Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Edgar Neri Quevedo

REGISTRO DE CONTRIBUYENTES

* El circo

 Sería muy difícil precisar el año, pero fue más o menos por el 75 o 76 cuando llegó al pueblo un circo en condiciones lamentables. Supimos que se había incendiado en Chilapa o Tixtla. Nunca lo corroboramos. Tampoco nos interesó hacerlo. Lo cierto es que la carpa estaba totalmente quemada y las escasas tiras que le quedaban servían para ocultar apenas la parte de las gradas que daba a la taquilla.

La expendedora de boletos, una joven delgada como suspiro, animaba a los estudiantes de la escuela primaria federal, a quienes se nos dedicó una función especial, a adquirir sus boletos: “a mitad de precio, pasen, pasen.”

El elenco lo conformaban un señor que lo mismo vendía palomitas en la entrada que cuidaba que los niños no ingresaran sin boleto al circo, una chiva, un chimpancé y la propia señora de los boletos.

El sonido se limitaba a un megáfono en franca decadencia.

Una voz que apenas comprendimos nos advirtió de la primera llamada. El señor abandonó el puesto de palomitas y nos ofreció –en venta por supuesto– agua fresca y  pulpas de tamarindo. La segunda llamada llegó pronto. Para entonces amenazábamos con destruir lo poco que quedaba. Hugo había entrado al pestilente camerino y traía en la mano una peluca roja que colocó en cuanta cabeza tuvo enfrente. Tomás pateaba una pelota en el centro de la única pista. Debo reconocer que nadie estaba tranquilo, ni siquiera las niñas, quienes jugaban con el aserrín. La tercera llamada nos pareció más un regaño: “ocupen sus lugares, esta es la tercera llamada.” Aún me parece que ya sin el megáfono el señor agregó: hijos de la tal por cual, pero no estoy totalmente seguro como para jurarlo.

Una señora, que de inmediato reconocimos como la expendedora de boletos, subió a un monociclo, dio un par de vueltas a la pista y levantó los brazos reclamando el aplauso del respetable. Si es que esa multitud de niños podíamos ser un público respetable.

Apareció un señor, por supuesto el único señor en el circo, haciendo malabares con unas botellas. Después lo hizo con unos aros y por último, con unas pelotas.

Nuevamente la señora, esta vez caminó sobre la cuerda floja con una sombrilla en la mano. La cuerda floja estaba a un metro del suelo, pero de todas formas el acto nos pareció sorprendente, sobre todo si consideramos que con ese cuerpo la mujer no hubiera resistido una caída desde tal altura.

Desesperado, viendo que nada podía hacer para mantenernos atentos, el señor nos platicó su tragedia. El circo se había incendiado, y los trabajadores abandonaron a su suerte a la pareja. El circo no les pertenecía, les había sido encargado por el dueño. Decidió presentar el acto estelar.

Trajo a la chiva y le montó al chimpancé, atando éste a una cuerda para levantarlo por segundos, hacerlo volar y volverlo a depositar en el lomo de la chiva.

Todos festejamos el acto.

El señor invitó a quien quisiera montar la chiva y hacer lo mismo que el chimpancé. Una larga fila se formó. Todos los niños pasamos por la experiencia de ir en el lomo de la chiva y ser levantados durante unos segundos, volar, para alcanzar otra vez el lomo y continuar el recorrido por la pista.

Algunos pasamos dos veces. La fila no parecía tener fin hasta que el señor pidió compasión para con la chiva y suplicó una última vuelta para cada niño formado.

La luz natural era para entonces escasa, y la función terminó.

El señor volvió a ofrecernos agua fresca, pulpas de tamarindo y palomitas. Salimos poco a poco.

Tal vez no fue el circo más lujoso de mi infancia, pero sí el más divertido, el más nuestro, tan nuestro que Hugo conservó durante muchos meses la peluca roja y Osvaldo los aros del malabarista.

El elenco estaba integrado por dos personas. Pudieron ser más, tal vez sesenta como en el circo de los Hermanos Bells, pero ese circo fue tan nuestro que durante algunas semanas todavía nos interesó saber dónde se encontraba. El circo no tenía nombre. Daba igual.

Por cierto, en su mensaje durante la ceremonia inaugural de las Jornadas Alarconianas, la titular del Instituto Guerrerense de la Cultura hizo lo que no se debe hacer en cultura: ofrecer cifras al iniciar un espectáculo. Ese restregar números que nada dicen es costumbre que debe erradicarse.

La numeralia no pudo ser más desafortunada por el grave desconocimiento que exhibió. En todo caso las evaluaciones tienen que hacerse una vez que ha concluido el festival, y entonces sí hablar de dinero invertido, espectáculos presentados y participantes. Es costumbre que jamás se realice el cien por ciento de los eventos anunciados, así que las cifras ofrecidas por la titular no son más que una especulación, unas cifras alegres que nada significan.

Hizo un recuento de los artistas que se presentarían como si se tratara de cantidad y no de calidad. Más aún, se atrevió a decir que estarían en las Alarconianas diez grupos de teatro independiente de Guerrero, particularmente de Acapulco, que pertenecían a la Compañía Estatal de Teatro. Hasta el momento no me consta que la Compañía Estatal de Teatro esté conformada por esos grupos teatrales, y si es así, no tengo conocimiento de que se haya sometido a la aprobación de sus integrantes la pertenencia o no a la citada Compañía.

Sin embargo, para la titular así es y ni modo, si para ella es más importante la cantidad que la calidad, que contrate las quinientas estudiantinas que proyectó contratar un tipo hace seis años para musicalizar las Alarconianas y con esto tendrá elenco para un circo de tres pistas.

Imaginemos que en el circo de mi niñez, se anunciara en letras luminosas el elenco: un hombre, una mujer o lo que queda de ella, una chiva y un simpático chimpancé. De seguro nadie se hubiera atrevido a pagar el boleto de entrada.

A lo mejor por eso lo incendiaron, y fue mentira que alguna vez tuvieron más empleados.

Por lo pronto en el IGC se ha generado una buena noticia, se va el asesor que provocó la molestia de los taxqueños hace pocos años, y ojalá se lleve a su comadre. Total, ya en la Compañía Estatal de Teatro están diez grupos. Con esos nos quedamos. No faltará un buen director para montar el Tenorio y a lo mejor este año no es el Tenorio de la risa sino en serio. Perdiendo, ganamos.

Dicen los enterados que la directora de la casa de la cultura tiene serios problemas de memoria y que sus enojos son tantos, que es insoportable aún para sus allegados. Todo un circo.

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