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Jesús Mendoza Zaragoza

El derecho a decidir

La conquista de las libertades ha sido un avance irrenunciable de la modernidad, que llegó para quedarse. Estas libertades han quedado como columnas de nuestra sociedad que transita hacia la democracia. Y, por otra parte, hay que señalar que la libertad, junto con la verdad, la justicia y el amor, es uno de los valores fundamentales de la vida social, inherente a la dignidad humana. En este sentido, derecho a decidir es una expresión muy invocada para promover el ejercicio de las libertades modernas. Y, afortunadamente, se ha ido construyendo ya una cultura que tiene como eje el ejercicio de la libertad de las personas en su toma de decisiones.
Pero tenemos que ubicar la libertad en su contexto justo. Como valor social, tiene que integrarse con otros valores para mantenerse como tal. De otra manera, si se absolutiza la libertad se desvirtúa hacia posiciones francamente individualistas y se convierte en fuente de injusticias. No hay que olvidar que la insistencia excesiva en la libertad constituye el alma misma del capitalismo, en el que los dueños del capital ejercitan su derecho a decidir, sin ningún acotamiento, el manejo arbitrario de sus dineros acumulados y del despojo que promueven en los pueblos. En esta lógica, el señor Slim ha hecho valer su derecho a decidir la manera de hacerse de una gran fortuna, en un contexto de multitudes que viven en una situación de pobreza extrema, al amparo de su libertad. Al señor Slim le acomoda muy bien el modelo individualista e insolidario de ejercicio de la libertad y hace grandes negocios que derivan en fortunas construidas a costa de la miseria de mucha gente.
El liberalismo aporta valores pero impone límites. Aunque la libertad es necesaria, no lo es todo. El abuso de la libertad, en lugar de engrandecer al ser humano lo disminuye, en lugar de construir la fraternidad la amenaza y puede ser fuente de injusticias. En la historia se han construido filosofías y movimientos culturales y sociales que han reaccionado contra la concepción individualista de la libertad. De hecho, el marxismo y sus expresiones socialistas y comunistas fueron pensados como una afirmación de la justicia que acotara el ejercicio individualista de la libertad, tan bien estructurado en el modo capitalista de producción.
Por otra parte, las tradiciones religiosas más antiguas como el budismo, el judaísmo, el cristianismo, entre otras, han insistido siempre en la necesidad de la liberación interior. Hablan de la necesidad de construir la libertad espiritual en la vida interior de cada creyente. Se trata de la afirmación de la libertad como derecho a decidir a la que se añade un plus. Esto significa que el derecho a decidir está determinado por la situación subjetiva de la persona, que muchas veces no está en condiciones de tomar decisiones justas.
El hecho es que la libertad humana suele estar subordinada a condicionamientos subjetivos como fobias, traumas, adicciones, prejuicios y otras patologías que la distorsionan. Así tenemos, por ejemplo a un adicto al alcohol con una libertad para decidir muy disminuida que no le permite tomar decisiones en torno a su propia salud y al bienestar de la comunidad. Así mismo, los repliegues egocéntricos restringen el horizonte de la libertad a tomar decisiones de manera egoísta.
En el corazón del cristianismo hay una decisión dramática que Jesús tomó con plena conciencia y libertad. Decidió entregarse y aceptó morir a manos de sus enemigos. Esta decisión, como ejercicio de su libertad, él la expresa de una manera muy clara y sin ambigüedades: “Nadie me arrebata la vida; yo la entrego porque quiero”. (Evangelio de Juan 10, 18). Jesús ejercitó plenamente su derecho a decidir, que sirve como modelo para quienes, a lo largo de la historia, lo reconocen como el Maestro en muchos temas como este.
El cristianismo ofrece un plus a la libertad humana en el sentido de que las libertades que se ejercitan en las relaciones sociales, económicas y políticas tienen que ser una expresión de la libertad interior. Y dicha libertad interior consiste en la capacidad de elegir un bien objetivo que sea coherente con la dignidad humana. En este sentido, la libertad se relaciona con la verdad en cuanto que la toma de decisiones no puede contradecir la propia naturaleza y la dignidad de las personas.
En nuestro contexto, nuestra sociedad, tan injusta y tan excluyente y enferma de tantas calamidades, es el resultado del ejercicio de un muy difundido derecho a decidir arrogante y arbitrario, donde cada persona toma decisiones a sus anchas cerrándose a los derechos de los demás, al margen de la justicia y de toda verdad. El capitalismo neoliberal es la mejor expresión de este estilo en la toma de decisiones y genera pobreza, injusticia, corrupción e inequidad.
La alternativa está en un derecho a decidir siempre abierto a la dignidad humana, a la justicia e inspirado en el amor. Este modo de decidir promueve y enaltece la libertad, construye la justicia y abre oportunidades a los demás. Es una opción por la afirmación del otro y el distanciamiento de toda obsesión por la autoafirmación.
Todos los días tomamos decisiones con nuestro peculiar modo de decidir y de acuerdo con la amplitud de nuestra libertad, que muchas veces se manifiesta estrecha y atada al ego. Esa libertad necesita ser redimida. Para los cristianos, Jesús libera la libertad para que manifieste su gran esplendor en la ofrenda de uno mismo en favor de los demás como él lo hizo. La libertad resplandece cuando se elige un bien objetivo que no repercute en un mal objetivo para los demás. En el caso contrario, la libertad se vuelve contra sí misma.
En este sentido, una tarea insoslayable consiste en educar para la libertad, para que cada quien sea capaz de tomar decisiones solidarias, amorosas, y abiertas a la justicia, como parte de la construcción de ciudadanía. ¿Acaso no es este el gran drama de una ciudadanía que no sabe decidir a la hora de elegir a sus gobernantes y a la hora de participar en la vida pública? Cuando los ciudadanos deciden votar –o vender su voto– por un candidato corrupto o mafioso,  su voto tiene efectos dañinos para la sociedad y, aún así, debe respetarse su voto. Así es la democracia que tenemos.
La libertad redimida es aquélla que se acepta siempre como una responsabilidad personal con repercusiones interpersonales y sociales. Y se mantiene siempre abierta a la justicia, iluminada por la verdad e inspirada en el amor. Como en el caso del Nazareno. En este sentido, hay que apelar al derecho a decidir como un ejercicio de la libertad vinculada a la justicia, al respeto de la dignidad humana de todos, a la construcción de la paz. Y muy distinto al modelo individualista de tomar decisiones.

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