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Humberto Musacchio

Manuel Buendía, primero de muchos

Vivo, Manuel Buendía fue primero entre muchos; muerto hace 30 años, fue igualmente el primero de una ya larga y oprobiosa nómina de periodistas asesinados. El muy relevante columnista hizo de su trabajo un oficio de inteligencia, entendida ésta como conocimiento y comprensión; habilidad, destreza y experiencia, lo mismo que capacidad para resolver problemas.
El suyo era un periodismo de investigación, lo que es decir planteamiento de hipótesis aceptables, búsqueda persistente de datos útiles, seguimiento y contraste puntual de hechos y dichos y, por último, extracción de conclusiones. Se dice pronto, pero todo eso no lleva a ninguna parte cuando se carece de olfato para separar lo importante de lo prescindible, de capacidad para ligar lo aparentemente inconexo y trazar el camino que ha de seguirse para concluir la investigación en forma contundente.
Buendía pudo afirmar, como los viejos jefes de redacción, que en el periodismo la gloria dura 24 horas. Entendía muy bien que en este oficio no hay consagración definitiva. Miguel Ángel Sánchez de Armas, discípulo y amigo del maestro michoacano, recuerda unas palabras suyas que recogen aquella convicción:
“Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: ‘Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’”.
Ahora que se han cumplido treinta años de su asesinato nunca satisfactoriamente aclarado, a la vez que recordamos al colega estamos obligados a renovar nuestros votos por un periodismo veraz y entendido como un cotidiano servicio a la sociedad, por un ejercicio profesional ajeno a la corrupción que se promueve principalmente desde el poder político, pero también desde otras esferas.
El periodismo vive en relación estrecha con el poder, con los poderes, pero cotidianamente ha de marcar su distancia, pues, para no traicionarse, está obligado a no confundir su propia existencia con aquello que es su materia de trabajo. El ejercicio informativo, analítico y crítico que desarrollamos viaja montado en esa contradicción y debemos hacernos cargo de ella, con todos los riesgos que eso signifique.
Así lo asumió Manuel Buendía y en ese trance le arrancaron la vida. En aquel tiempo, 1984, hacía décadas que el Estado prefería que los periodistas fueran acallados por sus propios editores. Cuando eso fallaba, se recurría a cortar a las publicaciones la publicidad y matarlas por hambre. Cuando incluso aquello no era suficiente, se recurría a la cárcel, como fue el caso de Filomeno Mata hijo. Pero esta era una excepción.
Lo normal era presionar al periódico o revista en que se expresaba el “insolente” (no menciono aquí radio y TV porque esos medios tuvieron un trato diferente que en buena medida se conserva). Pero de un tiempo acá, los periodistas están en peligro de muerte. La amenaza proviene de funcionarios públicos que se sienten amenazados y cada vez más frecuentemente de poderes fácticos que suelen aplicar de manera directa sus venganzas.
La inmensa mayoría de los colegas caídos no gozan de la fama de Buendía ni de otros periodistas que son orgullo del gremio. La violencia se ha cebado en compañeros sin tanto brillo, pero igualmente merecedores de respeto. La mejor manera de defendernos es insistiendo en la denuncia. Nosotros hemos de hablar por los colegas silenciados.

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