Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

El señor diputado

(Primera de seis partes)

 Tardán 

Alto, fornido y con voz de trueno es el recién llegado. Viste camisa blanca de manta, la cabeza tocaba con un fino sombrero de fieltro de la marca Tardán (“¡De Sonora a Yucatán se usan los sombreros Tardán”!, pregonaba irresistible el anuncio radiofónico) y calza botines con estoperoles. La parroquia lo acoge con respeto y afecto. El, ceremonioso pero afable, corresponde de igual forma prodigando abrazos y recuerdos filiales. Usa el militante compañero en lugar de filial amigo o zanca y su dicción sería perfectamente teatral sino fuera por la siseante intromisión de la lengua entre los incisivos.

Un parroquiano de La Marina, taberna acapulqueña atendida por su propietario Doroteo Doroche Lobato, indaga la identidad de quien ha robado la atención de la concurrencia.

–Pero, hombre, luego se ve que es usted frastero–, le responde su más cercano vecino. Es don Luis Bedolla, un líder agrario pero honrado, de aquí cerca, de La Garita.

El “diputado Bedolla”, como le llaman todos, se encuentra ya instalado en un sitio preferente en la popular cantina. Se localiza ésta en la plaza Alvarez de Acapulco, justamente donde hoy se levanta el edificio de Bancomer. A la mesa del personaje –en cuyo centro aparece como por arte de magia una botella de Habanero Ripoll y una bandeja con cilíos fritos y salsa de chile verde–, se ha sumado un joven reportero del diario Trópico. El dirigente político le ha concedido una entrevista a condición de que no formule preguntas que comprometen su integridad.

–Bien lo decía yo, compañero periodista–, anota Bedolla para abrir la conversación. Este Doroche es como el Ganímedes mitológico que escanciaba el vino para los Dioses del Olimpo. El chamaco era tan hermoso que el propio Zeus lo raptó para que le calentara, además del coñac, el lecho. Y no lo repita aquí, señor tundemáquinas; no sea que nuestro anfitrión infiera que lo comparo con un jotito griego. ¡Capaz que me quita el habla!

El metiche 

–Pero el señor Doroteo le dice a usted “señor diputado”, sin serlo. Estarían a mano, ¿no cree usted?–, habla por primera vez el reportero.

–¡No, señor, de ninguna manera! Me llaman señor diputado no por apodo ni usurpación sino porque lo fui ¿sabe usted, joven, que quien ocupe la Casablanca en los Estados Unidos recibirá por siempre el tratamiento de “Mister president”? Una sabia tradición a la que me sumo, decididamente.

–Pero, ¿fue usted realmente diputado federal?

–¡Ah, pero como no, mi amigo! Mire usted. Aquí traigo casualmente la credencial que me acreditó como miembro de la gloriosa XXXV Legislatura federal (1932-1935). Fue histórica en más de un sentido, sí señor. Como Congreso resolvió la crisis derivada de la renuncia del presidente Pascual Ortiz Rubio y la designación inmediata de Abelardo L. Rodríguez como sucesor.

–¡Esas son pamplinas, señor diputado, viles pamplinas! –interviene ruidosamente un parroquiano con inocultable acento hispano. ¡Fue Calles quien tumbó al “Nopalito” y entronizó al “Tahúr”. Y nadie más, jolines!

–Miente usted, señor anarquista! –retumba el vozarrón de Bedolla. Le acepto que mi general Calles haya insinuado la renuncia de don Pascual, pero no la designación de Rodríguez. No pudo hacerlo porque a quien él quería como presidente era el reaccionario Alberto J. Pani. Se trató, y eso yo lo viví, de una maniobra genial del bloque acaudillado por Gonzalo N. Santos, el famoso Alazán tostado. Y con él los representantes guerrerenses: Ezequiel Padilla, Dipno Mendiola, Angel Barrios, Cirilo Heredia, Angel Tapia Alarcón y su  servilleta.

–A ver metiche –se dirige Bedolla al hispano que lo ha increpado y que juega dominó en una mesa vecina– ¿Va usted a negar que fue la Legislatura XXXV la que libró a Guerrero del gobernador Gabriel R. Guevara, acusado de masacrar agraristas, y nombró en su lugar al integro licenciado José Inocente Lugo? ¡Esas no son pamplinas, señor gachupín! 

Vereda tropical 

–¡Lo conseguí, por fin lo conseguí, diputado Bedolla! –vocea Doroche Lobato mientras desenfunda un disco fonográfico para mostrarlo a la mesa y evitar de paso una zacapela.

(Victor 75775-B Vereda tropical, canción afrocubana de la película Hombres del mar Gonzalo Curiel, Lupita Palomera. Orquesta de Gonzalo Curiel).

No bien han terminado los contertulios aquella lectura cuando Lobato ya corre con la tortilla de chapopote hacia la luminosa “rockola” del lugar.

Voy por la vereda tropical

La noche llena de quietud

Con su perfume de humedad

–Gracias, hermano Doroche! – atruena un Bedolla puesto de pie saludando a la concurrencia con la copa en la mano. ¡Mi canción  favorita!

  En la brisa que viene del mar

Se oye el rumor de una canción

Canción de amor y de piedad 

–Conoce usted, señor diputado, la versión sobre un posible origen acapulqueño de Vereda Tropical? –Interroga el reportero de Trópico.

–¿Pero es verdad eso?

–Cuentan que durante una estancia acapulqueña Gonzalo Curiel se ligó a una criolla de caderas suculentas y que con ella recorría la vereda que lleva a la playa de Manzanillo. Se iniciaba en el barrio del Rincón, de donde subía el cerro de Los Dragos hasta llegar a una roca enorme con un nicho labrado. Había en su interior una cruz a la que nunca faltaban las flores frescas. El camino se descolgaba entre palmares, mangos y marañonas (hoy la gasolinera Manzanillo) para llegar finalmente al entonces paradisíaco lugar. La playa Manzanillo fue bautizada así por los primeros pobladores procedentes de Colima. Al avistarla desde el barco le habrían encontrado similitud con la bahía colimense del mismo nombre. Y así le pusieron.

–¡Me gusta, me gusta, me gusta!

Con ella fui noche tras noche hasta el mar,

Para besar su boca fresca de amar,

Y me juró quererme más y más

Y no olvidar jamás aquellas noches junto al mar.

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