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Edgar Neri Quevedo

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* Vietnam y su poeta

 La anécdota es divertida y hay que leerla con toda la compasión posible. Un funcionario del entonces recién estrenado ayuntamiento porteño, acudió al aeropuerto para recibir y atender a una delegación de Vietnam. Los visitantes, en un gesto amable trajeron obsequios representativos de aquel país para agradecer la hospitalidad de los acapulqueños.

Entre los regalos, trajeron consigo ejemplares de un libro con poemas de Ho Chi Minh. Entregaron un ejemplar al radiante funcionario, joven, alto, celular en mano, y una sonrisa más falsa que promesa de campaña. Lejos de guardar silencio y limitarse a recibir el libro, el funcionario quiso demostrar su amplio conocimiento literario y recorriendo rápidamente sus páginas comentó: es un libro, ¿verdad?

Los vietnamitas asintieron, y sonrieron. Incluso complacidamente.

El flamante funcionario responsable de las relaciones públicas, en esta ocasión internacionales, agregó: y este poeta, ¿es conocido en su país?, ¿tiene éxito?, ¿vende muchos libros?, ¿es joven?

La paciencia llegó al límite. Los vietnamitas sonrieron con desgano y pretendiendo terminar la conversación dijeron: es el padre de la patria.

El funcionario porteño, suponiendo que la respuesta vietnamita era un chistorete que había que celebrar y deseoso de demostrar que las nuevas generaciones de guerrerenses no solamente son resabidas sino comprensivas, acotó: lo voy a leer.

Claro, un libro es para leerse, pero hacía falta decirlo, aclararlo para despejar cualquier duda.

El silencio que siguió a la conversación fue absoluto. Los vietnamitas seguramente disfrutaron su estancia, pero se molestaron por la infinita ignorancia del funcionario.

La anécdota no tuvo consecuencias, pero sí dejó por los suelos la imagen de los funcionarios del ayuntamiento.

Desgraciadamente, no es sorprendente, que en no pocas ocasiones en el área de relaciones públicas de empresas gubernamentales y privadas aparezca una persona quizá con excelente inglés pero con escasa cultura. Para una empresa el área de relaciones públicas es fundamental, y no puede dejarse en manos de cualquier persona, así huela bien y se vista apropiadamente. No es posible que quienes desempeñan una función de este tipo no destinen al menos un poco de su tiempo para conocer la historia, costumbres e identidad cultural de quienes nos visitan. Tal es el caso de este funcionario, cuya anécdota quedó grabada en la memoria colectiva de muchos acapulqueños.

Recordemos que Fidel Castro, el visitante furtivo que se toma un tiempo para venir solamente a almorzar en nuestro país, alguna vez declaró que los niños mexicanos reconocían más a personajes de Walt Disney que a sus personajes históricos. La declaración, estúpida a más no poder, obligó la disculpa pública del dictador isleño.

Así, el ayuntamiento debió en su momento ofrecer una disculpa a los visitantes por la infinita idiotez de su funcionario. Sin embargo, para sus compañeros se trató solamente de un hecho sin consecuencias, el suceso pasó desapercibido y nadie, nadie, se disculpó.

El nombre de Ho Chi Minh significa el que ilumina. Aunque también se hizo llamar Nguyen Ai Quoc, el patriota. Este personaje utilizó en su vida quizá más de cien nombres diferentes que se superponían al suyo propio de Nguyen Tat Than, hijo de un médico herborista de Nghe An, un proverbio indochino dice: “Quién nace en Nghe An, estará siempre en la oposición”. Cubrió con ellos la larga estela romántica de un revolucionario, de un hombre que vivió todo el ciclo de la revolución, desde la Internacional Socialista hasta el Vietnam que dirigió. Fue el último superviviente de los grandes revolucionarios que agitaron el mundo moderno. Una importante ciudad lleva su nombre.

Dieciocho millones de hombres le veneraron. Era el Tío Ho.

Hay mucho más que decir de él, pero en razón del espacio, apreciemos dos poemas de este “exitoso poeta”.

 

Una frazada de papel

 

Libros nuevos, libros viejos,

las hojas apiladas tan juntas.

 

Una frazada de papel

es mejor que ninguna.

 

Vosotros que dormís como príncipes,

resguardados del frío,

¿sabéis cuántos hombres presos

no pueden dormir en toda la noche?

 

Mañana despejada

 

El sol de la mañana

brilla en la pared de la cárcel

y se lleva las sombras

y el miasma de la desesperanza.

 

Una brisa vivificante

sopla acariciando la tierra.

 

Cientos de caras encarceladas

sonríen otra vez.

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