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Federico Vite

Para echar bluff en el face

Algunas reflexiones que comparte Enrique Serna en su libro Genealogía de la soberbia intelectual (Taurus, 2013) reabren ciertas heridas por las que la gente ve en los oficiantes de las humanidades, para no hablar tan pomposamente de artistas, lo pendantes, abusivos y chillones que son.
En el apartado Imitación de la aristocracia, Serna expresa su preocupación por evitar la uniformidad del gusto literario. Refiere al prestigioso pero desconocido autor francés Julian Gracq, autor del panfleto La literatura como bluff: “Este público desorientado, intimidado, que se resiste al máximo a usar su capacidad para opinar, al menos no ha perdido la costumbre de leer. Pero hete aquí que se le viene encima, para alterarlo y desconcertarlo todavía más, el reflujo, menos auténtico aún, del público que no lee, pero admira por acto reflejo a las figuras literarias del momento”.
A poco no le parecen conocidas estas aseveraciones. Se enaltecen las propuestas del mercado editorial desde antes de la presentación del libro. De tal manera que el único plus y valor estético de ciertos libros es justamente la novedad. Hay un juicio emitido, y al parecer consumado, desde antes de leer a ese autor. Lo lamentable no es que el lector se siente timado por la escasa proposición literaria, sino que evita esa etapa del proceso y empieza a recomendar el texto por el único hecho válido en el mundo: él lo conoció primero, lo avaló como bueno y así lo presenta. Aunque no sea tan chévere.
Para Serna, las noticias sobre lanzamientos editoriales y otorgamientos de premios, difundidas en radio y televisión, llegan a un público mucho más amplio y en gran parte iletrado, esa es la palanca utilizada para crear un canon. Porque sólo la minoría lee; la masa, digamos, se encarga de acorralar y hacer presión para que determinado libro, autor o autora, sean los mandamases, los chidos e incuestionables. “Son los publicistas quienes imponen los temas de conversación literaria, y por lo tanto, ya le llevan un caballo de ventaja a la crítica que intenta dirigir la atención del público hacia obras ninguneadas por los reflectores”, señala Serna y menciona también que en varios círculos poéticos la creación de una obra hermética, poco entendida por el vulgo, sirve para legitimar como valioso algo que no entiende la mayoría. Y estoy de acuerdo en el hecho de que no todo lo que le gusta a la masa es malo, así como tampoco es bueno algo que sólo agrada a un grupúsculo de letrados.
En el apartado La cooptación de la crítica, el autor de?El miedo a los animales?cuenta que en junio de 2007 recibió un correo electrónico; lo invitaban a formar parte de un club de críticos anónimos, enviada por un corresponsal anónimo que le proponía someter las obras de Serna a la opinión de un grupo de escritores o lectores calificados anónimos, y él podría criticar, sin revelar su identidad, la obra de otros narradores. Suena loco, ¿no? Es como si todo mundo tuviera miedo de expresar su opinión, pero la historia nos ha enseñado que no se trata del horror, sino que muchos autores ganan más prebendas estando callados que opinando.
Nadie quiere tener enemistades, claro, porque algún día esa tache en la espalda les acarreará contratiempos innecesarios. Nadie quiere señalar las deficiencias de algún inflado e influyente literato porque se alejan de una meta en la armónica estancia del continente literario.
Se supone que los escritores brindan un correlato de la existencia, la critican; se reconcilian con ella, amueblan el mundo pues o sugieren nuevas formas de gozar la residencia en la Tierra. No andan por ahí pensando en los espaldarazos de sus colegas. Deberían preocuparse por su obra, no por cómo debe estar escrita ni por qué necesita ser forzosamente edulcorante.
Acerca de la dureza y necesidad de la crítica, Serna comenta: “En México, los escritores de la generación de la Casa del Lago (Elizondo, García Ponce, Pitol, Melo, De la Colina, Pacheco) se criticaban sin misericordia cuando eran jóvenes promesas, según han referido en muchos testimonios, y que yo sepa, ninguno necesito guardar el anonimato para salvaguardar su carrera, tal vez porque en ese tiempo los escritores no hacían ‘carrera’ ”.
Pienso en la gente que, por ser amigo en Facebook de algún escritor afamado, se siente soñado y en estancias intelectuales superiores a las de su contexto. Ven en el medio un fin, un peldaño laureado que los distancia y exime de poseer criterio para detectar tonterías vestidas de genialidad.
Al igual que Serna, estoy a favor de la existencia de un público de lectores inconformes y curiosos, que tengan gustos bien definidos y el juicio adecuado para no embaucarse con novedades que no pasan el cedazo. Porque no se trata de engañar a nadie, ni de creer que los autores nuevos, sólo por el hecho de la primicia, renuevan discursos o hunden más los colmillos en el alma para encontrar ese rasgo de una humanidad no visto. Este oficio, el de escribir, sólo mejora con la edad y con el tiempo. Quien diga que la prisa es la clave, los está engañando: es un charlatán.
El libro de Serna detalla algunos de los estropicios que la pedantería intelectual ha causado; por ejemplo, intimidar a los espíritus libres. Y eso, sinceramente, ya es motivo para enunciar una inconformidad. También sé que ha sido un error no despenalizar el aborto en Guerrero. Que tengan muy buen martes.

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