Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

El señor diputado

(Tercera  de seis partes)

El Kiosko 

En la Plaza Alvarez se ubicaron las cantinas de mayor prosapia durante las tres o cuatro primeras décadas del siglo XX acapulqueño. La de don Delfino Funes (hoy tienda Kodak); la de los Hermanos San Millán (donde ellos mismos edificarán el cine Salón Rojo); la de don Simón Funes (actual Hotel Alameda) y la Angel Massini (esquina de Hidalgo y Madero, en donde estarán sucesivamente La Bavaria y El Tirol). Massini será el único que ofrezca bebidas frías por ser él único fabricante del hielo en el puerto.

Nosotros nos encontramos, insistimos, La Marina (hoy Bancomer) atendida por su propietario de don Doroteo Lobato, conocido popularmente como Doroche.

La zona arbolada de la plaza Alvarez tiene en su centro un kiosko moderno construido por un comité de mejoras coordinado por don Efrén Villalvazo, más tarde alcalde de Acapulco. A muchos acapulqueños no les agrada finalmente el inmueble y entonces lo califican de “feo, tosco y malechote”. Y es que quizás añoren el clásico colonial enhiesto en ese mismo sitio de 1908 a 1934. La historia de éste es ejemplo de la práctica eficiencia del porfiriato.

Aun faltando dos años para las fiestas del Centenario -concebidas realmente como las fiestas de don Porfirio- el alcalde Antonio Pintos ya concebía un nuevo kiosko para el puerto. Sería un escenario ideal para aquellos fastos pero particularmente para los conciertos y serenatas de muchas bandas de música procedentes del extranjero. La oferta de Antonio Véjar, un residente venido de Mazatlán, Sinaloa, le caerá de perlas a su tocayo dada la precariedad de las arcas municipales. Construirá el kiosko con su lana a cambio de disponer de la planta baja durante 12 años. Instalará en ella cantina, refresquería, heladería, tabaquería, venta de vinos finos y artesanías. También mingitorio público por exigirlo así desde entonces el Bando de Policía y Buen Gobierno.

 

Chispa

 

El diputado Bedolla se reintegra a su agitada mesa luego de visitar el urinario. Así aconsejaban llamarlo José Vasconcelos desde la SEP, y no miadero. Prevalecerá finalmente el latino mingitorio y en sus muros se recogerá a través de los siglos toda una filosofía escatológico-sexual.

–¡Cuánta chispa, cuánto ingenio el de los mexicanos!–, exclama sofocado el señor diputado–. Oiga usted si no, compañero periodista, lo que acabo de leer en el urinario: “Si quieres conservarte fuerte y sano cuida lo que tienes en la mano”. ¡Formidable, ja ja ja ¡. Y otro más : “Lo importante no es mear mucho sino hacer espuma”. Ja, ja, ja, ¿Qué le parece?. Bueno ¿no?, Ja, ja ,ja.

–¿Reanudamos a las entrevistas, señor diputado?. ¿Subió usted alguna vez a la cursimente llamada tribuna más alta de la nación?– lanza el reportero de Trópico un primer zurriagazo.

–¿Cursi? ¿Le parece a usted cursi?. Para mí la designación es justa y precisa. Yo incluso voy más allá y la llamo La voz de la Patria. ¿Cómo la ve desde a´i?. Sobre que si subí no subí, le soy sincero y la respuesta es no. Nunca subí. Cuando tuve oportunidad de hacerlo una turba de fanáticos religiosos dio al traste con la sesión. Protestaban contra la expulsión del Delegado Apostólico Leopoldo Ruiz y Flores, solicitada por el Congreso a raíz de la promulgación de la encíclica Acerba Animi del Papa Pio XI. El documento se leyó en México como una incitación a las armas contra el gobierno e incluso obligará al presidente Rodríguez a pararle los tacos al Vaticano. O daba marcha atrás a su encíclica o convertía los templos católicos en escuelas y talleres. Fue, bien lo recuerdo, el 3 de octubre de 1932.

 

–Mala suerte, señor diputado!

 

Padilla

 

–Por lo demás, compañerito, la bancada guerrerense tenía como jefe al paisanito Ezequiel Padilla, considerado uno de los más grandes tributos mexicanos de todos los tiempos. Hombre admirable por su sabiduría y talento aunque no siempre por su pensamiento reaccionario. ¡Qué orador, señor, qué orador!. Su oratoria es de una elegancia afrancesada y un barroquismo helénico. Escucharlo constituye una experiencia gozosa. Recuerdo su discurso para justificar la actuación del Congreso frente a la renuncia del presidente Ortiz Rubio. Su situación, dijo, resultaba insostenible porque carecía ya del sustento popular.

Rudyard Kipling y Carl Marx –evocó– han sostenido la necesidad de que las masas organizadas sean las que señalen el camino de los pueblos. En Italia como en Rusia, en Francia como en Inglaterra, en los Estados Unidos como en México las multitudes organizadas deben ser y son las que marcan la senda por donde ir, la de la justicia social del pueblo. Y por ahí se fue…

Otro recuerdo de Bedolla se refiere a la ocasión en que varios diputados apuntaron sus pistolas sobre la testa cónica de Padilla, ofendidos porque los llamó jacobinos. “¡Por menos se han muerto otros cabrones”, le escupieron. O cuando un diputado chihuahuense respondió con una mentada de madre al referirse al paisano al concepto histórico de los bárbaros del norte:

–¿No es el mismo Ezequiel Padilla huertista?–, indaga el reportero con cara de yo no fui y se anota otro zurriagazo.

–¡Ah!, la estúpida malevolencia que nunca descansa. Falso de toda falsedad, mi señor. Al joven Padilla de 20 años, con las mejores calificaciones de su generación en la Escuela Libre de Derecho, se le presenta la oportunidad de estudiar en el extranjero. La acepta sin importarle que venga del gobierno de Victoriano Huerta usurpador y asesino. Realizará brillantes posgrados en las universidades de Columbia (EU) y de París (Francia), con amplio dominio de los dos idiomas. ¿Por eso fue huertista? ¡Allá cada quien!.

(Ezequiel Padilla Peñalosa nació en Coyuca de Catalán en 1892 y murió en la ciudad de México en 1971. Tres veces diputado federal y dos veces Senador de la República, todas representando a Guerrero. Procurador general de la República, secretario de Educación Pública y secretario de Relaciones Exteriores. Fue fiscal en el proceso a León Total, homicida de Alvaro Obregón; representó a México en San Francisco durante la fundación de la ONU y también en Italia y en Hungría. Le disputó la presidencia de la República a Miguel Alemán Valdez, por el Partido Demócrata Mexicano. Sus enemigos le apoderaron El Narciso Negro y hasta antes de Jorge Castañeda se le tuvo como canciller más abyecto ante la White House. Salvador Novo le fregaba su proyanquismo llamándolo en sus columnas Ezequisling. Y le dedicó este epigrama:

Es tan moreno o cetrino

que es cierto corresponsal

que a la Conferencia vino

quiso averiguar, ladino,

si es su color habitual

o si guarda un especial

luto por Maximino

 (Padilla presidía en la capital una Conferencia Interamericana a pocos días de la muerte sospechosa de Maximino Ávila Camacho, aspirante también a la presidencia de la República).

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