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Alfredo Arcos Castro

La alternancia no es suficiente

 La historia reciente de la transición democrática en América Latina nos permite afirmar que no hay democracia que aguante mucho sin mínimos de bienestar económico y sin disminución de la desigualdad social ejemplos: Argentina, Perú, Brasil, Venezuela, etc.

En México, después del triunfo de Fox, podemos celebrar las ventajas de nuestra pluralidad política, de la autonomía e independencia de los poderes Legislativo y Judicial, el acotamiento de poder presidencial, del carácter competitivo de nuestro sistema de partidos. Sin lugar a duda, todos estos cambios políticos son novedades que tenemos luego de los setenta años que vivimos en un régimen autoritario en donde todo estaba subordinado a la voluntad del presidente en turno.

Por supuesto, estas transformaciones políticas son muy importantes para el establecimiento de la democracia en México. Pero si ello no se traduce en eficacia gubernamental y en capacidad estatal para poder resolver los añejos problemas de desigualdad social y bienestar que aquejan a la sociedad mexicana, las cosas pueden resultar adversas a la incipiente democracia que pretendemos construir en nuestro país. Los ciudadanos empezaran a perder confianza en la clase política y sus partidos. El descrédito, la incertidumbre, el miedo extendido son síntomas de que los partidos, el gobierno y las instituciones no son eficaces no cumplen con las demandas que les exige la ciudadanía.

Hay, como siempre, razones para el optimismo, pero veinte más para perderlo: los escándalos de los frecuentes viajes de nuestros gobernantes, regidores y diputados al extranjero, los sueldos exorbitantes de la clase política, los gastos excéntricos y superfluos, la frivolidad, la arrogancia y la soberbia, nos muestran que la clase política mexicana es una clase política privilegiada. Todo ello genera la desconfianza no sólo en los inversionistas, los señores de los negocios y del dinero sino también y sobre todo en los ciudadanos, muchos de los cuales están plenamente convencidos de que nuestro país no ha cambiado para nada en esto últimos veinte años, que todos los políticos son iguales y que el chanchullo, la tranza, la impunidad, la corrupción, la manipulación, la mentira, el desprecio a la ley, el cinismo, la dilapidación, la marrullería, el abuso, los trinquetes, la mordida, el trafico de influencias, la desvergüenza, siguen siendo el pan de cada día en todos los ámbitos de la sociedad mexicana.

La creencia de que los gobernantes cumplan con lo prometido en sus campañas disminuye con el tiempo, y en la política esto significa desgaste, incremento de desconfianza y posibilidades que las cosas no avancen. La desesperación de los ciudadanos los puede llevar a desconfiar de la democracia y buscar algún caudillo, Mesías o dictador de izquierda o derecha que les ofrezca orden, disciplina y prosperidad (bonapartismo). Por eso es necesario que los actores políticos lleguen a acuerdos que permitan decisiones nacionales, es decir, viables y consistentes. Que satisfagan umbrales mínimos de eficacia e irradien confianza entre los propios actores, los ciudadanos y grupos de Interés. Por supuesto, esto requiere de paciencia pero sobre todo de instituciones. Se necesita de una clase política que mire más allá de sus intereses inmediatos, requiere de instituciones que de manera razonable aseguren compartimientos cooperativos y eficacia gubernativa.

La alternancia sólo es un paso hacia la democracia, su objetivo fundamental es lograr condiciones mínimas de bienestar económico y disminución de la desigualdad social entre los mexicanos. No entender esto, nos lleva a voltear los ojos hacia Argentina y ver, entre las ruinas a la clase política, los enormes costos sociales de irresponsabilidad y la ineficiencia de los partidos y los gobiernos.

La incipiente democracia en México, debe mostrar, sino el mejoramiento inmediato y sustancial de los niveles generales de vida, sí por lo menos la razonable factibilidad de una perspectiva visible, de acercamiento entre carencias y satisfacciones. Si no es así, las gentes pierden la fe en la doctrina y esta pierde veracidad y por lo tanto legitimidad. Recordemos que un vacío de doctrina es tan grave como un vacío en el estómago, el hombre necesita llenar ambos porque el hombre no es una bestia.

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