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Tlachinollan

¿Camino a la gloria o a la muerte?

Centro de derechos humanos de la Montaña, Tlachinollan

Cuarenta mil pesos cobran los coyotes de la Montaña a la población mayoritariamente indígena y joven que se aventura a caminar por el desierto para cruzar la frontera y llegar hasta Nueva York. Para salir de Tlapa y trasladarse a los estados fronterizos del país, cada migrante debe llevar como mínimo  seis mil pesos en su bolsillo, para solventar los gastos de pasaje, comida y hospedaje, antes de llegar al umbral de la gloria o de  la muerte.
El coyotaje es una actividad ilícita que coloca a la población pobre que migra en una situación de alto riesgo y en condiciones de extrema vulnerabilidad. No hay nada que les garantice su seguridad, todo se maneja con total discrecionalidad y se trabaja de forma clandestina. Nadie debe saber sobre su salida y desplazamiento. Simplemente tienen que obedecer órdenes, callar y soportar las inclemencias del tiempo. Quedan en manos de personajes que en cualquier momento los pueden abandonar o entregar a las autoridades. En la medida que se alejan de la región y del estado, se complica su situación, porque aparecen grupos de la delincuencia que los extorsionan. Llegan a lugares donde impera la actividad delictiva y se tornan en rehenes de personajes que están conectados con redes que se dedican al tráfico de personas. Tienen que soportar vejaciones, amenazas, extorsiones y hasta agresiones sexuales, con tal de mantener viva la posibilidad de cruzar el desierto. Todo el tiempo deben de permanecer en la penumbra, escondidos, sufriendo penurias y soportando todo tipo de actos que denigran su dignidad como personas.
Llegar a la frontera es entrar al submundo de la ilegalidad, a la tierra de nadie, a ponerse en manos del crimen organizado. Se vive la experiencia más atroz porque el migrante queda totalmente desamparado. No puede acudir con las autoridades porque lo detienen o lo extorsionan, tampoco puede pedir apoyo a otras personas porque puede costarle la vida. No hay otra alternativa que someterse al imperio de la delincuencia que sabe moverse en las arenas siniestras del desierto de Arizona.
La gente de la Montaña no se arredra para caminar todo el día por el desierto. Tiene resistencia para  avanzar sin descanso, pasa las pruebas del hambre y la sed. Esta fortaleza se viene abajo cuando los coyotes los abandonan en el camino o son presa de otros grupos delincuenciales. Se topan con situaciones límite; avanzan sin rumbo hasta donde alcancen sus fuerzas o mueren a manos de la delincuencia. Son varios casos de mujeres, niños y niñas indígenas que han muerto en el desierto y algunos más están desaparecidos. Les va mejor a los que detiene y encarcela la Migra estadunidense.
En los últimos seis meses se ha documentado la detención de varios niños y niñas que van en busca de sus padres que tuvieron la fortuna de cruzar la frontera y ahora trabajan en Estados Unidos. Varios de estos menores no solo han sido víctimas de múltiples abusos de los coyotes y los grupos de la delincuencia sino de las mismas autoridades migratorias, que los someten a interrogatorios cruentos, para arrancarles la verdad sobre el paradero de sus padres y sobre quiénes se encargaron de llevarlos hasta la frontera. Se trata de menores no acompañados, que además de enfrentarse a un mundo desconocido y hostil, tienen dificultades para expresarse en español. Lo único que alcanzan a decir es su nombre, el pueblo donde nacieron y los nombres de sus padres. Son colocados ante un aparato represor y racista que nada le importa el grado de indefensión en que se encuentran los menores. La postura policiaca es atemorizarlos, tratarlos como ilegales y delincuentes. Junto con todos estos tratos crueles e inhumanos, se reproducen tratos discriminatorios y deshumanizantes, que provocan en los niños experiencias sumamente traumáticas. Los niños y niñas nadie los reclama: sus padres porque se encuentran en el país que los persigue y trata como ilegales; sus familiares porque no saben el destino de los sobrinos o nietos y no tienen forma de que puedan saber qué pasó con ellos o ellas; las autoridades de México se ha desentendido de esta realidad creciente y no existe una instancia que se avoque a proteger y defender a los menores no acompañados.
Son las mismas autoridades estadounidenses, que después de hacer las investigaciones a su modo, ponen a disposición de las autoridades de los estados fronterizos a los niños y niñas detenidas. Regularmente son los DIF de cada estado, quienes se encargan de recibirlos, darles un lugar donde puedan estar temporalmente y hacer las investigaciones de cada caso para proceder a su traslado a sus lugares de origen.
En Guerrero la atención de  estos casos es sumamente complicada, porque no hay una autoridad que esté dispuesta a brindar atención a los menores indígenas no acompañados. Hemos documentado más de ocho casos de menores que han permanecido varias semanas en los albergues de los estados fronterizos, por la falta de interés de las autoridades que para ocultarlo, ponen un sin número de obstáculos para asumir la delicada responsabilidad de acompañar a los niños y niñas, de asumir la tutela y la protección y de garantizar un retorno seguro y digno.
Los niños y niñas además de no tener oportunidades para estudiar en su comunidad, no cuentan con el apoyo y presencia de sus padres, quienes son los guías y consejeros para enfrentar la multiplicidad de dificultades que enfrentan en el ámbito rural. Crecen solos en el campo con el apoyo de los abuelos que no tienen tiempo para atenderlos y ayudarlos económicamente para que asistan a la escuela. Estos niños y niñas no existen para las autoridades municipales y estatales, lo peor de todo es que desconocen una realidad que se da en muchas comunidades de la Montaña. Esta forma de ignorarlos y no verlos es tan cruenta como la violencia que sufren los niños y niñas en las escuelas, y que hasta ahora se están dando cuenta las autoridades federales.
El abandono de la niñez, la desatención y el desinterés que hay de parte de las autoridades sobre las niñas y niños indígenas no acompañados es una omisión grave que se hace cómplice del trato discriminatorio y delincuencial que dan las autoridades fronterizas tanto de Estados Unidos como de México.  Se trata de niños y niñas indígenas pobres, que no tienen la posibilidad de estudiar y que sus padres se encuentran trabajando en el país vecino. Esta situación tan cruel ha hecho que los hijos e hijas experimenten una terrible soledad, que sientan una profundad necesidad de recuperar y vivir al lado de sus padres. Es tan grande su deseo de estar en el mismo espacio familiar, que los niños y niñas dejaron a sus abuelos y asumieron  todos los riesgos que implica caminar por el desierto y cruzar la frontera, con la única ilusión de estar al lado de quienes ellos consideran que son el tesoro más grande de sus vidas.
Por su parte, los papás viven en condiciones infrahumanas y en su mayoría trabajan en los campos agrícolas de los estados de California, Texas y Nueva York, enfrentando un sin número de vejaciones y niveles extremos de explotación y  semi esclavitud. De igual manera se trata de sectores marginales que nadie ve ni atiende, al igual que los jornaleros agrícolas que trabajan en los estados del norte del país. Ellos y ellas no solo han podido vencer los peligros que implica cruzar la frontera, sino que han logrado eludir los controles férreos de las autoridades migratorias, han podido superar las barreras del idioma y tienen la fuerza para resistir todas las adversidades de tipo racial, económica, política y cultural.
Las familias indígenas de la Montaña no sólo llevan grabado el maltrato, el desprecio, el abuso y todo tipo de humillaciones propaladas por las autoridades mestizas, sino que por vivir en Estados Unidos llevan a flor de piel el estigma de su indianidad que se traduce en explotación económica, trabajo semi esclavo, tratos discriminatorios y políticas anti migratorias, que justifican el trato como seres de segunda categoría, sin derechos y sin tener un estatus legal. Su lucha por ocupar un lugar digno en este mundo, sea en México o en Estados Unidos, las autoridades de los dos países actúan con la misma vara del desprecio y trato inequitativo; los excluyen de trabajos dignos y los ven como seres inferiores.
A pesar de todo este sufrimiento histórico los pueblos indígenas han sabido enfrentar con sus propias fuerzas y estrategias los estragos causados por la globalización, que libera y deifica el fetiche de las mercancías, y esclaviza y deshumaniza a los pobres. Mientras tanto las autoridades se mantienen impasibles, ajenas al drama de la clase trabajadora. Insensibles al sufrimiento de las niñas y niños que no cuentan con sus padres e indolentes ante toda la problemática que enfrentan las familias que se atreven a cruzar la frontera y que mueren en el intento. Este camino tortuoso de la población indígena migrante que ha logrado forjar su vida en Estados Unidos, es una demostración de la fortaleza y de la capacidad creadora y desafiante de la gente que porta una cultura cimentada en la solidaridad y que nunca se deja vencer por gobiernos pendencieros y racistas.

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