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Renato Ravelo Lecuona

La era está pariendo un corazón

 La experiencia de Abigail Morita, Rafael Baca y Héctor Rodríguez de pintar un mural en el nuevo edificio de la Comisaría de Buenavista, en el municipio de San Luis Acatlán, es algo fascinante. En primer lugar porque participan de un bello romanticismo juvenil en el que entregan generosamente su tiempo y que no esperan mayor reconocimiento que el de lograr que el mural sea una obra que identifique a la comunidad, con su vida, su historia y su futuro.

En esto imprimen el mejor sello de nuestros tiempos. En segundo lugar, esa idea de jóvenes citadinos, portadores de una formación y una cultura urbana y moderna, de buscar integrar en una obra las ideas, saberes, concepciones y aún la historia de un pueblo indígena, los obliga no sólo a una investigación documental en libros y códices, sino a una búsqueda en la conciencia colectiva de aquellos símbolos, o sus representaciones, que les den coherencia e identidad.

Que esta búsqueda sea una necesidad sentida por esa comunidad mixteca, es algo indudable pues ha sido una de las más interesadas en la construcción de un sistema propio de impartir justicia, que se expresa en la organización de las Policías Comunitarias, así como el movimiento por los derechos indígenas que surgió desde 1992. Se puede decir, que el de Buenavista era un pueblo en búsqueda de pintores en búsqueda de pueblo. Y se encontraron.

Abi, Rafa y Héctor, como se nombran, formaron una asociación civil a la que denominaron Luminarte que, afirman, “es nuestra respuesta al movimiento nacional reiniciado por los pueblos indígenas y campesinos de México. Somos una herramienta, una mano de trabajo que se une a la exigencia de una vida justa y digna para todos, de respeto a los derechos y cultura de los pueblos indígenas y no indígenas”.

La asamblea de autoridades comunitarias y civiles de Buenavista, es efectivamente la máxima autoridad del pueblo. Primero tenía que aprobar que fuera el grupo Luminarte el que realizara la obra. Luego el proyecto en sí. Para hacer éste, el grupo tuvo que documentarse sobre la cultura prehispánica mixteca, las características de la conquista y la colonización española, la repercusión de las grandes luchas sociales del país en el estado, la región y la propia comunidad. Cuando presentaron el proyecto conceptual y gráfico ante otra asamblea también fue aprobado, con la opinión de los ancianos que son muy respetados aquí.

Pero tal aprobación, así de rápido, dejaba dudas. “Estábamos ante algo desconocido tanto para la comunidad como para el grupo. La dificultad fue de comunicación pues la gran mayoría habla mixteco y pocos español. Nos sentíamos vistos como extranjeros. La compra de todos los materiales y al armado de los andamios, la preparación de los muros, nos permitió algún acercamiento mayor con algunos de ellos”.

No obstante, hay una barrera social y cultural que debe romperse, además y por encima de la barrera idiomática. Si una asamblea aprueba algo y las autoridades dan órdenes para que se cumpla, ello no necesariamente rompe esa barrera construida por generaciones de discriminación y marginamiento, precisamente por gente de la ciudad que trata a los indígenas con desprecio, incomprensión, con autoritarismo o que llega a las comunidades a mandar o imponer sus determinaciones.

Si no hay una comunicación elemental, menos se logrará una de mayor profundidad. La actitud de la gente tiene que sentirse en la forma de cumplir las invitaciones a comer al equipo, en el saludo en la calle, en los comentarios que hacen, en las dudas que plantean sobre si se llega con ganas de trabajar, en la forma de cumplir los acuerdos establecidos o de no cumplirlos, como fue el caso del armado de los andamios necesarios para trabajar el techo a las partes altas, que obligó al equipo a improvisarlos y sufrir una caída de Abigail que le causó una profunda herida en la frente, situación que le hizo sentirse aislado e incomprendido al equipo, y sin embargo, aunque Abi fue vista por numerosas personas que pensaron que abandonarían el pueblo, se sorprendieron que a las dos o tres horas se reincorporó a su trabajo.

Este incidente, sin que el equipo dijera nada, motivó una discusión en asamblea o reunión de principales y autoridades e hizo cambiar 180 grados la actitud de casi toda la gente. “La gente se sorprendía agradablemente que nos gustara su comida, que estuviéramos todo el tiempo dispuestos a platicar, que apreciáramos sus cosas”; relatan Abi y Rafa.

El cambio de actitud de la comunidad hacia el equipo fue entonces perceptible, como si un prejuicio colectivo se hubiera desvanecido. Las visitas al mural en proceso y las preguntas sobre lo pintado, se hicieron cada vez más numerosas. La inclusión de una mujer desnuda, “del color de la tierra” en el mural, desató una polémica muy amplia. Del “chisme de que pintábamos a una encuerada en la Comisaría que corrió entre la gente, en las mismas pláticas de ellos, se llegaría a una interpretación sensata, pues se explicaba como la mujer que emergía de la tierra, no sólo tenía el color de ésta, sino que hacia surgir otra figura de la misma tierra, jalándolo de la mano, como si ella lo atrajera a la vida”.

Los visitantes también admiraban y aprobaban la inclusión del Códice Mixteco que representaba fielmente a 8 Venado, emperador mixteco; la inclusión de mujeres vestidas a su manera tradicional, o el retrato de niños de la comunidad, eran aprobadas con agrado, lo mismo el de un hombre que aparece extendiendo un brazo y que en lugar de mano tiene una mazorca recibió una expresión de que el maíz es parte del hombre, comprobando quizá su cosmovisión que identifica maíz-hombre.

Varios motivos del mural aún sin terminar están siendo discutidos por mucha gente de la comunidad, que está digiriendo no sólo lo que está apenas esbozado sino lo que puede “o debe representar para ellos”. Por ejemplo, un principal sugiere que el mural incluya la representación de un Tláloc que ellos veneran en lo que es una estalactita que poseen, en la cual se vislumbra, o se sugiere su rostro formado naturalmente en la roca calcárea. Este proceso de discusión del mural, de sus imágenes y símbolos que desarrolla la comunidad, habrá de derivar el conjunto de modificaciones, agregados, o hasta un rediseño a lo que el equipo Luminarte está enteramente abierto, ya que esa es su finalidad. Se espera que así la comunidad se apropie de él y estampe todo aquello que lo provea de su identidad en el tiempo y el espacio.

Luminarte intentará, para terminarlo, que la comunidad se integre no sólo aportando sus ideas, sino al mismo trabajo de ejecución. La comunicación, no establecida en el habla, será entonces un hecho a través de los elementos simbólicos. La era que vivimos, busca una integración distinta a la que ha propugnado el liberalismo capitalista desde el siglo pasado, queriendo “integrar”; la cultura indígena por la vía de desaparecerla absorbiéndola a su sistema. Ahora será al revés, los portadores de esa cultura dominante, intentan integrarse la cultura indígena para participar de sus valores, es decir, pariendo un corazón nuevo.

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