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Encabeza Aguirre Franco ceremonia en honor al beato acapulqueño Días-Laurel

* Propone el arzobispo edificar en el barrio de Petaquillas un templo en honor al misionero, beatificado por el papa Pío IX el 7 de julio de 1867

Ossiel Pacheco * El arzobispo Felipe Aguirre Franco encabezó ayer la conmemoración del 376 aniversario del martirio del beato acapulqueño Bartolomé Días-Laurel, cuya canonización impulsa desde hace un año la arquidiócesis porteña.

La ceremonia litúrgica se desarrolló en el barrio de Petaquillas, en el Centro de la ciudad, en la calle donde se ubica una capilla en honor al misionero Días-Laurel, que fue quemado vivo en la ciudad japonesa de Nagasaki el 17 de agosto de 1627, y congregó a un centenar de fieles católicos.

El acto se llevó a cabo con la presencia de la Virgen de los Mares, que fue llevada a Petaquillas expresamente con ese fin.

El arzobispo Aguirre Franco planteó la necesidad de edificar en ese barrio un templo más grande en honor a este misionero, quien fue beatificado por el papa Pío IX el 7 de julio de 1867, tras reconocer la veracidad de la historia del mártir acapulqueño, quien murió a raíz de la persecución del emperador japonés Shogunsana contra los promotores de la fe católica.

Precisamente hace un año, los arzobispos Felipe Aguirre Franco y el emérito Rafael Bello Ruiz declararon el comienzo del año jubilar para promover la canonización del primer beato que, de acuerdo con estudios profesionales de El Vaticano, nació en lo que hoy es el barrio El Pozo de la Nación.

Fray Bartolomé Días-Laurel nació en 1599, ingresó al noviciado del convento de San Buenaventura, en Valladolid (hoy Morelia, Michoacán), donde recibió el hábito por primera vez el 13 de mayo de 1615, y por segunda ocasión el 17 de octubre de 1616, pero profesó como lego el 18 de octubre de 1617.

Fue misionero, catequista y enfermero en la ciudad de México de 1617 a 1619, y promovió la fe católica en el archipiélago Filipino de 1620 a 1623, y en Japón, de 1623 a 1627, donde murió quemado después de ser martirizado junto a otros religiosos dominicos y franciscanos en la colina de Nishizaka, en Nagasaki, Japón.

Ayer, Aguirre Franco –acompañado de los párrocos Juan Carlos Flores Rivas, coordinador diocesano para promover la canonización del beato; Rogaciano Zárate Brito, capellán del beato; Serafín Casiano, coordinador diocesano de la Pastoral Afroamericana, y Silvino Moreno, capellán de San Felipe de Jesús–, ofició una misa en la capilla en el barrio de Petaquillas, en honor al beato porteño, como parte de los festejos para el cerrar el año jubilar este domingo 18.

Este domingo 18, el nuncio apostólico en México, Giuseppe Bertello, concelebrará con Aguirre Franco una misa en el salón Teotihuacan del Centro Acapulco, y encabezará la procesión que en lanchas de fondo de cristal va a partir del Malecón frente al Zócalo porteño rumbo al sitio donde será hundida la Virgen de los Mares.

Ese mismo día, como parte del programa de clausura del año jubilar, por la mañana habrá una exhibición de gala de clavados en La Quebrada, en honor a la efigie mariana.

Aguirre Franco en su homilía dijo que la Iglesia tiene la certeza probada por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, que sustentó que el beato es originario del puerto de Acapulco, donde desarrolló su vida en el barrio El Pozo de la Nación, en una hospedería de misioneros franciscanos, en el convento de Nuestra Señora de Guía.

Una hora antes de la misa que ofició el arzobispo, llegó la efigie al barrio de Petaquillas procedente de la catedral de Nuestra Señora de la Soledad, resguardada por el motociclista Lennin Gutiérrez Ortiz, de la Confederación Internacional de Motociclistas Oficiales y Policías de Caminos.

Llegó a bordo una camioneta pick up, que conducía Mario Treviño Díaz, del comité pro restauración de la Virgen, réplica que moldearon en bronce artesanos de la Tierra Caliente en la ciudad de México, donde recibió la bendición del papa Juan Pablo II en la Basílica de Guadalupe al término de la misa de canonización del indígena Juan Diego.

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