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Federico Vite

Un escritor de guerra

El fantasma de Harlot,? novela sobre la CIA que Norman Mailer publicó en 1991, aborda el ingreso de Henry Hubbard a esta agencia que conoce todos y cada uno de los secretos de la vida estadunidense. Escrito en primera persona, Mailer narra la vida?del espía Hubbard.
El libro de más de mil páginas es un extenso flashback que inicia cuando encuentran el cadáver de Hugh Montague, antiguo oficial de la CIA, flotando en un lago, con la cara destrozada. Harlot, su nombre clave, no trabajaba ya para la agencia, pero continuaba investigando lo que él llamaba “Los Grandes Santones”. La muerte de Montague abre una serie de interrogantes que se imbrican con la historia de Hubbard, ahijado de Harlot, quien hace algunos años se casó con la ex esposa del padrino y ahora debe moverse de la costa de Maine para no sufrir las consecuencias de una agencia poderosa, genial en cuanto a la “creación de suicidios” se refiere.
Durante un año, escondido en un hotel de mala muerte, en la ciudad de Nueva York, el narrador escribe las memorias que leemos como novela. Mailer recorrer varios hitos de la Guerra Fría, su protagonista da pelos y señales de algunos sitios emblemáticos para un espía. Habla de Washington, Miami, Berlín, Cuba, etc. Retrata a la perfección la caída de Batista, la vida sentimental del clan Kennedy, la muerte de Marilyn Monroe y, por supuesto, el asesinato de Kennedy.
Teniendo en cuenta que las mil 291 páginas de El fantasma de Harlot parecen el primer volumen de las memorias de Hubbard, Mailer no dio el segundo paso para continuar con esta saga que parecía emocionar excesivamente al también autor de Costa bárbara. Más de uno de los amigos de Mailer ha señalado que esta novela se debería llamar El Fantasma de Harvard, sobre todo porque el novelista trabajó exhaustivamente en describir el método que la CIA utilizaba para reclutar espías en la universidad referida. Mailer intentó reinventar las historias de espías, amplió los recursos que suelen utilizar los novelistas de la Guerra Fría, y enfatizó la necesidad de politizar la literatura.
Este libro, considerado por los críticos literarios como la mejor novela que hizo Norman, no tiene el ritmo vertiginoso de Los tipos duros no bailan, requiere de tiempo para degustarla y, sobre todo, de tiempo para sentir la trasgresión del protagonista, para entender lo que hace la CIA a la gente que trabaja para esa agencia. En El fantasma de Harlot, el autor acelera y desacelera el suspenso, pero siempre reconforta al lector con la segunda capa de la novela, el correlato de una existencia: la educación sentimental de Hubbard.
Mailer confesó en Advertise-ments for Myself (1959) una de sus tareas vitales en cuanto a la narrativa se refiere: “Si yo tengo una ambición por encima de todas, es la de escribir una novela que Dostoievski y Marx, Joyce y Freud, Stendhal, Tolstoi, Proust y Spengler, Faulkner y hasta el viejo y mohoso Hemingway se acerquen a leer sabiendo que en ella encontrarán todo lo que quisieron y no pudieron contar”. No sé si haya logrado su cometido, pero El fantasma de Harlot, aparte de las mil 291 páginas, es un libro duro, afincado esencialmente en la novela de aprendizaje. El narrador nos explica cómo funciona el cerebro de una agencia que analiza todos y cada uno de los movimientos en el ajedrez de la vida estadunidense.
Volviendo un poco a Adverti-sements for Myself, Mailer declara la guerra, como escritor de guerra que era, a la cultura de posguerra prevaleciente, a las restricciones y a la precaución, a los novelistas contemporáneos, a la seguridad burguesa.  Por eso sus propuestas literarias lindan con la extravagancia, arropan la violencia como canon.
Para uno de los grandes camaradas de Norman, Pete Hamill, Advertisements for Myself  es un libro tosco, narcisista, brillante y enteramente original. Mailer deja muy claro que no va a ser un novelista en traje gris de franela. No habla como Faulkner, quien dijo que solamente es un chico del campo. Norman Mailer, sin falsa modestia, con ambición jactanciosa y fe en sus propios poderes, afirmó: “No voy a ser el Judío Simpático de Brooklyn, festejado por los tímidos”.
La vida, nos dice, es combate. El fantasma de Harlot confirma las tesis que buscaba Norman en sus libros: disrupción, intriga y crítica. Este pues es un escritor de guerra. Que disfruten el martes.

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