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Jeremías Marquines

APUNTES DE UN VIEJO LEPERO

 * El asesor cultural

 De todas las universidades del país, la Universidad Autónoma de Guerrero es la única en su tipo que no tiene entre sus prioridades la formación, la promoción ni la difusión de la cultura y el arte. Es más, durante las pasadas campañas de rector, ninguno de los candidatos que contendieron por el cargo jamás hicieron ofertas ni compromisos de este tipo.

A más de 30 años de fundada, la universidad de Guerrero no cuenta a la fecha con ningún acervo cultural del que los universitarios y la población guerrerense puedan sentirse orgullosos; no tiene talleres de extensión universitaria –con excepción de la casa de la cultura en Acapulco– donde los estudiantes puedan acercarse a algunas de las disciplinas artísticas como parte obligada de su formación profesional, pero tampoco profesores capacitados para tal fin; no promueve el estudio ni la difusión de las literaturas y culturas indígenas ni el arte popular, pese a que el estado cuenta con 4 de los grupos étnicos más importantes del país y más de 300 mil hablan alguna lengua indígena (por el contrario, hoy amenaza con demandarlos por proteger sus lugares sagrados); la universidad tampoco tiene un planificado y profesional programa de ediciones. Las publicaciones de la UAG, que dan pena y risa, han sido coyunturales, mal hechas y han servido para dar beneficio económico a los amigos del rector en turno; es más, no tiene ni siquiera una revista especializada para la difusión de la cultura y el arte de Guerrero, como sí la tienen las demás universidades del país. En pocas palabras, en la UAG, pese a contar con una población estudiantil superior a los 60 mil alumnos, no existe una política cultural y artística universitaria, ni tampoco el interés por pensarla. Y para rematar, la radio universitaria que debería de promover y difundir la cultura y el arte, compite por el rating con La Poderosa y otras estaciones comerciales, aunado a que los noticieros universitarios están orientados a la grilla, no a la cultura.

Pero no se pongan tristes, con la llegada de Nelson Valle a la Rectoría ya todo esto se acabó. Porque según el pariente de Pedro Infante que ahora funge como asesor cultural del rector, Ricardo Infante, asegura que “el rector tiene las mejores intenciones de realizar una política cultural en el más amplio sentido: que se proyecten las ediciones, que se motive a los artistas e investigadores”, dice.

El señor Infante, según datos proporcionados por los enviados especiales y secretos del Lépero en la UAG, es profesor de tiempo completo, se dice egresado de la academia de San Carlos y de La Esmeralda. Estudió fotografía en la UNAM y logró una beca para estudiar en el Centro Gráfico de Caracas, Venezuela, y por supuesto, todos estos son datos a comprobar, porque ya sabemos que en la UAG todo es marca Donald o Lucas.

El señor Infante dice que su nombramiento como asesor cultural es algo que había venido platicando desde hacía mucho tiempo con el rector, para darle un verdadero sentido a lo que hoy se llama Difusión Cultural. Y dice: “Hoy Difusión Cultural es una oficina burocrática en donde hay gentes muy talentosas pero desgraciadamente estas gentes notables no tienen nada que ver con el trabajo general de la UAG como institución, sino que son individualidades”.

Así, antes de echar a correr su proyecto, el señor Infante filosofa y dice: “Existe un problema cuando se habla de Difusión Cultural, porque se debe entender el concepto en su acepción más amplia, pues la cultura es todo lo que hace el hombre y no solamente el arte. No se debe pensar que solamente los artistas hacen cultura, sino que también la hace toda la sociedad en general, lo que no es natura es cultura, así de fácil”, afirma.

Y ahora sí, como quien dice, ya entrado al plato, afirma que para comenzar  a desaparecer estos falsos conceptos, la UAG tiene pensado “echar a andar un proyecto” denominado Difusión de la Cultura Universitaria, que no tiene nada que ver con el departamento de Difusión Cultural. El objetivo de este nuevo programa –explica– es informar a la gente sobre las actividades que se realizan en cada una de las facultades de la universidad, y difundir las manifestaciones culturales que se desarrollen dentro de la máxima casa de estudios. El señor Infante también reconoce que por ahora, para todo lo que se proyecta, sólo se cuenta con la buena voluntad del rector, pero si no se lleva a cabo nada de lo que propone, renuncia en tres meses y ya va uno.

Hasta aquí todo iba bien, pero el problema de la universidad no es la difusión de las actividades; el problema de la UAG es que no tiene ninguna actividad artística y cultural digna de ser difundida. Lo que no entiende el señor Infante ni el rector, es que la universidad no genera cultura ni arte porque nunca se preocuparon en formar profesores ni en crear una infraestructura de este tipo. Es más, la UAG no cuenta ni siquiera con una biblioteca digna de una institución que tiene más de 60 mil alumnos.

Qué va a difundir el proyecto del señor Infante: ¿acaso las actividades de la cineteca universitaria; las actividades de la red universitaria de talleres de formación artística; las más de tres presentaciones de libros que se llevan a cabo cada mes; las conferencias magistrales que vienen a impartir científicos y escritores de alto prestigio cada dos o tres meses; el extenso catálogo de publicaciones de alta calidad con cuenta; las decenas de artículos de investigación científica que producen sus investigadores huevones; las actividades de rescate y apoyo a las culturas populares, la labor de sus talleres de lenguas indígenas; el programa de la sinfónica universitaria? Pues no, nada de esto, porque aparte de unos grupitos de teatro de secundaria y unos cuantos cuadros mal cuidados que están en la Pinacoteca y del poco de libros que se están pudriendo en las bodegas de Rectoría y de otro poco que los nuevos funcionarios nelsonistas tiraron a la basura para ampliar sus oficinas, la UAG no tiene nada que difundir porque no tiene entre sus prioridades producir arte ni cultura. La UAG lo único que ha dado a los guerrerenses son ex rectores corruptos que no conforme con su negro pasado y su pésimo trabajo por la cultura universitaria, todavía se atreven a meter las narices en la elección de alcalde en Acapulco como si fueran garantía de limpieza y honestidad.

Pero esto no es todo, la cereza del pastel se la llevan las declaraciones que hizo el asesor cultural de Nelson Valle, Ricardo Infante, en una plática que tuvo con los noveles escritores chilpancinguenses Paul Medrano y Carlos F. Ortiz, a este último, el funcionario de la UAG le dijo mientras lo entrevistaban: “Yo no soy tu amigo, nunca hemos sido amigos, no soy amigo de tu papá, sino que soy enemigo político de tu papá y, sin embargo, cuando tuve que votar por un premio de poesía voté por ti –eso tú no lo sabes. Yo pelee con un tipo –muy amigo de Muñoz Ledo– que vino a defender a su hijo para que se le diera el premio, yo le dije: ‘a ese muchacho no lo conozco, soy enemigo político de su papá, pero su obra merece el premio’. Yo creo que eso habla de que soy elementalmente justo: no soy tu cuate, no me caes bien –te lo digo frente a los demás–, no eres mi amigo, tu papá ha sido mi enemigo, no me cae bien, pero habías hecho un buen libro y voté por ti. Conste que lo hice por tu trabajo y no porque me interese ser tu cuate. Yo creo que eso habla de que sí soy justo”. Ahí está el perfil del que asesora en cultura al rector Valle López, para qué escribir más.

La contra: Vino y se fue. Carlos Monsiváis ya no es el mismo, el que vimos la semana pasada diciendo que Elena Poniatowska es un clásico de la literatura mexicana, es uno de sus clones. Llegó con el ocaso, dice un pie de foto de El Sur, y eso, es cierto. Pero quienes brillaron durante la plática de Monsi fueron la directora del IGC, Sonia Amelio quien llegó ataviada con pantalones blancos, ajustados hasta el alma, y un brasier con escarcha brillante, como si fuera el personaje de Aventurera. Asimismo, los funcionarios porros del IGC que trataron de forma abusiva y majadera a los asistentes impidiéndoles que se acercaran al escritor de Escenas de pudor y liviandad. De todos modos, El Monsi seguirá siendo el icono viviente de una sociedad atascada de estúpidos. “El observador despreocupado que da testimonio de todo cuanto quiere destruir y construir o soñar una nueva generación”, dijo de él, don José Luis Martínez.

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