Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Gobernantes tienen abandonado el Centro del puerto; al fin y al cabo que ni hace lucir

Aurelio Peláez

Una ciudad es un mundo cuando uno ama a

uno de sus habitantes.

Lawrence Durrell.

El Cuarteto de Alejandría.

El centro del puerto, el corazón de la ciudad, aletarga sus latidos diurnos y nocturnos. Alejado uno por un tiempo de Acapulco, se reencuentra en estas vacaciones decembrinas las áreas aledañas al Zócalo con bares, restaurantes, negocios de ropa, souvenirs y etcétera, con las cortinas bajadas o con letreros de “se renta”.
Rebuscando en los periódicos para buscar explicaciones sobre la pérdida de la vitalidad de la zona en donde conviven los acapulqueños, se hallan declaraciones de dirigentes empresariales, de restaurantes o del pequeño comercio: la crisis, la inseguridad; o más claro, la crisis por la inseguridad. Los negocios no pueden hacer frente al pago de nómina –dicen–, de impuestos; el margen de ganancia es reducido, y algunos, sin eufemismos aceptan que de plano renunciaron a seguir trabajando ante la extorsión del crimen organizado con el llamado “derecho de piso”.
En tanto el gobierno estatal a través de su vocero Arturo Martínez Nuñez se ufana de la reducción de actos criminales a partir de la instalación de la Operación Guerrero Seguro, y que dirigentes hoteleros celebran que la Costera se haya revitalizado durante el puente del 20 de noviembre  y otro tanto por las vacaciones de fin de año, lo cierto es que el centro de la ciudad (y los negocios de la periferia-donde no patrullan los policías federales), la versión es distinta.
Hace un año, en un encuentro en el Bar del Puerto, ahí en la calle Juárez y en pleno recrudecimiento de la violencia, Miguel D., también radicado ahora por asuntos de trabajo en el DF, me decía: “Mi carnal me dijo que no saliera de noche, que la cosa está gruesa, pero cómo renunciar a esto”.
El Bar del Puerto, por cierto, lugar donde se liba sanamente, donde van los conocidos y donde se escucha a diversas bandas de rock, es prácticamente el único de los espacios tradicionales nocturnos que quedan aledaños al Zócalo.
En el ínter, cerraron ya El Galeón, El Casablanca, y el nuevo Bar Chico. Otro lugar que bajó las cortinas fue la tradicional Gran Torta, y por una temporada cerró Tortas Temo, y está por demás decir que el tradicional Café Astoria se convirtió, según el compa Allan, en una lonchería metida en una esquina.
En las ciudades con tradición histórica del mundo, el Centro es una ciudad no sólo conservada por los gobiernos locales y estatales, sino incluso, financiada. Sus monumentos, plazas, edificios históricos y hasta bares y restaurantes, son apoyados no sólo promocional, sino incluso financieramente.
Pero en Acapulco, la depredadora clase política llega a casos patéticos como el permitir que se hayan podado los árboles del Zócalo, para que se viera el balcón y el letrero de un bar, la nueva aventura de un ex gobernador, que no termina de arraigar en esta zona (el bar, del gobernador ya ni quien se acuerde).
Ya ni se diga caminar de noche. “Acapulco ya no es para caminar”, me dijo Eric M. hace un año, tras un intento de asalto que su servidor sufrió al pasar caminando por la calle La Noria, ese lugar alternativo de pescados y mariscos donde se reúnen los acapulqueños.
Caminar por el centro en hora nocturna es un asunto vedado. La Costera está bien para los turistas; quieren ver el mar, oír las olas, hay alumbrado casi en toda el área, ¿pero y los de aquí?
Otro lugar que cerró este año que pasó fue el restaurante Las Canastas, el que en los años setentas fuera conocido como el Super Lunch. Se fue silenciosamente, sin hacerla de pedo, y con ello la historia del lugar que los tríos de la ciudad hicieron suyo. En sus años de auge llegaron a haber hasta una docena de grupos –abierto las 24 horas– y al que caían los porteños a hacer el contrato ya para una serenata, un cumpleaños o por el simple gusto de estar con ustedes.
Fueron famosos sus caldos de barbacoa revividores a eso de las cuatro de la mañana; tostadas, enchiladas, chilaquiles, carnes; y ya no decir las cervezas o los diversos preparados con ron, whisky, vodka o lo que usted disponga y hasta que aparezca el sol.
El lugar contaba incluso con un área en donde los músicos guardaban sus guitarras.
El alcalde y el gobernador hacen cuentas alegres de la temporada vacacional decembrina, aunque el investigador en temas de turismo, Roger Bergeret, matiza: “Más que una buena temporada, Acapulco detuvo su caída”.
El dirigente de la Cámara de Comercio local, Javier Saldívar, tampoco echa las campanas al vuelo. Según las cuentas de su organización, en el año se reportaron mil 200 negocios cerrados, y al fin de la temporada apenas reabrieron 300.
En octubre, el dirigente de restauranteros, Javier Reynada, también advertía que la zona de cierres de negocios era la avenida Cuauhtémoc y el Centro. Pero esos no lucen; al alcalde le gusta tomarse fotos paseando por las playas y saludando visitantes; al gobernador, recibir reconocimientos por haber rescatado Acapulco, sí, pero con artilugios banales, en la Costera.

468 ad