Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

María Luisa Garfias Marín

Ericka: libertad inmediata

 El 8 de mayo de este año, Erika Zamora Pardo –detenida el 5 de junio de 1998, en el Charco, municipio de Ayutla–, comenzó su segunda huelga de hambre en el reclusorio de Chilpancingo.

La primera huelga la efectuó en el penal de Puente Grande, Jalisco. Ella es acusada por los militares que participaron en la masacre de once indígenas mixtecos, de portación de arma de fuego, conspiración e incitación a la rebelión, por lo que ha sido sentenciada a casi nueve años de prisión, a pesar de nunca se le ha comprobado dicho señalamiento, por lo que se exige su inmediata libertad, así como la de Efrén Cortés, recluido en el penal de Puente Grande, Jalisco.

Erika es una joven de 25 años –cuatro de ellos transcurridos injustamente en cárceles de Acapulco, Jalisco y Chilpancingo. Es originaria del estado de Hidalgo, de un pueblo llamado El Rosario, de padre campesino y madre dedicada al cuidado de la familia. De cinco hermanos y hermanas, es la segunda. Todos estudian desde carreras profesionales hasta la secundaria, y al igual que ellos, Erika, estudiaba el último semestre en el Colegio de Ciencias y Humanidades de Atzcapotzalco, en el DF.

Esta mujer, de baja estatura y de complexión delgada, fue torturada durante varios días por los soldados, durante los cuales fue llevada a diferentes lugares, desde el cuartel de la novena región militar, hasta las instalaciones de la Policía Judicial, presentándola el 7 de junio de ese año en el Cereso de Acapulco, con una declaración elaborada por un agente del ministerio militar.

Su fortaleza juvenil se manifiesta a cada momento, a pesar de varios días de su huelga, y nos dice que se mantendrá hasta que se cumpla sus demandas. Relata que en la prisión de Puente Grande, Jalisco, a donde fue trasladada a petición del gobierno de Guerrero –por ser ‘presa peligrosa’–, las reclusas eran consideradas seres inferiores, sin ningún derecho. Todas deberían traer pelo corto, caminar agachadas y con las manos atrás, es más, hasta en la entrega del material sanitario o de aseo, el trato era indigno.

Todo ello se modificó, después de la huelga de hambre en ese lugar. Al penal de Chilpancingo llegó hace 10 meses, producto de su movimiento y de la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ya que en el penal de alta seguridad de Jalisco no existía un área para mujeres, y deberían ser trasladadas al lugar en donde se había iniciado el proceso jurídico. Aquí convive con 49 reclusas y entre ellas existen relaciones de respeto. Aunque en un principio había una vigilancia excesiva de sus movimientos, por parte de las autoridades del lugar.

Fueron testigos de nuestra plática, profesores y compañeras de ella, de la Escuela Primaria Miguel Hidalgo, quienes habían venido a verla y acompañarla en su lucha. ¿Cómo era ella de niña? De repente les pregunté: muy quieta dijo uno de ellos. Entonces ¿Quién influyó en ti, Erika? La lucha contra el pago de cuotas en la UNAM y también el movimiento del  Ejercito Zapatista, me dijo. Entonces la miré y vi en ella a mi hija, a las hijas e hijos de muchas de nosotras, a quienes los zapatistas chiapanecos cimbraron su conciencia, y que hoy marchan en ese camino por la justicia y la dignidad de las y los mexicanos; y la lucha contra la impunidad, la violencia y la discriminación.

¿Qué lees? Le pregunté: a Mario Benedetti, me contestó.

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