Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Armando Escobar Zavala

Ausentes de la agenda

 Entre bardas pintadas con logotipos partidistas, gallardetes, mítines políticos, descalificaciones al adversario, carteles multicolores y espectaculares alusivos, los guerrerenses nos encontramos en los preliminares de una justa electoral en las que las promesas de prosperidad y la solicitud de votos de confianza son cosa de todos los días. Sabedores de que los medios de comunicación son pieza fundamental en la difusión y apuntalamiento de sus propuestas, los pre y los candidatos han sustituido a las marcas de cosméticos en la radio y la televisión.

Como hemos advertido en otras colaboraciones, la mercadotecnia electoral ha ocupado el primer plano en las campañas electorales, por encima de las ofertas políticas, la frivolidad y el cotilleo político se han impuesto al debate de problemas relacionados con el empleo, la educación, la seguridad social o la urgente atención a las zonas rurales. No están en las agendas de los partidos, no aparecen, las preocupaciones de la gente. Hoy se eligen candidatos y se busca el voto con las mismas prácticas que en otro tiempo criticábamos. Este punto es importante, porque lo que está en juego es la viabilidad del sistema de partidos, ya que la sociedad evalúa si aquellos se ocupan de sus temas o de que sólo son espacios de disputa interna para alcanzar el poder por medio de diferentes grupos, pero que no se preocupan por el interés colectivo.

Lamentablemente tenemos un estado de Guerrero más complicado. En los últimos tres años han crecido los problemas y la demagogia ha sustituido a los caminos por los cuales transitar, para aminorar las desigualdades. El desempleo se ha incrementado, los problemas de seguridad pública no se han solucionado y la atención a los mas pobres, sólo se da en los espots de radio y televisión.

Es urgente reorientar la política social, de manera que deje de ser tratada como un simple instrumento de compensación de las desigualdades provocadas por un modelo económico que ha concentrado en pocas manos la riqueza y que durante décadas ha extendido la pobreza extrema a amplias capas de la población. Es necesario que la acción pública del gobierno, concretada en la política social, no se limite a medidas de carácter asistencial. Toda acción de política social debe tener el fin último de romper el ciclo de reproducción de la pobreza y comenzar a generar una mayor igualdad de oportunidades entre todos los guerrerenses. En cuanto a los resultados en la materia por el actual gobierno estatal, no hay nada de lo que podamos sentirnos orgullosos.

En nuestro Estado, donde la asimetría de la distribución de la riqueza y el abanico de las desigualdades son tan dramáticas, la cuestión social debe definirse fundamentalmente como una tarea de reducción de la pobreza y no como práctica asistencial-electoral. Aunque parezca esquemático, el dilema vuelve a ser entre el asistencialismo y las políticas de justicia social. Por desgracia, el actual gobierno (“un gobierno de oportunidades” rezaba en su campaña), prolongando los criterios económicos, sociales y, sobre todo, político-electorales de sus antecesores, optó por el primero.

Es necesario que desde una posición crítica, seamos capaces de rebatir y cuestionar en la política uno de los grandes sofismas del actual gobierno que la realidad ha desmentido. Los grandes bolsones de pobreza regular y pobreza extrema en estados como el nuestro, no pueden eliminarse con dádivas o fantasiosas inversiones, requieren el diseño y la aplicación de una reforma social de grandes proporciones que sitúe el bienestar de los ciudadanos como el norte de la actividad gubernamental.

Hoy, frente al manto de descrédito que numerosas opiniones han tendido sobre el actual gobierno, habría que insistir en que sólo un modelo orientado al bienestar social es la única elección política que nos habilite para reducir la pobreza. El ácido de la crítica que acompaña a cualquier gobierno, corroe de forma cotidiana al gobierno de René Juárez Cisneros, porque la evaluación que se le hace es de resultados contra promesas y el saldo es devastador: falta mucha sensibilidad en el campo de la cultura, consistencia en el de la educación; su equipo de trabajo está por debajo de las expectativas y de los retos.

La lista de reclamos es larga. La inseguridad ya no es solo un asunto de los que tienen recursos, ha llenado de temor también a los que menos o nada tienen. La inseguridad pública, la inseguridad frente a la pérdida de empleo, la inseguridad social, la inseguridad frente al futuro, la inseguridad frente al propio gobierno, está en cada familia guerrerense.

El debate acerca de las prioridades se ha centrado en la democracia. Su deseabilidad, su necesidad, sus ritmos y su plasmación institucional han copado nuestro aún limitado espacio público. Los innegables aunque insuficientes avances en la materia nos ofrecen ya algunas evidencias, pero si bien la democracia es imprescindible para todo proyecto económico distributivo no autoritario, la normalización de la competencia política no basta para declarar zanjados los múltiples dilemas de nuestra agenda social.

Los guerrerenses debemos iniciar un nuevo capítulo de nuestra saga –interminable, inaudita e inconcebible–, de autodestrucción. En este escenario de tragedia estatal, hay dos aspectos de vital importancia que exigen una mínima reflexión. En primer lugar, las razones del ancestral fracaso de lo que debieran ser política públicas y en segundo término, el descrédito ético-político del grupo gobernante. Con el mínimo análisis, uno descubre continuidades preocupantes en el actual gobierno; con el mismo estilo de antaño; no rinde cuentas a nadie. Y como miembro de una tribu, la elite política se protege así misma y establece ciertas barreras frente a la sociedad y el Poder Legislativo. Ese es el pasado que creíamos superado y aún gravita sobre nosotros.

Es urgente que la política dé ejemplo de algo mas y aborde en la agenda colectiva, los nuevos desafíos y la atención solidaria a los temas sociales.

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