su trayectoria como actor reconocido internacionalmente, de la que mencionó especialmente su participación en la película Macario que lo catapultó en su carrera.
Majul González, patentizó al actor que con este homenaje sigue y “está presente en el corazón de los taxqueños, que le tenemos gran cariño y aprecio, y por ello lo recibimos con los brazos abiertos en un día tan significativo con motivo de la entrega de Las llaves de la ciudad”.
López Tarso añadió que el recibir simbólicamente las Llaves de la ciudad “es un gran privilegio y mi carrera como actor me da acceso a este privilegio, como el de hoy, de recibir las llaves de una ciudad que admiro, que he disfrutado siempre, desde hace tantos años y vengo a Taxco”.
Emocionado y agradecido comentó que estos acontecimientos lo llenan de satisfacción y retribuyó: “yo retornaré también simbólicamente a Taxco y a sus habitantes las llaves de mi sentimiento, de mi pensamiento y de mi corazón de actor, de ciudadano, de mexicano y de taxqueño”.
Agregó con voz clara y pausada: “soy taxqueño también por aproximación y por vocación indudable por venir a esta ciudad hermosísima”, de la que mencionó que nunca había visto la ciudad de un punto tan alto, como la vio ayer, “nunca había venido yo a este pináculo maravilloso”.
De Taxco, puso en alto la raíz de la propia ciudad, con una arquitectura y belleza incomparable y, además, por ser Taxco de Juan Ruiz de Alarcón, que es un autor de la época colonial, a quien dijo, “admiro y, desgraciadamente, no he tenido oportunidad de interpretar”.
En correspondencia al privilegio otorgado, agradeció a todos los presentes, al presidente municipal, su esposa, a los miembros del cabildo y funcionarios del gobierno estatal, como fue el caso del secretario de Cultura.
El actor, además de recibir los aplausos prolongados, reconoció también el mérito inmenso de haber recibido los aplausos de la gente que estuvo en las Grutas de Cacahuamilpa donde horas antes actuó en la representación de una adaptación a teatro de Macario, el ahijado de la muerte, del que recordó como un personaje inicial en su carrera.
El secretario de Cultura en Guerrero, Arturo Martínez Núñez, ponderó el cariño y admiración que tienen todos los guerrerenses por su trayectoria artística y expresó que “el mundo, México y Guerrero serán los mejores lugares en la medida que haya más personas como usted, Don Ignacio López Tarso” a partir del arte y la belleza en el escenario, como artista de la actuación.

Después de medio siglo López Tarso caracteriza a Macario en Cacahuamilpa

A 55 años ya con Macario y su vínculo con las Grutas de Cacahuamilpa y Taxco: Ignacio López Tarso lo refrendó en su interpretación y calidad artística.
A más de medio siglo, el actor mexicano revivió con intensidad a su personaje emblemático, fundamental en su carrera artística: el leñador Macario y los avatares de su destino, donde se reencontró en las entrañas de la tierra, en medio de la magia y la realidad, con su fiele público que lo ovacionó y le sigue a partir de la película del mismo nombre que al mediodía de ayer cimbró con la emoción y la pasión escénica.
“Yo soy Macario, yo soy Macario, soy leñador…”, se escuchó en la característica voz de López Tarso en uno de sus primeros parlamentos, con la mirada puesta en el entorno y en el magno escenario natural.
Fue esta vez, con la adaptación del cuento del escritor Bruno Traven –el mismo que vivió de incógnito en México y permaneció mucho tiempo en Acapulco–, que López Tarso salió al escenario para dar vida a Macario, el ahijado de la muerte, junto con su hijo Juan Ignacio López Aranda, en los papeles del diablo, Dios y la muerte, entre otros personajes, en compañía de la actriz Gabriela Negrete como su mujer y narradora, y a los que se integró en el elenco y la ambientación musical en la guitarra, el artista Guillermo Phillips.
El escenario lució pletórico y, desde ahí, hacia el respetable que llenó el lugar, se sintió congratulado al ver en la escena y en vivo, otra vez, a Macario, en una puesta en escena vigorosa, única en la interpretación regalada en las Jornadas Alarconianas que se realizan en Taxco y se extendieron a las Grutas de Cacahuamilpa.
La actuación, una lectura impecable y la música en vivo mostraron su intensidad a plenitud. El público estuvo quieto, más que atento, a tono con la historia del leñador que sueña con comerse un guajolote entero, él solo, y el destino y su mujer “la de los ojos tristes” se lo cumplen, después de desairar a el Diablo que se le atraviesa en el camino y tratar de convencerlo para compartirle su comida, de decir no a Dios, porque él lo tiene todo y, finalmente, sucumbir ante la muerte que lo seduce y convence antes de morir y no cumplir ese deseo.
Así, con ese pacto implícito, entre Macario y la muerte, ronda en ellos el fantasma de la hechicería, a causa de lograr tener la virtud de curar a los enfermos o darles la vida otra vez por medio de un agua que la muerte le obsequia en señal de gratitud y él administra en pequeñas dosis de gotas para sanar a los enfermos y moribundos, entre ellos uno de sus hijos, la mujer del hombre más rico del pueblo, o de los pobres a los que ayuda a cambio de nada, lo que se complica al final con la esposa del virrey a la que ya no puede curar.
Las señales para dar la vida o quitarla, como lo decide la muerte, son que si ésta se coloca a los pies de la cama de la persona enferma, se cura, pero si, por el contrario, está en posición del lado de la cabecera, irremediablemente está destinada a morirse, sea quien sea.
Ese es el estigma que, como parte de la historia, persigue a Macario y no lo deja, sino hasta el final con la muerte como su padrino y Macario como el ahijado al que le pide “usar bien su regalo” y le advierte que si fracasa será enjuiciado y castigado por el tribunal de la Santa Inquisición por hechicería.
Una sencilla y cruenta historia, con personajes de carne y hueso para la gente, que aquí, a través del arte de la actuación y en convivencia plena con la naturaleza, pareció sacudirse los tiempos violentos que se viven con las pócimas y el encanto de la magia teatral.
El final del tributo fue único, tanto que López Tarso y compañía vibraron con la sinceridad de esos gestos de agradecimiento del público, de su gente, que lo hicieron evocar, una y otra vez, a Macario, esta otra vez en su territorio.

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