Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Armando Escobar Zavala

Recuento en el PRD

Quizá nunca lo sabremos con certeza. ¿Fue acaso una minusvaloración de la política? ¿Fue una lectura errónea de la capacidad de respuesta de sus compañeros de partido? O, por el contrario, ¿se cayó en la trampa de pensar que se es tan capaz que se pueden controlar todos los hilos? Hagamos un recuento. El hecho concreto es que, tal como están las cosas en el PRD de Acapulco y la inconformidad creciente por la composición de la planilla para síndicos y regidores de Acapulco, se ha dañado su imagen, disminuyendo con ello la preferencia electoral. A la primera sindicatura va un hombre de todas las confianzas del candidato y de todas las desconfianzas del partido, quien gracias a ese vínculo afectivo, lanzó una “política” de franco hostigamiento y ataque a ciertos grupos y representantes populares. ¿Lo ignora el candidato?

A pocos días de que López Rosas fuera designado candidato oficial del PRD, el juego fue claro. Marcial Rodríguez Saldaña por lo visto tenía todo el aval del candidato para meterse en los delicados territorios de la política interna de la organización partidista, con la molestia justificada de sus compañeros. La pregunta común en los corrillos era, ¿con quién lo estás viendo, con Marcial o con Alberto? La dirigente formal del comité municipal del PRD, sólo es eso. El superasesor metido a cuestiones que debieron ser atendidas por la dirigencia del partido, en negociaciones interpartidistas; igual aparecía en la mesa de negociación del PT, con el PAN o con el partido que se le pusiera enfrente, dando al traste con todo. Su intromisión en las sesiones del Consejo Estatal del PRD no fue la excepción. ¿Tuvo el consentimiento absoluto del candidato? ¿Por qué la inacción de la dirigencia estatal?

Estas tensiones, autorizadas lo suponemos, imprimieron al partido un carácter esquizofrénico. Las negociaciones políticas (todas fracasadas) no se llevaron a cabo en las oficinas del PRD, sino en los cafés; los Vips y los Sanborns se convirtieron en los centros operativos de campaña. La última instancia de la política no estaba en las oficinas de la dirigencia formal, sino en las manos del supercerebro sin cuidar mínimamente las formas. La pregunta ingenua era: ¿Por qué? Si el candidato no tenía confianza en su dirigencia, ¿no encontró otros métodos para su desplazamiento? ¿Si su alter ego es Marcial Rodríguez Saldaña, para qué imponerlo como síndico? ¿Para qué los enredos y confusiones? Con los acuerdos subterráneos y estos desaseos, se fragmentó al partido. Explicar la conducción real de la campaña se convirtió en un galimatías: este es el formal y aquél el real tomador de decisiones.

La aproximación caso por caso dio al traste con las propias expectativas políticas del PRD. Para entonces el enfrentamiento entre el superasesor y los legisladores locales perredistas por Acapulco se polarizó, pisoteó buena parte de los principios y de los estatutos, asunto que pareció simplemente no contar en los cálculos del asesor ni del candidato. Se les olvidó que el PRD de verdad existe. Y pusieron y quitaron a su antojo. Cortaron por aquí y agregaron por allá. La consecuencia fue el debilitamiento dramático de los referentes sociales.

Tengo que referirme a esos asuntos de estilo, por una sencilla razón: el costo que los perredistas habrán de pagar por esa danza puede ser altísimo. Acapulco lleva poco más de quince días presenciando una confrontación en apariencia de vanidades, debilidades sin control que pueden resumirse en los tumbos del partido. El haber “reventado el proceso de selección para la integración de la planilla”, la “caída” de la alianza con el PAN, el montaje del registro ante el Consejo Estatal Electoral; el absurdo inicio de campaña, el evadir el debate y el aislamiento al que lo han llevado con amplios sectores de la sociedad acapulqueña, son resultado de alarmantes desaciertos.

Aceptando sin conceder, que Acapulco es una ciudad cosmopolita (en lo que se refiere a su corriente turística sí hay cosmopolitancia total y absoluta, no así en lo que se refiere al Acapulco propiamente dicho, señor candidato), usted no debe desestimar a aquellos que tienen por cuna y sepultura este puerto. Tampoco defender a sus compañeros de fórmula Fernando Donoso Pérez y Marcial Rodríguez Saldaña, pues el primero “ya está naturalizado mexicano (nació en Quito, Ecuador) y casado con una acapulqueña” y del segundo, quien no tiene la residencia que la ley obliga en este municipio, dice que “esperaré a conocer la impugnación” (de los diputados) porque “no entraré a valorar a quien es doctor en derecho” (sic), pues pone en riesgo el triunfo del PRD. Ello muestra, en el de por sí sacudido escenario, más signos de interrogación y por ende más desconfianza.

¿Por qué no entender que la impugnación a la planilla no es una animadversión personal? ¿Por qué negarse a escuchar ese reclamo social? La controversia no es un asunto simple y mezquino de reparto de cuotas. Por ejemplo, los propuestos a síndicos, carecen de identidad con nuestros problemas, costumbres, idiosincrasia e historia. Esto sólo lo da el arraigo (el que ha echado raíces). No se está cuestionando al ser humano “que toma por decisión propia ser mexicano”, sino al político nacido en Ecuador, que tendrá en sus manos el destino de Acapulco. ¿No hay mexicanos o guerrerenses de nacimiento que tengan la capacidad para ocupar ese cargo? ¿Por qué desplazar a tantos paisanos preparados, honestos y con deseos de servir, cuyos ancestros construyeron lo que hoy tenemos en Acapulco? Esto es lo grave de la imposición. Preocupa la insensibilidad ante este asunto que es de trascendental importancia, sobre todo por la historia de un estado como Guerrero. Por sus pronunciamientos y sobre todo por la dignidad, la lucha de los inconformes parecen ser el último bastión en la defensa del partido y de sus principios.

Juntos tenemos que sacar esta campaña del desacierto y del desconcierto. Revisemos la planilla. Estamos a tiempo de encauzar y ganar la elección. No es suficiente que el candidato afirme que va a correr la suerte del partido y que asume los costos de ello. La militancia no está dispuesta a ir al despeñadero, ni a asumir los saldos de la derrota por la imposición y la conducción caótica de la campaña. Lo trascendente en esto no es el destino de López Rosas, sino de Acapulco y del PRD. La certidumbre política que la campaña requiere no es de íntimos sino de instituciones. Estamos en tiempo. Vamos al triunfo el 6 de octubre.

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