Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Agustín

Se está haciendo tarde

 Se está haciendo tarde (Final en laguna) se me ocurrió de golpe una noche de 1970; era la historia redondita, con todo y título. Se había armado por sí misma a través de la observa-ción de distintos caracteres.

Primero conocí a Filiberto, un jipi acapulqueño, moreno, extrovertido, inteligente, pícaro y muy simpático, que se dedicaba a ligar gringas y a vender mariguana. Por otra parte, también en Acapulco, una vez en la mañana fui a Caleta y me tocó presenciar el show de dos mujeres estadunidenses de más de 60 años; una bella, esbelta y bien conservada; la otra, gorda y descuidada, sin duda de joven había sido muy hermosa. Las dos estaban borrachísimas a las once de la mañana y nos tenían muy divertidos, aunque un tanto aterrorizados, porque a gritos y leperadas ingeniosísimas sostenían una relación sado-masoquista de alta intensidad. “No hombre, yo tengo que hacer unos personajes así”, pensé, y hasta les puse nombre: Francine y Gladys. Finalmente conocí a un lector de cartas de tarot; era muy inteligente pero le daba por su lado a su clientela para ganar más dinero.

Estos cuatro personajes, que había conocido en tiempos y sitios diferentes, se juntaron, así es que inventé a un joven gay, casi andrógino o hermafrodita, sabio y silencioso, para contrarrestar el vértigo que produciría la reunión de los otros cuatro. Se me había ocurrido una historia muy sencilla: un joven lector del tarot llega a Acapulco a visitar a Virgilio, su conecte de mariguana, pero en el transcurso del día es avasallado por dos viejas canadienses, quienes se atacan rabiosamente con alcohol y mariguana; la policía los persigue y los hace llegar a la barra de Coyuca, donde ingieren cápsulas de silocibina y tienen viajes tremendos. Al final, el lanchero que los lleva por la laguna les dice: “Yo creo que mejor nos regresamos. Se está haciendo tarde.”

Desde un principio decidí cobijarme bajo Malcolm Lowry, en cuanto a que la historia tuviese lugar en un solo día (de 7 de la mañana a 7 de la noche), además de que mostrara los abismos del alma. Para subrayarlo, comencé el libro casi igual que Bajo el volcán, sólo que en vez de Cuernavaca describí Acapulco. También, desde un principio, supe que mi historia iba a parafrasear la primera parte de La divina comedia y presentaría otra versión de los siete círculos del infierno en un paisaje bellísimo, un “paraíso infernal”, con todo y Virgilio, porque, claro, así bauticé a mi lanchero-conecte-latin-lover. Primero pensé en hacer un guión de cine pero casi al instante opté por la novela. Escribí las tres primeras páginas y una sinopsis para que después no se me escapara, porque en esas fechas, 1970, yo andaba metidísimo en el cine.

Sin embargo, en diciembre, el destino me llevó a la cárcel y desde la primera noche en la Procuraduría supe que escribir Se está haciendo tarde me salvaría la vida. Nos llevaron unas tortas y en las bolsas continué la novela, así es que, a los tres días, cuando llegué a Lecumberri ya traía vuelo. En la crujía H, Turno, conseguí un cuaderno y deseché las bolsas de tortas. Después me hice de cuates que me dejaban usar la máquina de escribir de la oficina de la crujía y empecé a mecanografiar y a corregir lo que tenía a mano. Al mes logré pasar una Olympia, portátil, de los años 40 pero buenísima, con la que me seguí. Por lo general, después de la visita de mi esposa Margarita, me encerraba en la celda y escribía en mi cuaderno. El tiempo se desvanecía por completo y mi mente se llenaba de sol radiante, manglares y palmares. Textualmente me escapaba de Lecumberri y me perdía en los escenarios que escribía. En la noche, en la máquina reescribía lo que tenía a mano. De esa manera terminé dos versiones con unos cuantos días de diferencia.

En esos siete meses eternos nunca paré de escribir. En los finales llegué a tener una celda para mí solo y un tocadiscos, con los debidos lps, así es que escribí oyendo a Procol Harum, Pink Floyd, Spirit, Rolling Stones, Doors, Mozart, Schubert, Sibelius, Mahler y Bruckner. Además, de alguna manera, exorcicé la tremenda tensión y el terror que vivía en la cárcel a través de la escritura, la cual adquirió una intensidad fuera de serie. La novela era gruesísima pero también una terapia sensacional que le dio sentido a la prisión, así es que pronto, como Revueltas, decía que el gobierno me había dado una beca en la Universidad de Lecumberri para que pudiera escribir.

Cuando salí, a principios de junio de 1971, ya casi había escrito toda la novela y antes de que terminara el mes tenía listas la versión manuscrita y la primera mecanografiada. Inicié entonces un nuevo tratamiento, en el que apreté el estilo y eliminé partes prescindibles. En 1972 inicié otra capa de correcciones y afinamientos, y a fin de año la entregué a Joaquín Mortiz, que en el acto la mandó componer para la Serie del Volador. Mi hermano Augusto hizo un dibujo muy bello, zen, que con pocas líneas mostraba Pie de la Cuesta y la Laguna de Coyuca con nubes triangulares en el cielo. El libro salió en mayo de 1973 y Joaquín Díez-Canedo y yo quedamos muy contentos. “Parece un Penguin”, dijimos, porque abrimos las cajas al máximo y utilizamos un tipo Garamond condensado para que las 420 cuartillas se convirtieran en las 271 apretadas páginas del libro.

Fuera de una crítica entusiasta de José Emilio Pachecho, casi nadie habló de Se está haciendo tarde, salvo los monsivaítas, que la destrozaron al compás de “se está haciendo viejo”. No fue un bestseller pero tampoco un worstseller, se reimprimió pronto e incluso le hice cambios y eliminé como veinte páginas; después se reimprimía más o menos cada dos años. Desde 1974 hice una adaptación cinematográfica y en 1976 logré que Conacite 2 produjera la película bajo mi dirección. Pero en el último momento, cuando ya tenía llamado para iniciar el rodaje, la censura pospuso la filmación y hasta la fecha sigo esperando.

Para compensar las escasas reseñas del inicio después se escribieron muy buenos ensayos, primero, y numerosas tesis de doctorado después. Con el tiempo Se está haciendo tarde empezó a ser considerada como una de las novelas mexicanas destacables del siglo XX en encuestas y por la crítica nacional e internacional. Incluso la revista Letras Libres, que no simpatiza conmigo para nada, la calificó como una de las dos mejores obras literarias de los 70. Joaquín Mortiz la reeditó en su colección Laurel, que presentaba los mejores libros que había publicado, y luego apareció en la serie de Narrativa Actual Mexicana, coeditada por Planeta y Conaculta para venderse en los puestos de la calle. Ganó el premio Dos Oceanos, otorgado por el Festival de Biarritz, y mereció una magistral traducción al francés de JeanLuc Lacarrière. También se tradujo al alemán y al inglés.

Bueno, ésta es la historia de Se está haciendo tarde. Ya se imaginarán que estoy muy contento con esta edición, ahora en la colección Narradores Contemporáneos de Joaquín Mortiz. Es la más bella de todas las que se han hecho de esta novela. La portada sigue siendo de mi hermano Augusto, pero ahora es una pequeña pintura que hizo como story board de lujo para la frustrada película. La edición quedó preciosa, limpia y con un formato muy apropiado. Muchas gracias a todos los que intervinieron en ella.

 

Texto leído en la presentación de

Se está haciendo tarde en Cuautla, Morelos)

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