Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

MADE IN CHINA

 (Primera de siete partes)

 Chinos en Acapulco

Acapulco es la ciudad del futuro. Será el cruce de todos los caminos del mundo y el paraíso de todos los hedonismos. Los dólares correrán cual verdes riachuelos y cualquier negocio redituará ganancias jugosas. Con las gringas será cosa de administrarse y hasta escuela secundaria hay.

Enrique Chonguín Chong duda de la seductora utopía bordada por su cuñado Diego Cuadra. Aunque quien quita y tenga razón: trabaja en la Estrella de Oro y algo debe saber de lo que habla. Los negocios de comida y abarrotes del señor Chonguín marchan bien. Se localizan en la estación ferroviaria Méndez de San Luis Potosí y tanto él como su familia son respetados por los sanluisinos. La suya es una familia de verdad pequeña: Juventina Cuadra de Chonguín y Próspero Chonguín Cuadra. Ella, de Morelos.

–Fue tal vez la nostalgia del mar, confiará alguna vez don Enrique a su hijo Próspero. La presencia del océano Pacífico lo había acompañado durante su niñez y adolescencia en las costas de China. Lo cruzará partiendo de Hong Kong en una travesía miserable como para odiar por siempre a aquellas verdes y azules vastedades. Hasta que un amanecer, frente a las costas de Manzanillo, Colima, lo haga renacer.

El señor Chonguín no se llamaba Enrique cuando llegó a México. Sucedió que el empleado de Migración , frente a una fila kilométrica de inmigrantes, no estaba para descifrar jeroglíficos aquel día de 1918. –¿Cómo dices que te llamas? ¡Uta, carajo, no entiendo ni madres! ¿Sabes qué, paisano?, ni tú ni yo: te voy a poner como trae el santoral del día ¡¿Alguien trae un calendario?! ¡Aquí está!: hoy 15 de julio se festeja a San Enrique. A partir de hoy te llamarás Enrique, paisa. Que se diga algo del bautizado, ¿no? ¡El que sigue! (¿dudará alguien de la eficiencia de la burocracia mexicana?).

El señor Chonguín festejará santo y cumpleaños cada 15 de julio. Lo hará 80 veces en México y ya lo había hecho 22 en su patria, aunque con otro calendario. 102 años de una existencia verdaderamente laboriosa y fructífera.

Ye-pi-ti

Otros viajeros chinos como Chonguín habrán llegado al puerto ¡mil 500 años antes que él! Arrastrada seguramente por la prodigiosa corriente marítima que luego jalará al vasco Urdaneta hasta encontrar el retorno de Filipinas a Acapulco, la extraña embarcación entrará a la bahía deslumbrando a sus ocupantes por la belleza salvaje de aquél entorno.

Tan extraordinario suceso, entreverada la historia con la leyenda, lo cual no es nada extraño, habría ocurrido en el otoño del año 412 de la era cristiana. La caballería de Atila, sólo comparable con la de Pancho Villa, hollaba entonces suelo europeo y tenía apenas un año de editada La ciudad de Dios del buenazo de San Agustín.

De aquella nave misteriosa desembarcan varios personajes no menos misteriosos. Son pequeños, de ojos rasgados y visten de forma estrafalaria. Los habitantes de la rada hacen sonar sus caracoles en señal de guerra. Mientras que las mujeres y los niños trepan despavoridos a los cerros, los hombres se aprestan a la defensa territorial. Pertenecen a la valiente tribu de los yopes cuyo destino será el repliegue permanente antes de convertirse en vasallos de los aztecas. Se ciñen petos de algodón a la manera de armaduras y cargan con arcos y flechas además de escudos de piel de caimán. El arma secreta del grupo es un tremendo garrote como de dos metros, afilado de un lado como lápiz y asida del otro una asta de venado adulto. Si uno y otro lados fallara, nadie escapará del garrotazo.

El choque no se producirá felizmente porque los visitantes descontrolan a los soldados con un coro de chillidos estridentes, al tiempo que golpean entre sí pequeños objetos metálicos. Parecería que aquellos sonidos jamás escuchados por los lejanos paisanos provocan en ellos una suerte de embotamiento. La feroz beligerancia de los locales quedará anulada totalmente cuando se produzca un despliegue de lazos multicolores y metales brillantes. Deberán arrojar sus arreos de guerra para poder recibir un abrumador cúmulo de obsequios. Ninguno todavía, la verdad sea dicha, con el sello de Made in China.

Seis monjes budistas integran el grupo líder a cuyo frente se encuentra el maestro Fa Hsien. Este hombre sabio se hará entender con los primeros acapulqueños mediante el maravilloso lenguaje de las señas (hoy mismo tan efectivo con la roqueseñal, el gallito de Britney Spears; el caracolito de los macheteros de Atenco y el beso de Fox).

Un día de tantos, el Fa camina por la playa cuando de pronto lanza un aullido: ¡Ye Po Ti! Sus discípulos corren hacia él pensando que algo malo le ha ocurrido, pero los recibe lleno de alborozo: ¡lo he encontrado, por fin he encontrado el nombre de la bahía y su entorno! Se llamará Ye Po Ti, cuyo significado prodigioso es “lugar de tesoros naturales”. Totalmente ajeno al Acapulco de los nahuas: “el lugar en que fueron destruidos los carrizos o arrasados los carrizos”, luego de empujar a los yopes hacia Tecpan. Acapulco significa el epílogo trágico de un romance entre una hermosa princesita nahua y un apuesto mancebo yope de nombre Carrizo. ¿Original, Shakespeare?

     Chinos y yopes

En su libro Fa Hsien, descubridor de América, el escritor chino Ta Chien San refiere que el grupo religioso permaneció casi medio año en el puerto y que durante ese tiempo mantuvo una convivencia armónica con los aborígenes. Habrían intercambiado conocimientos sobre agricultura, alfarería, pesca, etc. China era gobernada entonces por la dinastía Chin, memorable por el impulso notable que dio a la literatura.

Los monjes orientales caminarán hacia el norte y llegarán seguramente a la Gran Tenochititlan. Cuando regresen a Ye Po Ti se manifestarán maravillados del esplendor de aquella civilización. El maestro Fa Hsien la habrá bautizado con el nombre de Fu Sang, o sea “el lugar donde nacen abundantes riquezas”.

Pasados seis meses, el 16 de abril de 413, lo chinos se harán a la mar y no pocas muchachas yopes llorarán al despedirlos en la playa. (Y luego hay quienes se extrañan de que tanto mexicano tenga los ojos “papujados”).

Tal presencia china en Acapulco, más de mil años antes del descubrimiento de América, abre un océano de especulaciones.

1) La embarcación grabada en una roca localizada en La Quebrada en los 20 pudo ser la de Fa Hsien.

2) ¿No es el propio Quetzalcóatl producto de la influencia china?, se pregunta el escritor Ta Chien Sa. La serpiente emplumada tiene para él semejanzas y atributos de dragón chino, en tanto que simboliza la unión entre lo terrestres y lo celestial.

3) Las grandes semejanzas entre los calendarios azteca, maya y chino, particularmente las representaciones de animales como serpientes, conejo, tigre, perro y mono.

4) El gusto mexicano por los juegos pirotécnicos en las fiestas populares.

5) La costumbre costeña del arroz hervido o morisqueta.

6) Las piñatas y los papalotes elaborados con papel de china.

7) El refinamiento de las técnicas para el laqueado por parte de los artesanos de Olinalá.

Sobre esto último, algunos investigadores van más allá al apuntar la posibilidad de que las lacas mexicanas sean de origen asiático. Tal teoría está basada precisamente en la presencia oriental aquí reseñada y avalada por la similitud de procesos, técnicas y estilizaciones usadas en las lacas mexicanas y chinas.

La niega la especialista Graciela Romandía de Cantú. Las lacas mexicanas, afirma, no forman parte del fenómeno llamado paralelismo o convergencia evolutiva del pensamiento humano. Y afirma: No pueden tener éstas un origen común con las chinas sencillamente porque la materia base del esmalte bruñido es de origen animal las primeras y vegetal en las segundas.

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