Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

La Corriente Democrática

Cuando la Corriente Democrática del PRI lanzó a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato a la presidencia de la República una verdadera insurgencia ciudadana se vivió en la Costa Grande, y en ella aparecieron toda clase de personajes.
Dos de ellos llamaban la atención de los costeños porque se presentaban como enviados y representantes directos de Cuauhtémoc Cárdenas y con ése dicho se sentían autorizados para decidir muchas de las cosas relativas a la campaña electoral.
Uno se apellidaba Ortiz Peralta y al parecer venía de Acapulco, y el otro adquirió cierta fama porque había sido el chofer del guerrillero Genaro Vázquez cuando se accidentó y perdió la vida, me refiero al tecpaneco Salvador Flores Bello.
El ingeniero Ortiz Peralta era chaparrito, de tez blanca, poco pelo y voz estentórea. A los mítines asistía con sombrero calentano y paliacate rojo al cuello.
Flores Bello era más alto y de ascendencia negra. Usaba un sombrero oscuro de fieltro que le daba la apariencia más de un pastor que de un dirigente político.
Como Ortiz Peralta, el tecpaneco también seguía la moda del paliacate atado al cuello.
Ambos participaban en los mítines con discursos incendiarios por irresponsables, siempre propensos al aplauso fácil.
Antes de su discurso Flores Bello llamaba a sus seguidores cercanos para instruirlos:
-Cuando me llamen al micrófono griten “Tigre, Tigre”
Entonces la plaza retumbaba con el grito del apodo que le gustaba al que fue primer presidente municipal de oposición en Técpan de Galeana.
Ortiz Peralta con micrófono en mano se paseaba entre la gente que lo aplaudía a rabiar expectante:
-Vengo de la ciudad de México y adivinen a quien vi.
-¡Cuauhtémoc, Cuauhtémoc, Cuauhtémoc!, se desgañitaba la gente
-¡Efectivamente, el ingeniero Cárdenas les manda saludos!
Era lo más interesante que decía.

Como su nombre lo dice

Don Félix Rosas era un hombre alto y delgado de pelo rebelde, a la Ignacio Altamirano, y cejas muy pobladas. Usaba sombrero calentano, de esos que tienen la copa cubierta de vaqueta haciendo juego con el barbiquejo.
Su forma de vestir y de hablar tenía la peculiaridad de los pobladores de la depresión del río Balsas aunque viviera en la zona costera, casi a orilla de la carretera federal, muy cerca de la ciudad de Lázaro Cárdenas.
Don Félix vivía en el pueblo de El Chico, un anexo del ejido de La Unión donde abundan los árboles de bocote.
Era un líder en su comunidad, respetado por su rectitud y honradez, era también respetuoso, educado y un ejemplo de trabajo. No tomaba alcohol ni le gustaban las fiestas, y cuando se comprometía en algo era hombre que sabía cumplir.
Don Félix era de palabra fácil. Franco y sin pena hablaba de lo que sabía. Un signo característico en su expresión y que notaba cierto nerviosismo era repetir varias veces lo que decía, como si le costara trabajo dejar de hablar.
Como había vivido y crecido en el campo criando ganado, su tema principal era la ganadería, actividad extensiva que si era  bien llevada, decía, podía ser rentable.
Lo que predicaba don Félix sobre las bondades de su ocupación chocaba con la cultura de los campesinos costeños acostumbrados a soltar las vacas y sólo verlas para recoger sus crías para marcarlas o venderlas. En realidad nadie apostaba a esa actividad para hacerse rico.
Sólo quienes se esmeraban en el manejo de los animales, cuidando de su salud y su alimentación para ordeñarlos y engordarlos todo el tiempo, podían aspirar a un mejor modo de vida. Ése era el discurso de don Félix.
Cuando el neo cardenismo de Cuauhtémoc Cárdenas pasó en 1988 por la costa guerrerense, don Félix fue uno de sus más fervientes seguidores del hijo del Tata, moviendo tras de sí a pueblos enteros que se concentraban en la cabecera municipal de La Unión durante la campaña electoral.
“Uno tiene que ser agradecido”, decía don Félix  cuando quería platicar del semental que recibió como regalo de manos del general Cárdenas cuando era vocal del río Balsas. “Lo menos que podemos hacer los campesinos es apoyar a su hijo”, concluía.
Aquel domingo la plaza de La Unión estaba a reventar de tanta gente que llegó para recibir al candidato a la presidencia de la República. Para ése propósito los organizadores habían levantado una alta plataforma de madera para que los dirigentes políticos pudieran ser vistos de todas partes.
Desde esas alturas el maestro de la ceremonia llamó por el micrófono a don Félix. Le correspondía al líder campesino dar la bienvenida al candidato. Lo supo en ése momento, y ni modo de rajarse.
Mientras subía hasta el presídium iba pensando no tanto en lo que diría, sino en algún pretexto para zafarse del compromiso sin quedar mal con nadie.
Pero como llegó hasta el micrófono sin que el milagro sucediera, se concentró en el tema de la bienvenida y en hablar del compromiso de los campesinos para votar por su candidato.
El problema fue terminar su intervención porque a la cabeza no le venían las palabras finales. Repetía y repetía las mismas palabras como señal de que el nerviosismo lo había hecho su víctima.
Luego se cayó. Bueno, se quedó callado de pronto porque se cayó.
Como la tarima del presídium no tenía barandal de protección en la parte de atrás, don Félix platicó después que en cuanto dejó el micrófono lo único que quería era huir de tanta gente y que se le olvidó que estaba en lo alto, de modo que al salirse por la parte de atrás del presídium dio con el precipicio y se fue al vacío.
Por fortuna fueron pocos los que se enteraron de lo sucedido y el accidente no pasó a mayores gracias a que atrás de la tarima la gente que se apretujaba en el acto político amortiguó su caída.

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