Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

El señor diputado

(Segunda de seis partes)

 Llanta baja 

“La taberna de Doroteo Lobato –escribe el cronista Carlos E. Adame– era un centro de reunión del pueblo y de la gente de mar, sin que dejaran de asistir los sábados, en que había bailes, los jóvenes de la entonces pequeña sociedad. Se jugaba billar, dominó y ofrecían eventualmente peleas de box”.

En La Marina, como se recordará, dejamos al diputado Bedolla y al reportero de Trópico intentando una poco probable entrevista.

La conversación entre los dos personajes ha tomado luego de muchos tumbos los derroteros políticos convenidos. El diálogo no ha sido fácil por intentarse en un entorno caótico- etílico y además por la presencia insoportable de vendedores de esto y aquello. Desde ensartas de ojotones hasta flores de toloache –“para amarrar amores badulaques”–, pasando por el señor de las gollorías y las húngaras adivinadoras del futuro. Una de tantas interrupciones será particularmente desagradable, peligrosa.

La del vendedor de huevos de tortuga apodado El llanta baja, por tener una extremidad más corta que la otra (o la otra más larga, según se viera), famoso en la ciudad por sus “lisuras”. En el propósito de exaltar las bondades afrodisiacas de su producto, el hombrecillo desigual intenta un chascarrillo a costa de la virilidad del señor diputado y más le valía no haberlo hecho.

El rostro del lépero adquirirá una lividez cadavérica cuando tenga frente a sus ojos la boca de fuego de una 45. ¡Gañán insolente!, apostrofa el diputado Bedolla al tiempo de dar el cerrojazo a la artillería. Aquel sonido ominoso paraliza por letal a la asamblea y no faltarán parroquianos que tomen las de Villadiego.

Siempre conciliador pero esta vez con un bat beisbolero en la mano, Doroche llega al punto para evitar un desaguisado. No serán necesarios sus oficios diplomáticos porque El llanta baja habrá alcanzado la calle. Lo hará mediante una machincuepa insólita, como no se verá en los circos que en 50 años lleguen al puerto. Doblemente encorajinado, el anfitrión no podrá contener un “¡Cojo jijo de la chingada, mal rayo te parta”!, para luego convocar a la parroquia: “¡Aquí no ha pasado nada, que siga la música, la casa invita”. Y obtener como respuesta un sediento clamor de aprobación.

–¡Usted también, don Luis? –reprocha el reportero–. ¿Armado hasta los dientes cual vulgar matasiete? Por un momento llegué a pensar que estaba frente un político pero qué va; ¡dejaría de ser usted guerrerense!.

 

La pistola

 

–¡Qué sabe usted, chamaco!. No me venga con clases de sociología si no entiende la brutal realidad de esta tierra en la que matar o morir es una  disyuntiva. En Guerrero, mi amigo, la pistola está integrada al cuadril de los guerrerenses hasta formar un hueso extra de su humanidad. ¿Se ríe usted?. Le digo que tengo un compadre que cuando no trae fajada la súper se balancea como barco en temporal. ¿Qué quiere decir ello? Que le falta el equilibrio y le hablo del equilibrio biológico y emocional. Mi propio caso: sin mi 45 voy como desnudo por la vida.

–¡Bueno, pero…

–Si me permite, termino. La pistola (o cualquier otra arma) para nosotros los hombres del campo. No exagero cuando le digo que resulta tan importante, útil y necesaria como el arado o la tarecua. Si, señor. Personalmente usa pistola desde chamaco, o sea, desde que me fui a la bola. Esta hermosura es una 45 con cachas de plata y se llama La Mitotera. Así le bautizó mi general Panuncio Mendoza porque decía: “Cada vez que empieza a vociferar no hay poder humano que la calle”. Me la obsequio poco antes de ser pasado por las armas. Murió acusado falsamente de robar vacas no obstante ser de cepa revolucionaria y tener unos huevotes de este tamaño. Su rancho La Jodencia, por ciento, se lo pelean todavía tres de sus viudas.

–Usted lo dice, señor diputado…

–Y le voy a decir otra cosa: cuando salí de diputado me hice el propósito de no portar armas. “Eso no es bueno para la imagen de un representante popular”, me dije. ¡Pero qué va hombre!. Resultó que en la Cámara yo era el único desarmado, era como quien dice un pobre venadito. Allá atestigué situaciones verdaderas estúpidas. Colegas que vaciaban sus pistolas en plena calle de Donceles (sede de la Cámara de Diputados) nomás para ver si era cierto aquello del fuero constitucional. Cuando llegaba la policía salían a relucir las charolas y luego los propios gendarmes surtían de parque a los señores legisladores.

–No hay nada nuevo en eso, don Luis. Es famosa en el mundo la costumbre parlamentaria mexicana de legislar a balazo limpio.

–Dejaría de ser periodista, compañerito, si no fuera usted tan exagerado. Los hechos violentos en nuestro parlamento no han sido diferentes a los ocurridos en otros del mundo. En mi legislatura, le digo, la sangre nunca llegó río como en la anterior, la 34.

 

Muerte en la Cámara

 

–Sesionaba aquel 25 de agosto del 1931 la Comisión del Congreso de la Unión. El diputado Muchilanga, pongámosle así, hace suya la ofensa lanzada por su colega Burundanga cuando llama Nopalito al señor presidente de la República, Pascual Ortiz Rubio (le decían así por lo baboso) Muchilanga pide a Burundanga que se retracte o lo hará morder el polvo. “Me retrato sólo que tu pinche madre nos tome la foto”, responde Burundanga echando mano a su fierro. Las pistolas braman en “la más alta tribuna de la nación” y cuando el humo se disipa tres legisladores chorrean sangre. Sin vida, Manuel H. Ruiz, y lesionados graves Sebastián Allende y Esteban García de Alba.

Batahola similar ocurrirá en al Legislatura 36, con varios diputados heridos, entre ellos el guerrerense Ramón Campos Viveros. Al pobre le perforaron la nalga derecha.

–¿Qué cómo se llegaba antes al Congreso? Me extraña su pregunta, amigo periodista. Debe saber usted que en México vivimos una democracia casi helénica, tanto que sus procesos electorales son limpios y transparentes como de agua manantial. Similares a los métodos de selección interna de nuestro glorioso Partido de la Revolución Mexicana. Yo, por ejemplo, fui diputado federal por la voluntad expresa y mayoritaria del campesinado de Guerrero. ¡Caramba, cómo se pasan los años!.

–¿Me diría lo mismo del diputado Muñoz Vergara?

–Bueno, en efecto, se dice que Jesús Muñoz llegó a Donceles gracias a la intervención de Doña Amalia Solórzano de Cárdenas, pero ello no es del todo cierto. Mi amigo Chucho tuvo sobrados méritos para acceder al Congreso y en todo caso lo que necesitó fue nomás un empujoncito.

(La esposa del presidente Lázaro Cárdenas vivirá agradecida con Muñoz Vergara porque éste, a la sazón jefe de Telégrafos de Acapulco, la alertó sobre la presencia de un ciclón devastador sobre el puerto. Dirigirá incluso la operación para poner a salvo a la familia presidencial, antes de la destrucción de sus albergues por la furia de los vientos. Doña Amalia Solórzano, Coatemochitas de 9 años y otras personas se hospedaban aquel 26 de mayo de 1983 en los bungalows de la Comisión Nacional de caminos, localizados  en la playa de Manzanillo.

(Jesús Muñoz Vergara, tío abuelo por cierto de Roger Bergeret Muñoz, fue miembro de la 38 Legislatura y tuvo como compañeros de curul a Rubén Figueroa Figueroa, Alfredo Córdova Lara, Mario Lasso, Amadeo Meléndez y Antonio Molina Jiménez).

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