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Héctor Manuel Popoca Boone

Reflexiones sobre la transición

 (Segunda Parte)

 Por la decisión mayoritaria de los electores en el nivel nacional, la transición mexicana  empezó por la derecha. Aún cuando en elecciones locales ulteriores ha empezado a rectificar.

El Presidente Vicente Fox fue el que escogió al PAN para llegar al poder y no al revés. De ahí los constantes y recurrentes desencuentros mutuos.

El PRI en el poder no supo o no quiso oír los avisos para reformarse y abrirse a la ciudadanía. Aún hoy permanece cerrado por y para los priístas. Ha mostrado pertinaz incapacidad para mostrarse como un partido moderno, con una estructura y un pensamiento político acorde con los tiempos de la transición.

La fuerza de la ciudadanía, sin mayor implante u organización social o política, ha sido la que ha marcado la pauta de los desplazamientos en el poder de uno u otro  partido político, de uno u otro dirigente o candidato político.

Los partidos políticos no impusieron la transición política a la sociedad mexicana, más bien dicho, fue la ciudadanía la que estableció la transición política a los partidos políticos. Ahora los ciudadanos deben asumir con mayor plenitud su ciudadanía, es decir, a la par de exigir sus derechos deben también cumplir con sus obligaciones de todo tipo, desde las electorales hasta las fiscales.

Los liderazgos políticos individuales surgidos en la transición, no han logrado transformar su zaga y carisma en movimientos u organizaciones políticas en continuo ascenso, quedando latentes cuando no se diluyen con el tiempo. Tales son los casos de Cuauhtémoc Cárdenas, Clouthier, Salvador Nava, Marcos o Fox, por mencionar a los principales. Conquistan espacios y concitan adhesiones a movimientos políticos que con el tiempo no logran consolidar del todo sus triunfos y logros para realizarse hacia delante. El fuerte uso de la imaginación política del inicio, no se mantiene y con el tiempo disminuye hasta agotarse.

La oportunidad que da la transición política para pasar a un estadio superior se está desaprovechando ante la falta de audacia, imaginación creativa, voluntad, inteligencia y organización para capitalizar  ese impulso y a la vez gobernarlo; sobre todo teniendo la capacidad e intención de saber bien procesar los disensos y los conflictos que de ella se derivan.

Las campañas políticas en la transición se han significado por conquistar el voto más por el mercadeo publicitario que por la difusión de principios ideológicos y programas de acción.

En la actualidad es mucho más importante el rating y la encuesta de popularidad que lo que se hace y se dice en términos de compromiso y doctrina política.

Los procesos de selección de candidatos en los partidos políticos no han pasado la prueba de la democracia interna. Son auténticas ferias de vanidades, ambiciones, codicias y codazos en un marco de escasa o nula cultura democrática. El pueblo contempla, con pena, el triste espectáculo.

Al actual gobierno federal de la transición ya se le agotó el tiempo de gracia para justificar los errores recurrentes que comete debido a la novatez en el poder.

Al Poder Legislativo de tiempo atrás se le acabó  el tiempo para superar las reyertas y disensos que acontecen hacia su interior, que no le permite aportar los que debe en esta transición y acordar las reformas estructurales que requiere nuestra nación. También es cierto que poco a poco deja de ser un mero órgano ratificador de las decisiones presidenciales.

El Poder Judicial de la federación adquiere, cada vez mayores rasgos de autonomía e independencia del Poder Ejecutivo que tradicionalmente y por muchos años lo había tenido subordinado.

El fortalecimiento del federalismo no resultará si únicamente se pretende traspasar facultades, funciones y responsabilidades a los estados y municipios sin los recursos presupuestales mínimos necesarios para asumirlas y desempeñarlas. Asunto pendiente en este ámbito es el reto de aminorar las grandes y graves desigualdades que acusa el desarrollo socioeconómico de los estados de la república así como de sus regiones.

En el pluralismo político de la transición, brillan por su ausencia las alianzas de largo plazo, que den certidumbre y confianza por un lado y que allanen el camino en las transformaciones políticas, económicas y sociales que demanda o requiere la sociedad mexicana para adquirir el estatus de justa, moderna, positiva, y asertiva en todo momento.

En todos los niveles de gobierno, en todos los partidos políticos, en las organizaciones empresariales, sindicales y campesinas, la transición política, que implica cambios, provoca tensiones y desencuentros entre los tradicionalistas que no los quieren y los modernos que quieren adaptarse a las nuevas exigencias y circunstancias.

La gobernabilidad democrática en la transición requiere, para que sea efectiva y socialmente satisfactoria, dos cosas: la representación adecuada del pluralismo político y una relación constructiva entre poderes, instituciones, partidos políticos y organizaciones sociales que favorezcan la cooperación y la formación de amplias mayorías  de apoyo a las decisiones vinculantes e inclusivas.

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