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Salen damnificados de Chicahuales con sus casas de madera fuera de la zona de riesgo

*La localidad en la sierra de Chilpancingo, tiene unas 220 familias, cuenta con un terreno y autorizaciones de reubicación, pero no quieren usar las tierras hasta que la Sedatu levante las casas. Falta el segundo pago y el estudio de impacto ambiental, informan

Lourdes Chávez

Chicahuales, Chilpancingo

Vecinos de Chicahuales en la sierra del Filo Mayor comenzaron a mudar sus casas, madera por madera a un cerro cercano para evitar que se repita la trágica historia de La Pintada, en Atoyac, donde un alud de tierra sepultó a 71 personas el año pasado, ya que la lluvia de temporada la tienen encima.
Esta localidad de unas 220 familias cuenta con un terreno y autorizaciones de reubicación, pero no quieren usar las tierras hasta que la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) autorice y levante las casas para los damnificados de la tormenta Manuel de septiembre de 2013.
Debido a los trámites lentos y las lluvias tempranas de abril y mayo (pues en la sierra el agua cae a diario), la población salió en éxodo, pues el cerro que está detrás de la comunidad tiene largas y hondas grietas desde la temporada anterior, documentadas por Protección Civil y todas las instancias burocráticas del estado y la federación que les permitieron acceder al millonario programa de reconstrucción del estado.
En asamblea decidieron no estorbar a las autoridades en el terreno destinado a las nuevas viviendas y comenzar la mudanza a un lugar seguro que también avanza lento porque las familias que se ayudan entre sí no tienen suficientes vehículos para el acarreo.
Además, el levantamiento de las casas no es ágil porque tienen que romper piedra para rellenar espacios donde no hay piso, en laderas pronunciadas, o levantar cimientos altos de madera para sostener una parte de las casas en el aire, explicó la señora Petra Ávila.
La reubicación provisional de casas se está haciendo a un costado de la carretera que va de la zona Centro a la Costa Grande, entre Filo de Caballos y Jaleaca de Catalán, está rodeada de cerros y barrancas, a unos 6 kilómetros de la colonia General Heliodoro Castillo, que en la región es mejor conocida como Chicahuales.
El representante auxiliar agrario de Chicahuales, Abraham Sánchez Adame explicó que la población es un anexo de los bienes comunales de Santiago Tlacotepec, y “fueron a llorarle” a la cabecera comunal con sede en Tlacotepec para que les donaran una parte de sus tierras.
Señaló que la asamblea general de comuneros aceptó la expropiación a cambio de un pago que cubriría el municipio, por dos hectáreas que se pusieron a nombre del Ayuntamiento de Chilpancingo.
Aclaró que aún falta el segundo pago y el estudio de impacto ambiental que debe autorizar la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), y que ya realizó un técnico externo pero aún no entrega porque falta que el Ayuntamiento de Chilpancingo cubra sus honorarios.
Se quejó de la falta de coordinación entre las dependencias de gobierno, porque las autoridades comunitarias han ido cada semana a reuniones en Chilpancingo a conocer los avances en las gestiones y cubrir cada requisito que les solicitan para evitar que les nieguen la posibilidad de reubicación.
Precisó que hasta este sábado personal de la Sedatu realizó el censo de las familias afectadas y entregó unos 200 folios de vivienda, pero no les dan fecha para su construcción. Estimó que unas 10 familias no entraron en el censo porque se agotaron los folios impresos que llevaron a la localidad.

Tardaron 20 días en abrir caminos a pico y pala durante la tormenta

Sánchez Adame informó que en Chicahuales la gente se dedica al cultivo de aguacate, maíz, frijol y al ganado, cuya producción perdieron por completo por la tormenta Manuel, en septiembre del 2013, por deslaves o exceso de agua.
Recordó que el 15 de septiembre  bajó agua en grandes cantidades por las barrancas y el río que pasa a un lado del pueblo. Incluso, se taponó una barranca que por unos momentos desvió la corriente a las calles del poblado, “afortunadamente se liberó, porque ya comenzaban a bajar hasta árboles”.
Añadió que durante los siguientes tres días, las familias buscaron refugio en las partes altas, y no recurrieron a los albergues como otras localidades o en la capital, porque el camino de terracería de casi 6 kilómetros que los conecta con la carretera de Filo Mayor estaba cerrado por varios deslaves.
Indicó que sólo algunas personas mayores fueron sacadas en helicóptero por complicaciones de salud, y tras 20 días de trabajo con pala y una máquina de excavación lograron reabrir los caminos.
A 9 meses del meteoro aún se observa el rastro de los daños en la carretera, hay cerros recién cortados para abrir tramos derribados por la corriente, y otros tantos liberados de la tierra que cubrieron los deslaves.
Este miércoles a las 4 de la tarde, hora en que se realizó la visita en el lugar que en broma los vecinos llamaron “nuevo renacimiento”, parecía que la noche estaba por caer por las gruesas nubes de agua que presagiaban una fuerte lluvia y mucho frío.
Aunque con anticipación previnieron un posible desastre, las condiciones de vivienda no son las adecuadas en las casas improvisadas de madera, donde no hay agua para uso doméstico, luz eléctrica ni sanitarios, la mayoría de las viviendas no tienen puertas y los orificios en el techo y ventanas están cubiertas con plásticos.
Sánchez Adame dijo que las familias no quieren estorbar en el lugar donde el gobierno dijo que va a construir las viviendas, para que en el momento que las levanten se puedan cambiar sin prisa, aunque parece que va para largo.
Urgió a que se apruebe el inicio de las obras, para que la comunidad pueda reanudar su vida normal.
La visita a la sierra, estigmatizada por la violencia y la producción de enervantes, fue tranquila, y en el trayecto de poco más de tres horas de camino sólo se observó un retén de militares que preguntaron por el lugar de origen, el destino y el motivo de la visita en la región.
En Filo de Caballos se encontró un edificio, al parecer de lo que fue una oficina de gobierno, con rastros de balazos de grueso calibre en las paredes e historias de enfrentamientos en otros pueblos.

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